TODOS LOS SANTOS

viernes, 24 de junio de 2011

LA NATIVIDAD DE SAN JUAN BAUTISTA



"Profeta de soledades...

Desde el vientre escogido ,

fuiste tú el pregonero,

para anunciar al mundo

la presencia del Verbo.



Cuerpo de duro roble,

alma azul de silencio;

miel silvestre de rocas

y un jubón de camello.



No fuiste, Juan, la caña

tronchada por el viento;

sí la palabra ardiente

tu palabra de acero.



En el Jordán lavaste

al más puro Cordero,

que apacienta entre lirios

y duerme en los almendros.



Sacudiste el azote

ante el poder soberbio;

y, ante el Sol que nacía

se apagó tu lucero.



Por fin en un banquete

y en el placer de un ebrio,

el vino de tu sangre

santificó el desierto.



Profeta de soledades,

labio hiciste de tus iras,

para fustigar mentiras

y para gritar verdades".



En este himno de las primeras Vísperas de su fiesta, se halla sintetizada toda su vida.

La vida del Precursor está cuajada de milagros aun antes de nacer: Milagro dentro de la esterilidad y ancianidad de sus padres: "No temas, Zacarías, - oye de labios del ángel, mientras ofrece incienso en el templo -, tu oración ha sido escuchada y tu mujer Isabel, te dará un hijo a quien pondrás por nombre Juan. Será grande delante del Señor, y el Espíritu Santo le llenará desde el seno de su madre".

Otro prodigio: El anciano Sacerdote duda de la veracidad de cuanto le dice el Arcángel San Gabriel de parte de Dios y queda mudo... hasta el día del nacimiento del Bautista que se le suelta su lengua y comienza a alabar a Dios que ha hecho maravillas.

Pero antes de este segundo milagro existió otro: el único acaecido a los hijos de mujer: Fue santificado en el mismo seno de su madre al recibir la visita de su primo que será el mismo Salvador de la humanidad y que está recién encarnado en el seno de María, prima de su madre Isabel. "En cuanto oí tus palabras, dice Isabel a María, el niño saltó de alegría en mi vientre".

Por ello bien podía su padre Zacarías, lleno del Espíritu Santo cantar, con gozo, y profetizar lo que sería aquel hijo suyo: "Tú, hijo mío, serás llamado Profeta del Altísimo; porque irás ante la faz del Señor para preparar sus caminos y anunciar a su pueblo la nueva de la redención de sus pecados".

La vida de Juan será muy original. Quizá perteneció a los qumramitas. Lo cierto es que llevaba una vida muy austera y que iba predicando por todas partes: "Preparad los caminos del Señor. Enderezad sus sendas. Que todo valle se rellene y todo monte se allane... Ya está puesta el hacha a la raíz de los árboles y el árbol que no dé buen fruto será talado y echado al fuego...".

La misión de Juan es ésta: "Ahí, tenéis al Cordero de Dios que quita los pecados del mundo... seguidle".

La Natividad de San Juan Bautista, seis meses antes que la de Jesús, es como la Navidad del verano. Todos los años la celebramos con un gozo apropiado. El ángel le había anunciado a Zacarías: «Muchos se alegrarán de su nacimiento». Por esto, pide la Iglesia en este día «el don de la alegría espiritual». El prefacio recuerda con detalle la misión de Juan Bautista: desde antes de nacer, con ocasión de la Visitación de María, después en el comienzo de la vida pública de Jesús y, por fin, en el testimonio supremo de su martirio.

Juan es, ante todo, el enviado de Dios, el testigo de la luz, el que profetizó a Cristo y lo mostró a los hombres.

Al celebrar la solemnidad del Precursor, hemos de estar atentos, por nuestra parte, para reconocer a Cristo, el sol de lo alto que nos visitará en la Eucaristía y para llevar una vida entregada a su servicio, con el ardor y el interés de aquel de quien dijo Jesús: «Juan era la lámpara que arde y alumbra» (jn 5, 35).

Las hogueras de la noche de San Juan quizás sean un vestigio de las fiestas paganas del solsticio de verano pero resultan plenamente concordes con esta fiesta cristiana, en la que todo nos habla de luz.

En el Show de Patty Duke de comienzos de los años sesenta, Patty Duke hacía el papel de dos primos idénticos (algo interesante, aunque imposible). Los primos comparten algo del mismo acervo genético, pero no lo bastante como para ser idénticos. Sin embargo, fuera de los hermanos y las hermanas, los primos son nuestros parientes más cercanos. En los Estados Unidos los primos hermanos se consideran demasiado emparentados como para casarse.

Los primos son familiares interesantes. No tenemos que asociarnos con nuestros primos como hemos de hacerlo con nuestros hermanos, y, en algunos casos, podemos ni siquiera saber quiénes son nuestros primos. Si tenemos relación con ellos, ello permite algunas de las mismas y fáciles familiaridades que provienen de haber compartido muchas de las mismas funciones y tradiciones familiares, pero sin tanto estrés.

A Juan el Bautista y a Jesús se les ha llamado tradicionalmente primos porque sus madres estaban emparentadas. Nacieron con seis meses de diferencia uno del otro en ciudades no demasiado alejadas entre sí. Aunque la Biblia no lo diga, deben haberse encontrado en bodas y funerales de la familia. Juan comenzó su ministerio público unos pocos años antes que Jesús, y acabó aquél diciendo que meramente había preparado el camino para Jesús.

Cuando buscamos amigos y aliados, los primos pueden ser una de nuestras mejores fuentes. Ya saben algo acerca de nosotros y de nuestra historia. Si se les da la oportunidad, los primos a menudo pueden convertirse en buenos amigos.

jueves, 23 de junio de 2011

SAN JOSE CAFASSO (CONFESOR)


Este humilde sacerdote fue quizás el más grande amigo y benefactor de San Juan Bosco y, de muchos seminaristas pobres más, uno de los mejores formadores de sacerdotes del siglo XIX.

Nació en 1811 en el mismo pueblo donde nació San Juan Bosco. En Castelnuovo (Italia). Una hermana suya fue la mamá de otro santo: San José Alamano, fundador de la comunidad de los Padres de la Consolata.

Desde niño sobresalió por su gran inclinación a la piedad y a repartir ayudas a los pobres.

