Mártir, nacida en Mérida y martirizada en esta misma ciudad en el año 304.
Cuando Eulalia cumplió los doce años apareció el decreto del emperador Diocleciano prohibiendo a los cristianos dar culto a Jesucristo, y mandándoles que debían adorar a los falsos ídolos de los paganos. La niña sintió un gran disgusto por estas leyes tan injustas y se propuso protestar entre los delegados del gobierno.
Viendo su madre que la joven podía correr algún peligro de muerte si se atrevía a protestar contra la persecución de los gobernantes, se la llevó a vivir al campo, pero ella se vino de allá y llegó a la ciudad de Mérida.
Eulalia se presentó ante el gobernador Daciano y le protestó valientemente diciéndole que esas leyes que mandaban adorar ídolos y prohibían al verdadero Dios eran totalmente injustas y no podían ser obedecidas por los cristianos.
Daciano intentó al principio ofrecer regalos y hacer promesas de ayudas a la niña para que cambiara de opinión, pero al ver que ella seguía fuertemente convencida de sus ideas cristianas, le mostró todos los instrumentos de tortura con los cuales le podían hacer padecer horriblemente si no obedecía a la ley del emperador que mandaba adorar ídolos y prohibía adorar a Jesucristo.
Y le dijo: "De todos estos sufrimientos te vas a librar si le ofreces este pan a los dioses, y les quemas este poquito de incienso en los altares de ellos". La jovencita lanzó lejos el pan, echó por el suelo el incienso y le dijo valientemente: "Al sólo Dios del cielo adoro; a El únicamente le ofreceré sacrificios y le quemaré incienso. Y a nadie más".
Entonces el juez pagano mandó que la destrozaran golpeándola con varillas de hierro y que sobre sus heridas colocaran antorchas encendidas. La hermosa cabellera de Eulalia se incendió y la jovencita murió quemada y ahogada por el humo.
Dice el poeta Prudencio que al morir la santa, la gente vio una blanquísima paloma que volaba hacia el cielo, y que los verdugos salieron huyendo, llenos de pavor y de remordimiento por haber matado a una criatura inocente. La nieve cubrió el cadáver y el suelo de los alrededores, hasta que varios días después llegaron unos cristianos y le dieron honrosa sepultura al cuerpo de la joven mártir. Allí en el sitio de su sepultura se levantó un templo de honor de Santa Eulalia, y dice el poeta que él mismo vio que a ese templo llegaban muchos peregrinos a orar ante los restos de tan valiente joven y a conseguir por medio de ella muy notables favores de Dios.
El culto de Santa Eulalia se hizo tan popular que hasta el gran San Agustín hizo sermones en honor de esta joven santa. Y en la muy antigua lista de mártires de la Iglesia Católica, llamada "Martirologio romano", hay esta frase: "el 10 de diciembre, se conmemora a Santa Eulalia, mártir de España, muerta por proclamar su fe en Jesucristo".
Himno a Santa Eulalia
Gloria y Honor a la mártir de Cristo
Que en la arena luchando valiente,
Esmaltó con su sangre inocente
de pureza el virgíneo cendal:
Que en el cielo su triunfo pregona,
Mientras Cristo su frente corona
Con la gloria del lauro inmortal.
Pura azucena, morado lirio,
Rosa fragante; flor de martirio;
Flor que embalsamas de auras de cielo
Nuestros hogares: Cuando tu velo
Como paloma posaste aquí,
Tú ser quisiste desde ese día,
Amparo siempre, consuelo y guía,
del que en sus penas se acoge a ti.
Tú nos bendices desde la altura
Donde en tu ermita, radiante y pura,
Luce tu imagen como la aurora,
Mirando a un pueblo que canta y ora
E implora siempre tu protección:
Que allí tu trono fijar Dios quiso
Como trasunto del Paraíso,
Como promesa de bendición.
Martir de Cristo, Virgen Sagrada,
A quien Dios hizo nuestra abogada:
Por ti alentados, la vida entera
Seguir queremos nuestra carrera
Bajo tu sombra; y en tu loor
Cantar fervientes himnos de gloria,
Como trofeo de tu victoria,
Como tributo de nuestro amor.
Gloria y Honor a la mártir de Cristo
Que en la arena luchando valiente,
Esmaltó con su sangre inocente
de pureza el virgíneo cendal:
Que en el cielo su triunfo pregona,
Mientras Cristo su frente corona
Con la gloria del lauro inmortal.
Pura azucena, morado lirio,
Rosa fragante; flor de martirio;
Flor que embalsamas de auras de cielo
Nuestros hogares: Cuando tu velo
Como paloma posaste aquí,
Tú ser quisiste desde ese día,
Amparo siempre, consuelo y guía,
del que en sus penas se acoge a ti.
Tú nos bendices desde la altura
Donde en tu ermita, radiante y pura,
Luce tu imagen como la aurora,
Mirando a un pueblo que canta y ora
E implora siempre tu protección:
Que allí tu trono fijar Dios quiso
Como trasunto del Paraíso,
Como promesa de bendición.
Martir de Cristo, Virgen Sagrada,
A quien Dios hizo nuestra abogada:
Por ti alentados, la vida entera
Seguir queremos nuestra carrera
Bajo tu sombra; y en tu loor
Cantar fervientes himnos de gloria,
Como trofeo de tu victoria,
Como tributo de nuestro amor.
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