VERGEL DE SANTOS
Oriente,
fue durante los primeros siglos de la Iglesia un vergel de santos. A
esa tierra debemos doctores tan eximios como Juan Crisóstomo, San
Basilio y los célebres anacoretas del desierto, San Pablo Ermitaño y San
Antonio Abad, tan fecundos ellos, a pesar de la diferencia entre la
soledad de Egipto y las ciudades de Antioquía y Constantinopla, donde se
santificó y santificó a innumerables almas el prodigioso predicador
Crisóstomo.
SU FAMILIA
Nació
en Antioquía el año 344, de familia rica. Su padre ocupaba un cargo
elevado en el ejército imperial de Siria. Muerto muy joven, tuvo qué
encargarse de la educación de Juan su madre, viuda a los veinte años. El
patriarca Flaviano de Antioquía le ordenó sacerdote y le hizo su
ayudante de confianza. Fallecido el patriarca Nectario de
Constantinopla, en 397, fue elegido el "Crisóstomo" -"boca de oro"- para
sucederle. Después de un decenio de aflictivo pontificado, falleció en
el destierro, en 400.
SU MADRE ANTUSA
Antusa
-la madre de Juan Crisóstomo- era un tipo de mujer fuerte, que hacía
exclamar al retórico sofista Libanio: "¡Dioses de Grecia, qué mujeres
hay entre los cristianos!". Libanio, pagano, maestro y amigo de Juliano
el Apóstata, había iniciado al joven en el cultivo de las letras y
estaba orgulloso de su aplicación. Pero el muchacho evadió su
influencia, gracias a los consejos de Antusa. Fue ella la que más velo
para que su hijo adquiriese una gran formación en las ciencias sagradas y
en las virtudes.
CUATRO AÑOS EN UNA CUEVA
Tanto
penetró el espíritu cristiano en el corazón de Juan, que, en plena
juventud, fallecida su madre, se consagró a una vida de soledad. Se
retiró a una cueva, donde vivió cuatro años, entregado a la oración, a
la meditación de las Escrituras y a los ejercicios de austeridad. Su
salud, empeoro. No estaba hecha para tal vocación. Siguiendo el consejo
de un viejo anacoreta, bajó nuevamente a la ciudad. En aquella larga
temporada de aislamiento había escrito algunos libros espirituales, uno
sobre la penitencia, en ellos se revelaba ya su elocuencia y belleza de
estilo y su sabiduría profunda. Por esto el Obispo-Patriarca quiso
elevarlo al sacerdocio y le confió enseguida importantes predicaciones,
aparte de otros asuntos.
NACE EL GRAN ORADOR
Desde
los primeros momentos fue admirado como un gran orador elegante y
enérgico en la dicción, hondísimo en los pensamientos, penetrador sutil
de las máximas cristianas. Su auditorio era toda la ciudad. La iglesia
de Antioquía era pequeña para tan grandes multitudes. Solía predicar
sobre el Evangelio con el fin de mejorar las costumbres e insistía mucho
en las obras de misericordia, en la limosna, la santificación de la
familia, la educación de los hijos, la necesidad de la oración y de los
Sacramentos, la obligación de apartarse de los espectáculos inmorales.
A LA SILLA DE CONSTANTINOPLA
Vacante
unos años la silla episcopal de Constantinopla, el emperador Arcadio le
eligió para ocuparla por su elocuencia y sabiduría. Mucho costó vencer
la resistencia del humilde sacerdote, y fue grande su disgusto por verse
arrancado de su ciudad nativa.
Trasladado
a la metrópoli imperial, la lujosa ciudad de Bizancio; la de los
jardines y maravillosos palacios, la de los grandes templos y las
cúpulas de oro, la de las ciencias y las artes, la placentera residencia
de la corte, el nuevo Patriarca se ganó muy pronto el afecto de sus
sacerdotes, de las familias distinguidas y, el del pueblo, por la
amabilidad y deferencia con que trataba a todos y por la santidad de su
vivir. Se hizo el más sencillo de los ciudadanos. La ejemplaridad de sus
horas de oración, de sus penitencias y de sus limosnas influyó en la
reforma general de costumbres, en mayor grado que sus mismos sermones.