En el año 1827, siendo Caffaso seminarista se encontró por primera vez con Juan Bosco. Cafasso era de familia acomodada del pueblo y Bosco era de una vereda y absolutamente pobre. Don Bosco narra así su primer encuentro con el que iba a ser después su Benefactor, su defensor y el que mejor lo comprendiera cuando los demás lo despreciaran: "Yo era un niño de doce años y una víspera de grandes fiestas en mi pueblo, vi junto a la puerta del templo a un joven seminarista que por su amabilidad me pareció muy simpático. Me acerqué y le pregunté: ´¿Reverendo: no quiere ir a gozar un poco de nuestras fiestas?´. Él con una agradable sonrisa me respondió: ´Mira, amiguito: para los que nos dedicamos al servicio de Dios, las mejores fiestas son las que se celebran en el templo´. Yo, animado por su bondadoso modo de responder le añadí: ´Sí, pero también en nuestras fiestas de plaza hay mucho que alegra y hace pasar ratos felices´. Él añadió: ´Al buen amigo de Dios lo que más feliz lo hace es el participar muy devotamente de las celebraciones religiosas del templo´. Luego me preguntó qué estudios había hecho y si ya había recibido la sagrada comunión, y si me confesaba con frecuencia. Enseguida abrieron el templo, y él antes de despedirse me dijo: ´No se te olvide que para el que quiere seguir el sacerdocio nada hay más agradable ni que más le atraiga, que aquello que sirve para darle gloria a Dios y para salvar las almas´. Y de manera muy amable se despidió de mí. Yo me quedé admirado de la bondad de este joven seminarista. Averigüé cómo se llamaba y me dijeron: ´Es José Cafasso, un muchacho tan piadoso, que ya desde muy pequeño en el pueblo lo llamaban -el santito".

Cafasso que era un excelente estudiante tuvo que pedir dispensa para que lo ordenaran de sacerdote de sólo 21 años, y en vez de irse de una vez a ejercer su sacerdocio a alguna parroquia, dispuso irse a la capital, Turín, a perfeccionarse en sus estudios. Allá había un instituto llamado El Convictorio para los que querían hacer estudios de postgrado, y allí se matriculó. Y con tan buen resultado, que al terminar sus tres años de estudio fue nombrado profesor de ese mismo instituto, y al morir el rector fue aclamado para reemplazarlo, y estuvo de magnífico rector por doce años hasta su muerte.

San José Cafasso formó más de cien sacerdotes en Turín, y entre sus alumnos tuvo varios santos. Se propuso como modelos para imitar a San Francisco de Sales y a San Felipe Neri, y sus discípulos se alegraban al contestar que su comportamiento se asemejaba grandemente al de estos dos simpáticos santos.

En aquel entonces habían llegado a Italia unas tendencias muy negativas que prohibían recibir sacramentos si la persona no era muy santa (Jansenismo) y que insistían más en la justicia de Dios que en su misericordia (rigorismo).

El Padre Cafasso, en cambio, formaba a sus sacerdotes en las doctrinas de San Alfonso que insiste mucho en la misericordia de Dios, y en las enseñanzas de San Francisco de Sales, el santo más comprensivo con los pecadores. Y además a sus alumnos sacerdotes los llevaba a visitar cárceles y barrios supremamente pobres, para despertar en ellos una gran sensibilidad hacia los pobres y desdichados.

Cuando el niño campesino Juan Bosco quiso entrar al seminario, no tenía ni un centavo para costearse los estudios. Entonces el Padre Cafasso le costeó media beca, y obtuvo que los superiores del seminario le dieran otra media beca con tal de que hiciera de sacristán, de remendón y de peluquero. Luego cuando Bosco llegó al sacerdocio, Cafasso se lo llevó a Turín y allá le costeó los tres años de postgrado en el Convictorio. El fue el que lo llevó a las cárceles a presenciar los horrores que sufren los que en su juventud no tuvieron quién los educara bien. Y cuando Don Bosco empezó a recoger muchachos abandonados en la calle, y todos lo criticaban y lo expulsaban por esto, el que siempre lo comprendió y ayudó fue este superior. Y al ver la pobreza tan terrible con la que empezaba la comunidad salesiana, el Padre Cafasso obtenía ayudas de los ricos y se las llevaba al buen Don Bosco. Por eso la Comunidad Salesiana ha considerado siempre a este santo como su amigo y protector.

En Turín, que era la capital del reino de Saboya, las cárceles estaban llenas de terribles criminales, abandonados por todos. Y allá se fue Don Cafasso a hacer apostolado. Con infinita paciencia y amabilidad se fue ganando los presos uno por uno y los hacía confesarse y empezar una vida santa. Les llevaba ropa, comida, útiles de aseo y muchas otras ayudas, y su llegada a la cárcel cada semana era una verdadera fiesta para ellos.

San José Cafasso acompañó hasta la horca a más de 68 condenados a muerte, y aunque habían sido terribles criminales, ni uno sólo murió sin confesarse y arrepentirse. Por eso lo llamaban de otras ciudades para que asistiera a los condenados a muerte. Cuando a un reo le leían la sentencia a muerte, lo primero que pedía era: "Que a mi lado esté el Padre Cafasso, cuando me lleven a ahorcar" (Un día se llevó a su discípulo Juan Bosco, pero éste al ver la horca cayó desmayado. No era capaz de soportar un espectáculo tan tremendo. Y a Cafasso le tocaba soportarlo mes por mes. Pero allí salvaba almas y convertía pecadores).
La primera cualidad que las gentes notaban en este santo era "el don de consejo". Una cualidad que el Espíritu Santo le había dado para saber aconsejar lo que más le convenía a cada uno. Por eso a su despacho llegaban continuamente obispos, comerciantes, sacerdotes, obreros, militares, y toda clase de personas necesitadas de un buen consejo. Y volvían a su casa con el alma en paz y llena de buenas ideas para santificarse. Otra gran cualidad que lo hizo muy popular fue su calma y su serenidad. Algo encorvado (desde joven) y pequeño de estatura, pero en el rostro siempre una sonrisa amable. Su voz sonora, y encantadora. De su conversación irradiaba una alegría contagiosa (que San Juan Bosco admiraba e imitaba grandemente). Todos elogiaban la tranquilidad inmutable del Padre José. La gente decía: "Es pequeño de cuerpo, pero gigante de espíritu". A sus sacerdotes les repetía: "Nuestro Señor quiere que lo imitemos en su mansedumbre".

Desde pequeñito fue devotísimo de la Sma. Virgen y a sus alumnos sacerdotes los entusiasmaba grandemente por esta devoción. Cuando hablaba de la Madre de Dios se notaba en él un entusiasmo extraordinario. Los sábados y en las fiestas de la Virgen no negaba favores a quienes se los pedían. En honor de la Madre Santísima era más generoso que nunca estos días. Por eso los que necesitaban de él alguna limosna especial o algún favor extraordinario iban a pedírselo un sábado o en una fiesta de Nuestra Señora, con la seguridad de que en honor de la Madre de Jesús, les concedería su petición.

Un día en un sermón exclamó: "qué bello morir un día sábado, día de la Virgen, para ser llevados por Ella al cielo". Y así le sucedió: murió el sábado 23 de junio de 1860, a la edad de sólo 49 años.
Su oración fúnebre la hizo su discípulo preferido: San Juan Bosco.

El Papa Pío XII canonizó a José Cafasso en 1947, y nosotros le suplicamos a tan bondadoso protector que logremos imitarlo en su simpática santidad.

Antes de morir escribió esta estrofa: "No será muerte sino un dulce sueño para ti, alma mía, si al morir te asiste Jesús, y te recibe la Virgen María". Y seguramente así le sucedió en realidad.




santa Ediltrude - Eteldreda (Abadesa)




En el monasterio de Eli, en Inglaterra oriental, santa Ediltrude o Eteldreda, abadesa, quien, hija de reyes y ella misma reina de Northumbria, después de dos matrimonios recibió el velo monástico de manos de san Wilfrido en el monasterio que ella misma había fundado, dirigiendo maternalmente con sus ejemplos y consejos a sus monjas (679).

Santa Eteldreda (636 a 679 en Inglés Audrey, un nombre femenino muy común) era la hija del rey Anna (? -653), Rey de Inglaterra Oriental, fue hermana de otras tres santas: Etelburga (? -664), Sesburga (? -699) y Withburga (? -743): coincidencia algo rara pero no única entre las familias reales europeas. Eteldreda nació en Exning, Suffolk, muy joven fue comprometida en matrimonio con el Príncipe de Tonberto Gyrwe (? -655), quien le dio como regalo de bodas una propiedad en Ely. En aquellos días existía un gran fervor espiritual en Inglaterra ya que recientemente se había convertido al cristianismo. La pareja decidió vivir en castidad.

Tres años después de casarse murió el príncipe y Eteldreda se retiró a su finca en Ely para llevar una vida de penitencia y oración. Pero por razones políticas tuvo que casarse nuevamente, esta vez con el príncipe Egfrido (645-685), hijo de Oswiu rey de Northumbria (612-670). El novio tenía tan sólo quince años, y también aceptó la propuesta de Eteldreda a vivir en castidad. Doce años más tarde, sin embargo, pidió ser liberado de la promesa. Eteldreda se negó, alegando sentirse dedicada a Dios.

Pidió la mediación del obispo San Wilfrido (633-709) quien declaró que la pareja debía mantener la promesa. Pero como Egrfrido, ahora convertido en rey, ya no deseaba mantenerla, el obispo aconsejó a Eteldreda se separara de su marido y entrara en un convento. Se convirtió en novicia en el monasterio de Codingham y luego regresó a Ely, donde fundó un gran monasterio doble (es decir, tenía una rama masculina y una rama femenina), ella fue elegida abadesa del nuevo convento. Murió en el convento de Ely 23 de junio 695.

En la vida de Santa Eteldreda vemos un atisbo de la Inglaterra primitiva al principio de la Edad Media, que es una mezcla de lo salvaje y lo sobrenatural, creando un contraste de extraordinaria belleza.

No debemos imaginar a Santa Eteldreda y a sus tres santas hermanas como las delicadas y frágiles princesas hijas de Luis XV de Francia (1710-1774), vestidas con sedas y que para los retratos parecen muñecas de porcelana. Estas princesas eran mujeres fuertes, acostumbradas a cortar leños en el bosque, a cuidar personalmente de los animales y lavar su propia ropa. Pero al mismo tiempo, sobresalen por su estatura moral en un país al que apenas estaba llegando la Luz. Sus vidas son la cuna de las dinastías futuras, y sus pueblos, el punto de partida de nuevas civilizaciones.

lunes, 20 de junio de 2011

LOS MARTIRES INGLESES (s. XVI)



Cuando se habla de los mártires ingleses, se entiende aquellos héroes, sacerdotes y seglares, hombres y mujeres, que dieron sus vidas durante la Reforma en Inglaterra, en un esfuerzo supremo para conservar la fe, la misa y los sacramentos en aquella isla.

Para entender mejor lo que les llevó a la muerte por su religión será menester hacer un pequeño resumen de la historia de aquella Reforma tal como se desarrolló en Inglaterra. Es decir, es necesario comprender el origen, naturaleza y tendencias de la causa en que perdieron la vida. Si no, nunca podremos comprender por qué se les acusó de traición, por qué fueron tan vanas las acusaciones lanzadas contra ellos y por qué fueron aceptadas dichas acusaciones tantas veces juntamente con pruebas ridículas contra su causa delante de los tribunales.

El protestantismo no logró tener éxito en Inglaterra hasta el reinado de Eduardo VI. Todo lo contrario, al rey Enrique VIII le fue concedido por el Papa el título de defensor de la fe por sus escritos contra aquella herejía. Sin embargo, la semilla de la separación entre Inglaterra y la Iglesia católica había sido sembrada hacía años, puesto que el poder de la Corona y el del monarca se habían aumentado mucho desde las guerras de las Rosas, de tal manera que la Iglesia en Inglaterra llegó a ser un instrumento más en las manos del rey. Por tanto, cuando Enrique VIII decidió casarse con Ana Bolena, divorciándose de su legítima esposa, Catalina de Aragón, pocas fueron las voces levantadas en contra, sí dejamos aparte la de Tomás Moro y Juan Fisher. Así llegó el cisma; pero todavía no había entrado la herejía.

El protestantismo empezó su trabajo nefasto en el reinado del joven Eduardo VI, introduciéndose primero entre los ministros del rey y, más tarde, apoderándose, sin mucha oposición, de las grandes ciudades, tanto como de los condados del este del país. Cuando llegó al trono la reina María, hija legítima de Enrique VIII y Catalina de Aragón, defensora de la verdadera religión y ferviente católica, el protestantismo tenía mucha fuerza en todo el país. Por esta razón el renacimiento del catolicismo durante su reinado duró muy poco, escasamente cuatro años desde su proclamación oficial hecha por el Parlamento.