PREDICADOR INFLUYENTE Y ENERGICO
La
energía con que azotaba los vicios y pecados, sin miedo a las iras de
los poderosos, le valió la antipatía de algunos elementos de la corte,
que no cesaron de intrigar contra él. Predicaba a todas horas. Pero no
se contentaba con el entusiasmo pasajero de los oyentes. Quería ver el
fruto, las obras. No admitía una respuesta sólo de palabras. No basta,
dice, adornar el templo. ¿Qué te dirá Dios si no te has preocupado de
atender a tu hermano?
EL ODIO DE LA EMPERATRIZ EUDOXIA
Sus
predicaciones sobre el lujo femenino y la ostentación de las grandes
damas, provocaron el odio de la propia Emperatriz, quien, aliada con
herejes y viciosos, no descansó hasta conseguir que Arcadio, firmase el
decreto de su exilio. Fue despedido por una muchedumbre enorme, que,
aclamándolo con entusiasmo y con lágrimas, convirtió la partida en
verdadera victoria. El pueblo protestó del decreto en las formas más
enérgicas. La corte no durmió en paz; y a las pocas horas castigaba el
Señor a la capital del Imperio con un terremoto que produjo graves
desperfectos. La emperatriz -Eudoxia- alarmada ante el aviso del Cielo,
pidió enseguida el retorno del Patriarca.
A
los pocos meses, la corte se enemistaba de nuevo con el Crisóstomo, por
no haber cedido a las caprichosas exigencias imperiales y haber
predicado, como siempre, la verdad y la virtud. El emperador le prohibió
todo acto episcopal y le arrestó en su propia residencia. El pueblo iba
a sublevarse para liberarle. Pero él, para evitar la sangre que hubiera
costado la sedición, se escapó, en el año 404, camino del destierro.
Estaba terminado su ministerio en Bizancio. Constantinopla no lo verá
más actuando. Pero cuando, después de muerto, su cuerpo fue traído del
Asia Menor para ser sepultado en aquella capital de su Archidiócesis,
toda la ciudad le tributó los más fervorosos honores, para reparar la
pasada injusticia
SU DOCTRINA SOBRE LA ORACION
Dice y escribe: "Nada hay mejor que la oración y coloquio con Dios
....Me refiero a aquella oración que no se hace por rutina, sino de
corazón, que no queda circunscrita a unos determinados momentos, sino
que se prolonga sin cesar día y noche". (Hom. 6 sobre la oración).
"La
oración es luz del alma, verdadero conocimiento de Dios, mediadora
entre Dios y los hombres. Por ella nuestro espíritu, elevado hasta el
cielo, abraza a Dios con abrazos inefables; por ella nuestro espíritu
espera el cumplimiento de sus propios anhelos y recibe unos bienes que
superan todo lo natural y visible". (Hom. 6, sobre la oración).
"La oración no es el efecto de una actitud exterior, sino que procede
del corazón. No se reduce a unas horas o momentos determinados, sino que
está en continua actividad, lo mismo de día que de noche. No hay que
contentarse con orientar a Dios el pensamiento cuando se dedica
exclusivamente a la oración; sino que, aun cuando se encuentre absorbida
por otras preocupaciones (...) hay que sembrarlas del deseo y el
recuerdo de Dios". (Hom. 6 sobre la oración).
"La
oración viene a ser una venerable mensajera nuestra ante Dios, alegra
nuestro espíritu, aquieta nuestro ánimo". (Hom. 6, sobre la oración).
"La
oración es perfecta cuando reúne la fe y la confesión; el leproso
demostró su fe postrándose y confesó su necesidad con sus palabras".
(Hom. Sobre S. Mateo, 25).
"La
luz para nosotros es la inteligencia, que se muestra oscura o
iluminada, según la cantidad de luz. Si se descuida la oración, que
alimenta la luz, la inteligencia bien pronto se queda a oscuras".
(Catena Áurea).
"Cuando
digo a alguno: Ruega a Dios, pídele, suplícale, me responde: ya pedí
una vez, dos, tres, diez, veinte veces, y nada he recibido. No ceses,
hermano, hasta que hayas recibido; la petición termina cuando se recibe
lo pedido. Cesa cuando hayas alcanzado; mejor aún, tampoco entonces
ceses. Persevera todavía. Mientras no recibas pide para conseguir, y
cuando hayas conseguido da gracias". (Hom, 10).