Después de la muerte de María heredó el trono Isabel I, en el año 1558, y ésta, olvidando enseguida su solemne promesa de mantener en el reino la fe católica, se rodeó de consejeros y ministros protestantes, de los cuales Guillermo Cecil puede considerarse el jefe y prototipo. Entonces empezó la verdadera lucha entre la herejía y las fuerzas de la Contrarreforma, tanto que la mayoría de los mártires fueron ejecutados durante estos años, siendo relativamente pocos los que murieron durante el período de Carlos I, Jaime I y el protector CronweIl. Sin embargo, la persecución no empezó de una manera abierta y violenta, debido a que Isabel I y sus ministros habían condenado de una manera tan rotunda las ejecuciones de protestantes durante el reinado de María que sería demasiado ingenuo lanzarse en seguida, a su vez, a asesinar a los católicos.

Así, por lo menos, pensó Cecil, el primer ministro de Isabel. Primero sería necesario consolidar la posición del protestantismo y preparar el terreno. Esto lo hizo con dos leyes, el decreto de Supremacía y el acta de Uniformidad, en el año 1559. Con estos decretos se planteó un grave problema que hasta entonces no había surgido, y por tanto, frente a él los mismos católicos se encontraron desconcertados,

Antes se había discutido mucho la relación entre el poder de la Iglesia y el del Estado, siendo mantenido firme el derecho de la Iglesia de nombrar a los obispos y de concederles sus poderes jurisdiccionales, mientras el Estado había conseguido en Inglaterra el derecho de exigir contribuciones del clero y de juzgarles. Ahora se planteó un problema muy distinto, puesto que el rey se declaró monarca, no solamente en cuanto a las cosas civiles del país, sino también de las espirituales y religiosas dentro de su reino. Algunos de sus súbditos —la mayoría— resolvieron el problema aceptando con sumisión los decretos reales, viendo en ellos solamente los deseos del rey de enriquecerse mediante una confiscación de los bienes de la Iglesia en el país, especialmente de los grandes monasterios. Otros, y al principio fueron muy pocos, dieron sus vidas antes de ceder al monarca lo que consideraban una prerrogativa del Romano Pontífice. Es decir, éstos vieron en el problema su aspecto teológico, mientras los otros no vieron más que el aspecto político-social. Pero vamos a continuar con nuestra historia.

El levantamiento en el norte de Inglaterra en el año 1569, por motivos puramente religiosos, hizo a Cecil cambiar su política, y desde entonces la persecución de los católicos fue más dura, tanto que, en el año 1570, el papa San Pío V excomulgó a la reina Isabel. En seguida Cecil tomó su revancha. Identificando el protestantismo con el espíritu nacional, empezó a calificar de traidores a todos los que propagaron las noticias de la sentencia papal, a todos los sacerdotes que continuaron en la verdadera fe, juntamente con los que les ayudaran con dinero y les hospedaran en sus casas. Pero, al mismo tiempo, había empezado aquel movimiento espiritual que llamamos la Contrarreforma

Sus ojos abiertos por la sentencia papal lanzada contra la reina, muchos católicos se marcharon de Inglaterra al extranjero, formándose así verdaderas colonias en muchos países entre estos jóvenes dispuestos a dar sus vidas para conservar la fe en Inglaterra. En 1556 el cardenal Allen abrió su famoso seminario en Douai mandando desde allí los primeros misioneros en el año 1574. Un poco más tarde abrió otro seminario en Roma, en 1578, y en 1589 todavía otro en Valladolid. El de Roma, como el de Valladolid, perduran aún y continúan su trabajo de educar y mandar sacerdotes a todas partes de Inglaterra. Tanto como la oposición, la resistencia de los católicos se había endurecido. La persecución continuó bastantes años todavía, hasta el fin del gobierno del protector CronweIl; pero llegó a su punto más feroz después del decreto del año 1585 contra la misa y los sacerdotes.

Según este decreto todos los sacerdotes de la isla tendrían que salir de ella en un plazo de cuarenta días; el mero hecho de ser sacerdotes era un acto de traición a la nación; los que estaban estudiando en seminarios fuera del país tendrían que volver a él dentro de un período de seis meses y prestar un juramento de fidelidad a la reina como cabeza de la nación y de la Iglesia. Los que rehusaron cumplir estas condiciones fueron declarados traidores, juntamente con todos los que les ayudaron en cualquiera forma. Les esperaba la pena de muerte. Esta, en general, fue la situación política y religiosa de aquellos tiempos. Ahora examinemos con más detalle la vida de aquellos gloriosos mártires y su muerte.

Al terminarse la persecución 316 personas habían dado sus vidas para conservar los restos de la fe en Inglaterra. De éstas 79 fueron seglares y 237 sacerdotes, de los cuales 85 eran religiosos de distintas Ordenes religiosas, entre ellas jesuitas, dominicos, benedictinos y franciscanos. Al leer estas cifras nuestra primera reacción es: ¿por qué fueron tan pocos? La contestación a esta pregunta no es sencilla, pero podemos resumirla diciendo que, al principio, no se vio claramente el peligro que encerró el cisma en tiempos de Enrique VIII, siendo solamente cincuenta los que murieron por la fe durante su reinado. Pero entre ellos encontramos aquellos dos santos, Santo Tomás Moro y San Juan Fisher, obispo de Rochester y gran defensor de la reina Catalina de Aragón. Además, la supresión de los monasterios y la flaqueza de los obispos en tiempos de Enrique planteó un problema para los fieles y para los sacerdotes. No tuvieron más remedio que seguir el ejemplo de sus obispos. En tiempos de Isabel I, como hemos indicado, se endureció la resistencia, pero ya era demasiado tarde para conseguir la completa conversión de la isla. Sin embargo, tenemos que decir que, si hoy día la misa se celebra en Inglaterra y si hay cuatro millones de católicos fervorosos allí, este hecho es debido, en gran parte, al sacrificio de aquellos católicos que murieron entre 1535 y 1679.

No podemos escribir aquí las vidas de cada uno de los mártires, puesto que no disponemos de espacio suficiente para ello. Por tanto, los vamos a dividir en dos grupos: los seglares y los sacerdotes. Entre los seglares encontramos todas las clases sociales desde lo más alto hasta lo más bajo, desde un canciller del reino hasta un simple obrero. Entre ellos hay tres mujeres. Cada uno dio su vida en circunstancias muy distintas, pero todos murieron por la misma causa: su fe. Entre ellos se destaca, tanto por su carácter como por las circunstancias de su muerte, el canciller Santo Tomás Moro. Intimo compañero y amigo del rey Enrique VIII, abogado distinguido, de mucha cultura general, amigo de Erasmo, cariñoso padre de familia, era un hombre muy simpático por razón de su buen humor y, además, era un católico fervoroso. Cuando vio que no era compatible con su religión aceptar el juramento de sumisión a Enrique como cabeza de la Iglesia en Inglaterra, presentó su dimisión, tratando de vivir una vida tranquila en su casa sin más complicaciones. Pero por fin fue arrestado e interrogado en la Torre de Londres. A todos los esfuerzos para convencerle de que debía prestar el juramento contestó sencillamente que no podía reconciliarlo con su conciencia. Cuando su propia mujer añadió sus esfuerzos a los de sus amigos, le contestó, "¿Cuántos años crees que podía vivir en mi casa?" "Por lo menos veinte, porque no eres viejo", le dijo ella. "Muy mala ganga, puesto que quieres que cambie por veinte años toda la eternidad.” Por fin murió después de quince meses en la cárcel. Su catolicismo se demuestra en la pequeña obra Diálogo en tiempos de tribulación, que escribió en la cárcel; mientras su buen humor se reveló en los últimos momentos de su vida cuando, al agachar la cabeza sobre la madera para recibir el hachazo, dijo, quitando su barba de la madera: "Dejadme quitar la barba de aquí; ésa no ha cometido ninguna traición".

La mayoría de los otros murieron porque ayudaron a los sacerdotes en su trabajo como misioneros, ocultándoles en sus casas, preparándoles escondites donde podían refugiarse con sus hábitos y con todo lo que podía demostrar que se había celebrado misa en aquel lugar. Entre ellos encontramos a tres mujeres. Una, Ana Line, fue condenada por tener sacerdotes en su casa. Antes de ser ahorcada dijo a la muchedumbre: "Me han condenado por recibir en mi casa a sacerdotes. Ojalá donde recibí uno pudiera haber recibido a miles y no me arrepiento por lo que he hecho". Las últimas palabras de Margarita Clitheroe fueron: "Este camino al cielo es tan corto como cualquier otro”. Margarita Ward perdió la vida porque llevó en una cesta la cuerda con que se escapó de la cárcel el padre Watson, sabiendo que, de ser descubierta, nada la podría salvar de la horca. Los jueces hicieron lo posible para que prometiese ir a la iglesia protestante, pero su contestación fue sencilla y clara: "Eso no me lo permite la conciencia".

La vida de los sacerdotes es más fácil de describir por la semejanza que existe entre ellas.

Se educaron en seminarios y colegios en el extranjero (en España había tres en Valladolid, Madrid y Sevilla), cursando sus años de filosofía y teología. Después de ordenarse marchaban a Inglaterra, disfrazados de comerciantes, soldados, criados, etc., sabiendo que la muerte les acechaba a cada paso. Algunos fueron hechos prisioneros nada más llegar, mientras otros consiguieron pasar muchos años desapercibidos, sin despertar las sospechas de las autoridades civiles. Pero, más tarde o más temprano, para todos llegó el momento de la prueba. Generalmente debido a informes de algún traidor o espía, los guardias les buscaban, encontrándoles a veces en el acto de celebrar la misa o escondidos con sus hábitos sacerdotales en una casa. Encadenados, pasaban un periodo indefinido en la cárcel, donde eran interrogados repetidas veces para conseguir las pruebas necesarias contra ellos y los nombres de aquellos que les habían dado alojamiento o ayuda, tanto como los sitios donde habían celebrado la misa. Pero, fieles a su fe y su vocación, en ningún caso revelaban datos importantes. Por lo que eran sometidos a la tortura para conseguir por la fuerza lo que no quisieron decir libremente. Esta tortura fue tan dura a veces que, al llegar al juicio público, había que dejarles sentar, porque no tenían fuerza bastante para mantenerse de pie. Las condiciones en la cárcel fueron tan miserables que algunos murieron allí sin llegar a la horca. Un alumno del Colegio Inglés de Valladolid fue traicionado por su propio padre, quien, después de la muerte de su hijo en la cárcel, rehusó darle entierro cristiano.

Después del interrogatorio oficial venían las disputas con los pastores protestantes, quienes trataban de conseguir la apostasía de los misioneros mediante sus argumentos, sin éxito, saliendo vencidos por la sabiduría y la paciencia de los mártires, debidamente preparados durante sus estudios para este momento. Luego venía el juicio, del cual sabemos todos los detalles, puesto que los documentos oficiales y deposiciones se encuentran en los archivos del Estado todavía. Un estudio de estos documentos nos revela que la causa principal fue siempre religiosa, disfrazada bajo acusación de traición. Los documentos del juicio del Beato Edmundo Campion, uno de los más renombrados mártires de la Compañía de Jesús, también demuestran la insuficiencia de las pruebas admitidas por el juez, tanto como el truco principal que utilizaron los jueces para conseguir la condena cuando otras pruebas les fallaron.

Este método consistió en una serie de preguntas tales como las siguientes: "¿Aceptaría usted la libertad, tanto para usted como para su Iglesia, si esto fuese posible?". Dada la contestación afirmativa, el juez continuó: "¿La aceptaría de manos de una fuerza papal? En caso de una invasión de este reino por las fuerzas papales, ¿qué debe hacer un buen católico?". Como ningún católico de aquellos tiempos podía dar una contestación satisfactoria a estas preguntas, no había dificultad en condenarles como traidores al reino. Campion denunció con toda su elocuencia la injusticia de este truco en su juicio.