"Quien
te redimió y te creó no quiere que cesen tus oraciones, y desea que por
la oración alcances lo que su bondad quiere concederte. Nunca niega sus
beneficios a quien los pide, y anima a los que oran a que no se cansen
de orar". (Catena Áurea).
"La
necesidad nos obliga a rogar por nosotros mismos, y la caridad fraterna
a pedir por los demás. Es más aceptable a Dios la oración recomendada
por la caridad que la que es impulsada por la necesidad". (Catena
Áurea).
"Habiendo
Dios dotado a los demás animales de la velocidad en la carrera, o la
rapidez en el vuelo, o de uñas, o de dientes, o de cuernos, sólo al
hombre lo dispuso de tal forma que su fortaleza no podía ser otra que la
del mismo Dios: y esto lo hizo para que, obligado por la necesidad de
su flaqueza, pida siempre a Dios cuanto pueda necesitar". (Catena
Áurea).
LOS SEIS LIBROS SOBRE EL SACERDOCIO
Han
sido mirados siempre como su obra más sobresaliente, y que no dejan
nada que añadir a los que han tratado después esta materia. Dispuestos
en forma de diálogo, nos ponen delante las graves razones y fundamentos
que tuvo el santo para huir de la dignidad episcopal; y registra la
perfección altísima que pide el estado sacerdotal, y el gravísimo peso,
que ponen sobre sus hombros, los que se encargan del gobierno de las
almas. Un día su gran amigo Basilio le visitó y le comunicó que querían
hacerles obispos. Ellos se oponían. Llegado al día de la consagración.
Sólo encontraron a Basilio. Juan había huido al desierto. Allí escribió
diálogo sobre el sacerdocio. Distribuía su tiempo entre el estudio y la
oración. Pero su voz, sublime no podía apagarse en el desierto. El
patriarca Flaviano lo reclamó y volvió a la ciudad. Sacerdote y ayudante
de su obispo, se entrega al ministerio de la palabra, y se convierte en
Juan Crisóstomo, el de la boca de oro. Predica a todas horas, ataca los
vicios, exhorta, aconseja, deslumbra con su palabra.
LOS DISCURSOS SOBRE LAS ESTATUAS
Estos
discursos son un monumento de oratoria como no hay otro igual en toda
la Antigüedad. Fueron veinte discursos que publicó en un momento
delicado. El pueblo se amotinó contra el emperador Teodosio. Teodosio
pensaba castigarles duramente. El Crisóstomo serenó los ánimos.
El
año 397 es nombrado patriarca de Constantinopla. Seguirá predicando
contra las injusticias de la corte y de los poderosos, lo mismo ahora en
el Bósforo que antes en el Orontes. Los vicios se encontraban con la
protesta de su palabra, como un día harán Hildebrando y Tomás Becket.
Ante la debilidad del emperador Arcadio, se alzaba con todo el poder el
ambicioso Eutropio, convertido en cónsul. El que se le oponía era
eliminado, como el cónsul Primasio y su hijo. Quiso eliminar también a
la viuda, que invocó el derecho de asilo en la iglesia. Eutropio la
reclamó, pero se encontró frente a frente con el patriarca y tuvo que
retroceder. Cambiaron las cosas. El que había abolido el derecho de
asilo cayó en desgracia. La multitud quería asesinarlo. Acude al derecho
de asilo. Y ahora es Juan el que sale en su defensa, les calma y
consigue el perdón. La corte tornadiza, que tanto debía al Crisóstomo,
ahora se vuelve contra él, por dar gusto a los resentidos y por agradar
al patriarca de Alejandría, rival de Constantinopla. Juan no se asusta.
No me importa la muerte, grita. Mi vida es Cristo y una ganancia el
morir. Fue desterrado. Un temblor de tierra asustó a la supersticiosa
emperatriz Eudosia, considerado como un signo de la cólera divina. Le
llaman y vuelve. El Bósforo se iluminó para recibirle. Juan se pone en
manos de Dios. Otra vez es desterrado a la frontera de Armenia, por
censurar los lujos y frivolidad de la emperatriz. Sigue predicando en el
destierro. Mantiene correspondencia con todas las Iglesias del orbe. Al
Papa Inocencio I le dice que su afecto hacia él le consuela de todos
los sufrimientos.
Muchos
amigos he tenido sencillos, y verdaderos, que entendieron, y guardan
escrupulosamente las leyes de la amistad; pero uno entre estos muchos ha
sido, el que señalándose en amarme, ha procurado dejarlos tan atrás,
como estos dejaron a los que sólo tenían conmigo una vulgar
correspondencia. Era éste uno de aquéllos, que jamás se apartó de mi
lado; porque habiéndose aplicado a unos mismos estudios, y tenido unos
mismos maestros, era siempre una nuestra inclinación, y cuidado en las
ciencias a que nos aplicábamos, y no diferente el deseo de ambos, porque
procedía de unos mismos principios. Ni duró esto sólo aquel tiempo que
frecuentábamos las escuelas; continuó también, cuando habiéndolas
dejado, fue necesario deliberar sobre el estado más conveniente de vida
que debíamos abrazar; aun en este lance fueron muy conformes nuestros
sentimientos.
Fuera
de éstas, había otras muchas causas, por las que se conservaba entre
nosotros invariable, y constante esta uniformidad. Ninguno de los dos
podía vanagloriarse sobre el otro por la nobleza de su patria; ni a mí
me sobraban conveniencias, ni él se veía acosado de una extremada
pobreza; sino que a la proporción de nuestros haberes correspondía la
uniformidad de nuestras voluntades; era igualmente honrada nuestra
familia. Finalmente, no había cosa que no conspirase a formar la unión
estrecha de nuestros ánimos.
Pero
cuando llegó el tiempo de que aquel hombre feliz abrazase el instituto
monástico, y siguiese la verdadera filosofía; ya desde entonces quedaron
desiguales nuestros pesos: su balanza se levantaba en alto, al paso que
yo, enredado en los deseos del siglo, hacia bajar la mía, y la
violentaba a que quedase oprimida, cargándola de pensamientos juveniles.
Aun entonces permanecía entre nosotros, del mismo modo que antes, una
firme y constante amistad; pero debía interrumpirse nuestro trato. ¿Cómo
era posible que pudiésemos mantenerlo continuo, siendo nuestras
ocupaciones tan diversas?
Pero
luego que comencé yo también, poco a poco, a sacar la cabeza de entre
las tempestades de la vida, me recibió en esta ocasión con los brazos
abiertos; pero ni aun así pudimos conservar nuestra primera igualdad:
porque habiéndome prevenido en el tiempo, y manifestado un ardor de
ánimo increíble, se levantaba todavía sobre mí, llegando a tocar un
punto de elevación muy grande.
Sin
embargo, siendo él de una índole muy buena, y haciendo gran aprecio de
mi amistad, abandonó la compañía de todos los otros, por pasar en la mía
todo el tiempo. Esto es lo que ya mucho tiempo antes vivamente había
deseado, pero por mi desidia, como dije, habían quedado burlados sus
deseos. ¿Cómo podía yo, asistiendo continuamente a los tribunales, y
andando a caza de diversiones en el teatro, tener gusto en conversar
familiarmente con aquél, cuyo pensamiento estaba fijo sobre los libros, y
que no se dejaba ver jamás en público? De aquí es, que habiendo estado
hasta entonces separados, luego que me admitió al mismo género, y método
de vida, sin perder un instante de tiempo, me descubrió aquel deseo,
que muy anticipadamente había concebido: y no apartándose de mi lado ni
una brevísima parte del día, me exhortaba sin cesar, a que dejando cada
uno su casa particular, eligiésemos una habitación común. Llegó a
persuadirme, y quedamos determinados a hacerlo.
LA OPOSICION CARÑOSA DE SU MADRE
Pero
los continuos halagos de mi madre, fueron causa de que yo no le
concediese esta gracia; mejor diré, que no recibiese de él este
beneficio. Luego que ésta llegó a entender el camino que yo quería
tomar, asiéndome de la mano, me introdujo en un cuarto retirado de la
casa, y haciéndome sentar junto a la cama, en donde me había dado a luz,
prorrumpió en un mar de lágrimas, y añadiendo palabras, que movían más
que su llanto, comenzó a lamentarse de esta suerte: «Hijo mío, dijo, no
me fue permitido disfrutar largamente las virtudes de tu padre, porque
Dios así lo dispuso; a los dolores que yo tuve cuando te di a luz,
sucedió su muerte, dejándote a ti huérfano y a mí viuda antes de tiempo y
entre los males y trabajos de una viudez, que sólo pueden comprender
las que los han experimentado.