Después de la sentencia condenatoria les dejaban en la cárcel unos días más, sacándoles solamente para llevarles a la horca atados a una especie de trineo arrastrado por un caballo, siendo acompañados siempre por el pastor protestante discutiendo con ellos, sin duda para que no tuviesen oportunidad para hablar con amigos o rezar en paz. Al llegar al sitio de su martirio les quitaban la ropa, dejándoles solamente la camisa, así facilitaban el cumplimiento de los últimos detalles de la sentencia brutal. Ataban la cuerda al palo y el mártir subía las escaleras de la horca. La gente alrededor esperaba un discurso del condenado, y muchos de los mártires aprovecharon esta ocasión para hacer su última predicación de la verdadera fe a la gente ignorante que les rodeaba. Después de rezar una oración, sin miedo alguno y muchas veces con visible alegría, se preparaban para el supremo sacrificio. Quitando las escaleras o el carro debajo de sus pies el verdugo les dejaba congestionarse hasta casi perder el conocimiento. En este momento les echaba al suelo, donde les quitaban las entrañas y el corazón. A muy pocos, como favor especial, les dejaron en la horca hasta morir, y la mayoría tuvieron bastantes fuerzas para elevar una última oración al cielo en el momento de quitarles el corazón. Luego les cortaban la cabeza y les descuartizaban con el fin de exponer sus restos en un lugar público.

Así murieron por su fe, sabiendo que otros vendrían detrás de ellos para continuar su trabajo. En efecto, al recibir las noticias del martirio los estudiantes, todavía en sus colegios en el extranjero, solían acudir a la capilla para cantar el Te Deum y la Salve, En el Colegio de Valladolid esta ceremonia tenía lugar delante de una estatua de la Virgen mutilada por las tropas inglesas durante el saqueo de Cádiz. Como siempre, de la sangre de los mártires brotó una resistencia cada día más fuerte y más eficaz. España puede tener el merecido orgullo de haber dado refugio a muchos de aquellos sacerdotes, puesto que el Colegio de Valladolid cuenta entre sus alumnos de aquellos tiempos veintitrés mártires, diecinueve de ellos ya beatificados por la Iglesia. El país tendrá su recompensa por ese acto de generosidad y verdadero espíritu católico.

Quizá sea verdad que la resistencia a la Reforma fue menos dura y eficaz en Inglaterra que en otros países de Europa; pero también es cierto que el heroísmo de los pocos que lucharon tanto, perdiendo sus vidas por la causa de la fe, es un ejemplo, no solamente para los católicos ingleses, sino también para el mundo entero. De aquellos esfuerzos y de aquella sangre ha brotado la fe de nuevo en la isla, tanto que podemos afirmar que no fue derramada en vano. Lo mismo se dirá de todos los mártires de la Santa Iglesia, y mientras existan hombres y mujeres que estén dispuestos a sacrificar todo, incluso sus vidas, por la causa de la verdad, aquella verdad triunfará sobre todos los obstáculos y todos los perseguidores.

David Lionel Greenstock

martes, 14 de junio de 2011

14 DE JUNIO SAN ELISEO, Profeta (s. IX antes de Cristo)


Eliseo - "Dios es mi salvación" - es una figura dominante en el siglo IX antes de Cristo. Por la Biblia sabemos que su padre se llamaba Sabat, que era originario de Abel Meholah, al sur de Bet-Shan, y que su familia era una familia bien acomodada (1 Re 19, 16-19).

Dios lo elige directa y especialmente para que vaya en seguimiento de Elías (1 Re, 19, 19 ss) al cual sucederá después de la misteriosa desaparición de éste, heredando su espíritu en la media establecida por la Ley para los primogénitos.

Las Sagradas Escrituras le dan el apelativo de "hombre de Dios" y esta afirmación se revela principalmente por los prodigios que obra a lo largo de toda su vida. Su vida es más llamativa que la de Elías por los prodigios que obra pero su influjo fue menor, tan solamente una vez se le nombra en el Nuevo Testamento (Lc 4, 27) mientras a Elías 30 veces.

Su vida, a veces calcada en la de Elías, la recogen los dos Libros de los Reyes. Gozó de gran estimación entre los Reyes Josafat (2 Re 3, 12) y Joas (2 Re, 13, 14-19).

Aparece en la Biblia cuando sigue a Elías y él recibe el doble espíritu (2 Re, 1) y termina con el milagro que tuvo lugar con el cadáver del Profeta ya enterrado (2 Re, 13, 21)

Tremenda figura del Antiguo Testamento, un labrador del que se nos dice que estaba arando con doce yuntas cuando pasó junto a él el profeta Elías y le echó su manto por encima, transmitiéndole así sus poderes sobrenaturales.

Después de despedirse de los suyos, Eliseo ofrece un par de bueyes en sacrificio y sigue al maestro, a quien, antes de ver cómo era arrebatado al cielo en un carro de fuego, pide la confirmación de su espíritu de profecía.

El segundo libro de los Reyes dedica diversos capítulos a este hombre fuerte y singular que lucha enérgicamente contra la idolatría y va sembrando su camino de portentosos signos del poder de Dios: multiplica panes y también el aceite de unas tinajas, sana a un monarca leproso, incluso resucita a un niño.

Escenas que parecen borradores un poco toscos, como bárbaros, de otros bien conocidos de los Evangelios; impresionantes y con el sello de la intervención divina, pero sin el toque inconfundible de delicada humanidad, de Dios hecho carne y sentimiento, que tienen los milagros de Jesús.

Eliseo es como una vaga prehistoria anunciadora de Cristo, anuncia lo sublime desde un mundo todavía lleno de hosquedad e imperfección. En su rudeza quizá lo que mejor recordamos es el inesperado gesto de Elías recubriéndole con su manto, haciéndole suyo y ocultándole a los hombres para meterle en un ámbito sobrenatural que el labrador acepta dócilmente, atendiendo la llamada brusca y definitiva de Dios por la que lo deja todo.

lunes, 13 de junio de 2011

SAN ANTONIO DE PADU


1195-1231

Bien podía el Papa Pío XII, en 1946, al declararle Doctor de la Iglesia, felicitar a Portugal por haber regalado al mundo esta magnífica flor y a Padua por haberlo recibido en su tierra donde realizó toda clase de prodigios.

Pero ¿por qué es famoso San Antonio? El mismo Pío XII lo declaraba al afirmar que esta fama le venía, "por la santidad de su vida, por la insigne fama de sus milagros y por el esplendor de su doctrina... Por todo ello iluminó y sigue ahora iluminando a todo el universo...".

"El Santo de todo el mundo" le llamó el Papa León XIII. Y no exageraba, ya que San Antonio es sin duda alguna, el Santo más popular de la Iglesia. Pero, sobre todo, es venerado por la gente humilde que sabe descubrir en él la ayuda y el ejemplo en las cosas ordinarias y sencillas. Nació en Lisboa y le fue impuesto el nombre de Hernando o Fernando con el que se le conocerá hasta los veintiocho años cuando ingresó en la Orden Seráfica que cambiará por el de Antonio.

Sus padres se llamaron Martín Bullones y Teresa Tavera. Dieron una sencilla y cristiana educación a su hijo. A los 15 años se entregó a una vida de fervor religioso y estudio concienzudo.

Los Canónigos Regulares de San Agustín forjaron aquella inteligencia y modelaron aquel corazón que tanto supo amar a Dios y a las criaturas. Estudió primero en Lisboa y después en Coimbra.

Mientras estaba en esta ciudad presenció la llegada de los cuerpos de los cinco primeros mártires franciscanos muertos por su fe en Jesucristo, en Marruecos. Fernando recibió como un aldabonazo muy fuerte en su corazón y como una llamada a ser Mártir como aquellos valientes religiosos. Ni corto ni perezoso corre a la portería de los Frailes Menores, al convento de San Antonio de los Olivares, y le dice al P. Guardián a quemarropa: "Padre, si me prometéis enviarme a tierra de moros, os ruego que me deis vuestro hábito".

Es el verano de 1220. Antonio tiene 25 años. Su noviciado fue breve pero bien aprovechado. Asimila las virtudes y la Regla del Padre San Francisco. El P. Guardián sabe que debe cumplir la promesa hecha a Antonio de enviarlo en cuanto haya ocasión a tierra a moros, y, así lo hace en la primavera del 1221. Llegando ya a Marruecos una enfermedad le hace volver hacia España, pero una tormenta arrastra la embarcación hasta Sicilia y allí desembarcan.

En el mismo año le encontramos al lado de San Francisco en el Capítulo general de Asís.

Su encuentro con San Francisco fue digno de quedar grabado para siempre en la historia franciscana. El Serafín de Asís le llamaba cariñosamente "mi obispo" y le ordena que reciba el sacerdocio.

Poco después de esto fue cuando dio muestras de unas excepcionales dotes de predicador. Sus superiores le enviaron entonces a las regiones de la Italia septentrional y de Francia, por las que se difundían las doctrinas cátaras. Desde el convento que fundó en Brive-la-Gaillarde, irradió su influjo Antonio sobre todo el Lemosín, en donde suscitó un amplio movimiento de conversiones.

No llegó a Padua hasta 1230. Al año siguiente, tras haber predicado una cuaresma que conmovió profundamente a la ciudad, moría a los treinta y seis años. Iba a dar comienzo la obra póstuma de Antonio.

El 13 de junio de 1231, con las palabras "Ya veo a Dios", volaba a la eternidad. Antes de un año de su muerte, era canonizado (30 de mayo de 1232) y ya empezaban a multiplicarse los milagros debidos a su intercesión.

Cuando muchos católicos pierden algo, lo primero que hacen es orar a San Antonio. A todo lo largo del mundo la gente implora su intercesión para encontrar de todo, desde las llaves perdidas hasta las almas perdidas.

No sabemos con seguridad cómo un sacerdote franciscano pudo convertirse en una oficina celestial de objetos perdidos. Una leyenda dice que cuando un fraile robó un libro, Antonio oró para que fuera devuelto. El fraile de dedos pegajosos fue poseído de remordimientos y volvió a traer el libro.

Independientemente de cómo San Antonio llegara a asociarse con la recuperación de los objetos perdidos, es uno de los santos favoritos en todo el mundo.

sábado, 11 de junio de 2011

SAN BERNABE, Apóstol (Siglo I)



Fiestas en Logroño, 11 de Junio


Nació en la Isla de Chipre, era Judío de la tribu de Leví.

Su nombre original era José. Los apóstoles le cambiaron por el de Bernabé, que según San Lucas significa "el esforzado", "el que anima y entusiasma".

Los Hechos de los Apóstoles nos narra que Bernabé vendió su finca y entregó todo el dinero a los Apóstoles para distribuir entre los pobres. (Hch,4)

Fue un gran colaborador de San Pablo quién a su regresó a Jerusalén, tres años después de su conversión, recibió de Bernabé el apoyo ante los demás Apóstoles que sospechaban de él.

No cuenta entre los doce elegidos por Nuestro Señor Jesucristo, pero probablemente fue uno de los setenta discípulos mencionados en el Evangelio. Bernabé es considerado Apóstol por los primeros Padres de la Iglesia y también por San Lucas, por la misión especial que le confió el Espíritu Santo.

Los Apóstoles lo apreciaban mucho por ser "un buen hombre, lleno de fe y del Espíritu Santo" (Hechos 11,24), por eso lo eligieron para la evangelización de Antioquía.

Con sus prédicas aumentaron los convertidos.

Se fue a Tarso, y se asoció con Pablo, Juntos obtuvieron un éxito extraordinario. Regresaron a Antioquía, donde permanecieron por un año. Antioquía se convirtió en el gran centro de evangelización y donde por primera vez se le llamó Cristianos a los seguidores de la doctrina de Cristo.

Volvieron a Jerusalén enviados por los Cristianos de la floreciente iglesia de Antioquía, con una colecta para los que estaban pasando hambre en Judea.

El Espíritu habló por medio de los maestros y profetas que adoraban a Dios: "Separad a Pablo y Bernabé, para una tarea que les tengo asignada".

Después de ayuno y oración Pablo y Bernabé recibieron la misión y la imposición de manos. Partieron acompañados de Juan Marcos, primo de Bernabé, futuro evangelista, a predicar a otros lugares, entre estos Chipre, la patria de Bernabé. Allí convirtieron al procónsul romano Sergio Paulo, de quien Saulo tomó el nombre para predicar entre los gentiles.

Fueron luego a Perga en Pamfilia, donde se inició el mas peligroso viaje misionero. Juan Marcos no estaba muy decidido y les abandonó, regresando solo a Jerusalén

Luego prosiguieron su viaje misionero por las ciudades y naciones del Asia Menor.

En Iconium, capital de Licaonia, estuvieron a punto de morir apedreados por la multitud. Se refugiaron en Listra, donde el Señor por medio de San Pablo curó milagrosamente a un paralítico y por esa razón los habitantes paganos dijeron que los dioses los habían visitado, haciendo lo imposible evitaron que la población ofreciera sacrificios en honor a ellos y por eso se pasaron al otro extremo y lanzaron piedras contra San Pablo y lo dejaron maltrecho.