JUSTIFICA A SU MADRE
¿Qué
palabras pueden bastar para explicar aquella tempestad, y turbación que
sufre una mujer joven, cuando apenas salida de la casa de su padre, y
sin experiencia alguna de las cosas, repentinamente se halla en medio de
un dolor insoportable, y se ve obligada a entrar en pensamientos
superiores a su sexo, y a su edad? Porque debe, según yo pienso, atender
a corregir el descuido de los domésticos, observando sus malos
procederes, haciendo frente a las asechanzas de los parientes, y
soportando con generosidad de ánimo las molestias de aquéllos que
administran los intereses del público, y su dureza en exigir los
tributos. Y si el que ha muerto deja sucesión, si es femenina, aun así,
deja un cuidado no pequeño a la madre; pero libre de gasto, y de
temores: más si es varonil, cada día la aumenta nuevos sobresaltos, y
mayores cuidados. Deja a un lado el consumo de dinero que se necesita
hacer, si desea que tenga una educación correspondiente a su estado. Con
todo, ninguna de estas cosas han podido inducirme a que yo abrazase un
segundo matrimonio, y que introdujese otro esposo en la casa de tu
padre; sino que he permanecido en esta tempestad, y torbellino, y no he
rehusado el trabajoso ardor de la viudez, asistida principalmente de la
gracia del Señor. Ni contribuyó poco para esto el gran consuelo que
recibía, viendo continuamente tu semblante, en donde registraba
vivamente copiada la imagen de tu difunto padre. De aquí es, que siendo
tú niño, y que no sabías aun articular las palabras, que es cuando más
gusto reciben los padres de los hijos, yo tenía en ti un grandísimo
consuelo.
Ni
tú podrás decirme, o culparme con verdad, que aunque generosamente haya
soportado la viudez, no obstante por las incomodidades de ésta, te he
disminuido el patrimonio, como sé que ha sucedido a muchos, que han
tenido la desgracia de quedar huérfanos como tú. Pues yo te he
conservado intacto todo lo que era tuyo; ni he perdonado a gastos en
todo lo que pertenecía a tu decoro, gastando de lo que era mío, y de lo
que tenía cuando salí de la casa de mi padre.
Ni
te persuadas que te digo esto por sacarte los colores a la cara:
solamente te pido por todo esto una gracia; y es, que no me envuelvas en
una segunda viudez, despertándome un dolor, que está ya enteramente
adormecido; sino que esperes mi muerte, que tal vez ya no tardará. Se
puede esperar que los jóvenes lleguen a una larga vejez, pero nosotros,
que hemos comenzado ya a envejecer, solo podemos esperar la muerte.
Luego que me hayas enterrado, y puesto mis huesos junto a los de tu
padre, puedes emprender largas peregrinaciones; entra en el mar que
quisieres, pues no tendrás alguno que te lo impida; pero mientras que yo
respiro, sufre el vivir en mi compañía. No quieras temerariamente, y
sin consejo ofender a Dios, poniéndome en tan grandes trabajos, sin que
de mi parte hayas tenido motivo para ello. Y si tú puedes culparme de
que yo te arrastro a los cuidados de la vida, y de que te obligo a
atender a tus cosas, niégate enhorabuena a las leyes de la naturaleza, a
la educación que te he dado, a la compañía, y a todos los otros
motivos: huye de mí, como de un enemigo que te pone asechanzas. Pero si
no omito diligencia, para que te sea más fácil, y llevadero el camino de
esta vida, ya que no otro respeto, a lo menos este lazo te detenga
junto a mí. Pues aunque tú digas ser infinitos aquéllos que te aman;
ninguno podrá hacer que goces de una libertad como ésta; porque ninguno
hay que estime tu decoro como yo.
Éstas,
y otras cosas me dijo mi madre, y yo se las repetí a aquel generoso
varón, que no sólo no se movió de semejante discurso, sino que insistió
con mayor tesón en su primera resolución e instancia.
EL RUMOR DE LA PROMOCION EPISCOPAL DE JUAN Y BASILIO
Hallándonos,
pues, en estos términos, e instándome él continuamente a que
condescendiese con sus súplicas, pero sin acabar yo de resolverme, nos
confundió un rumor que se esparció por la ciudad de que seríamos
promovidos a la dignidad episcopal.
Cuando
yo oí semejante voz, quedé sorprendido de temor, y perplejidad: de
temor porque no me obligasen a abrazar contra mi voluntad aquel estado; y
de perplejidad, porque no acababa de entender cómo pudo venir al
pensamiento de aquellos varones el resolver una cosa como ésta de mi
persona; pues volviendo a mirar sobre mí mismo, no encontraba en mí cosa
que fuese digna de tal honor.
Aquel
joven valeroso, vino a buscarme a solas; me dio parte de las voces que
corrían y creyendo que yo las ignorase, me rogaba que en esta ocasión,
como en todas las antecedentes, se viese que nuestras acciones y
deliberaciones eran unas; que él por su parte estaba dispuesto a seguir
con prontitud de ánimo, cualquier camino que yo le mostrase; ya
conviniese rehusar, ya abrazar aquel estado.
¿COMO PRIVAR A LA IGLESIA DE AQUEL GENEROSO PASTOR?
Viendo,
pues, una resolución tan noble, y creyendo que podría causar no pequeño
daño a todo el común de la Iglesia, si por mi debilidad privaba al
rebaño de Jesucristo de un joven tan bueno y tan útil para el gobierno
de los hombres, no le descubrí lo que sentía de estas cosas; aunque
hasta entonces, jamás había podido sufrir el ocultarle alguno de mis
sentimientos. Y añadiéndole ser muy conveniente dejar para otro tiempo
el resolver sobre este negocio, y que confiase, que si llegaba el caso
de abrazar aquel estado, yo le acompañaría en la determinación.
CRISOSTOMO SE OCULTO
Pero
no pasó mucho tiempo, cuando llegó allí el que nos había de ordenar: yo
me oculté, y él fue conducido a recibir el yugo, esperando, por lo que
yo le había prometido, que sin dificultad lo seguiría, o que tal vez era
él el que me seguía, pues algunos de los que se hallaban presentes,
viéndole inquieto por esta especie de violencia, lo engañaron diciendo
que era cosa indigna, que aquél a quien todos tenían por atrevido,
hubiese cedido con tanta sumisión al juicio de los Padres; y que él, que
era más modesto y prudente, se mostrase soberbio y amigo de vanagloria,
rehusando, repugnando, y contradiciendo.
Habiendo
cedido a estas razones, luego que supo que yo me había ocultado, fue a
buscarme; y entrando en mi cuarto con semblante muy triste, se sienta
junto a mí, pero impedido por la angustia, no podía manifestar con las
palabras la violencia que padecía; luego que abría los labios la
opresión interna le enmudecía.
Pero
cuando llegó el tiempo de que aquel hombre feliz abrazase el instituto
monástico, y siguiese la verdadera filosofía; ya desde entonces quedaron
desiguales nuestros pesos: su balanza se levantaba en alto, al paso que
yo, enredado en los deseos del siglo, hacia bajar la mía, y la
violentaba a que quedase oprimida, cargándola de pensamientos juveniles.
Aun entonces permanecía entre nosotros, del mismo modo que antes, una
firme y constante amistad; pero debía interrumpirse nuestro trato. ¿Cómo
era posible que pudiésemos mantenerlo continuo, siendo nuestras
ocupaciones tan diversas?
EN LA PAZ
Cuando
iba a ser trasladado a la costa oriental del Mar Negro, al pie del
Cáucaso, al llegar a una ermita de Comano, enfermó y agotado expiró. Ha
sido llamado el teólogo de la Eucaristía y el mejor intérprete de San
Pablo. Sus restos reposaron en Constantinopla. Actualmente se hallan en
Roma, en la basílica de San Pedro del Vaticano.
Autor: JESUS MARTI BALLESTER