Tras una breve estancia en Derne, donde muchos se convirtieron, los dos Apóstoles volvieron a las ciudades que habían visitado previamente, para confirmar a los convertidos y para ordenar presbíteros. Recordaban que "es necesario pasar por muchas tribulaciones para entrar en el Reino de Dios" (Hch 14, 22). Después de completar la primera misión regresaron a Antioquía de Siria.

Poco después, algunos de los Judíos Cristianos, contrarios a las opiniones de Pablo y Bernabé, exigían que los nuevos cristianos, a parte de ser bautizados sean circuncidados. A raíz de eso, se convocó al Concilio de Jerusalén. Se declaró entonces que los gentiles convertidos estaban exentos del deber de la circuncisión.

Ante el segundo viaje misionero surgió un conflicto entre Pablo y Bernabé. Bernabé quería llevar a su primo Juan Marcos y Pablo se oponía por haberles abandonado en la mitad del primer viaje (por miedo a tantas dificultades). Decidieron separarse. San Pablo se fue a su proyectado viaje con Silas y Bernabé partió a Chipre con Juan Marcos.

Mas tarde se volvieron a encontrar como amigos misionando en Corinto (1 Co. 9, 5-6), por lo que se deduce que Bernabé aún vivía y trabajaba en los años 56 o 57 P.C. Posteriormente San Pablo invita a Juan Marcos a unirse a él, cuando estaba preso en Roma, cosa que nos indica que Bernabé ya había muerto alrededor del año 60 o 61. Otros dicen que era predicador en Alejandría y Roma y primer obispo de Milán.

Escritos apócrifos hablan de un viaje a Roma y de su martirio, hacia el año 70, en Salamina, por mano de los Judíos de la diáspora que lo lapidaron. Tertuliano afirma que Bernabé escribió la Epístola a los Hebreos, otros creen que escribió en Alejandría la Epístola de Bernabé. En realidad, lo que se sabe de el es lo que aparece en el Nuevo Testamento.

Fuente Bibliográfica: Vidas de los Santos de Butler, Vol. II.

jueves, 9 de junio de 2011

SAN EFRÉN 306-373


No es críticamente cierta la cronología ni la historia de este gran Santo que ha llegado hasta nosotros con los piropos de "Arpa del Espíritu Santo, Cantor de la Virgen Inmaculada, Profeta de los sirios, Maestro del Orbe..."

Poco sabemos de su niñez. Algunos historiadores creen que sus padres eran cristianos por la sencilla razón de que los nombres bíblicos solamente solían ponerlos a sus hijos los cristianos.

Nació en Nísibe de Mesopotamia, la actual Irak por el 306.

Parece ser que Efrén se puso al servicio del Obispo de Nísibe, que era el santo varón Jacobo y éste le ordenó de diácono y le encomendó que abriera una Escuela en la que se enseñase, sobre todo, la Sagrada Escritura. Allí Efrén dio comienzo a escribir sus famosos Carmina Nisebina.

Cuando Nísibe pasó a depender de la autoridad de los persas, en 363, Efrén se expatrió junto con la escuela a Edesa. Allí moriría en el año 373.

Su encuentro con San Basilio, cuyo nombre llenaba toda la cristiandad, fue emocionante como el mismo San Efrén nos lo cuenta. Era por el 370. Después de las respectivas presentaciones, le dijo San Efrén: "¡Oh Padre mío, guárdame de mi debilidad y de mis negligencias; dirígeme por el camino recto, el Dios de las inteligencias me ha traído hasta ti para que seas mi médico. Detén mi navío en la onda del reposo!".

La caridad ardía en sus entrañas. Dio cuanto tenía para los pobres. Ya anciano se puso a edificar un hospital para sus conciudadanos de Edesa. Ellos llorarán su muerte como la del padre más amado. A pesar de ser simplemente Diácono hará el oficio de sacerdote, de obispo y de papa, ya que su influjo en la Iglesia de su tiempo no fue superado por nadie.

San Efrén es a la vez un místico - cuya contemplación procede de una ascesis rigurosa -, un doctor igualmente centrado en la alta doctrina como en la catequesis del pueblo, y un poeta a quien las Iglesias de lengua siria han apellidado «el arpa del Espíritu Santo». La producción de Efrén es considerable, pero puesta por entero al servicio de la catequesis.

Bajo la forma de himnos y homilías rimadas, el diácono de Nísibe y de Edesa sigue enseñando al pueblo, de acuerdo con un método que se presta en gran manera a la memorización.

Tiene preciosos comentarios a las Sagradas Escrituras. Encantadores sus "Himnos fúnebres". Compuso muchos himnos y comentarios preciosos sobre la Virgen María, especialmente sobre la Inmaculada. Bien ha merecido el título de "Cantor de la Virgen Inmaculada".

La poética de Efrén, de inspiración semítica, se aparta un poco de la occidental, por sus metáforas e hipérboles, pero su obra está transida de una finísima inspiración de amor a Cristo y a la Virgen Madre de Dios.

Es difícil imaginar un oficio litúrgico sin canto. Desde las catedrales a las capillas, la música es parte integral de la celebración. Más aún, los himnos infunden enseñanza religiosa en nuestro mismo ser. Cojamos un himno tan popular como el «Amazing Grace» (Gracia asombrosa). Pocas historias de conversión han sido contadas de manera tan sucinta, o duradera, como las palabras del en un tiempo esclavista y capitán de navío John Newton.

El uso de los himnos como medio para educar e instruir no empezó en tiempos de Newton.

San Efrén cogía los cantos de los grupos disidentes y heréticos y rescribía sus letras para reflejar una doctrina exacta. Por añadidura, fue uno de los primeros en componer cantos para la adoración oficial de la Iglesia.

A lo largo de los siglos se han compuesto muchas gloriosas piezas musicales para honrar y glorificar a Dios. Aunque puedan disfrutarse meramente por su deleite estético, pueden también utilizarse como un medio de fomentar nuestra vida de oración. Si tienes una composición favorita (quizá El Mesías de Haendel o el Réquiem de Mozart) basada en un tema religioso, ¿por qué no dejarla llenar los lugares vacíos de tu alma? Como Thomas Campion dijera una vez: «El cielo es música.»

Santamente volaba al cielo el 373 ordenando que no se le hicieran honras fúnebres aunque en esto sus hijos espirituales no le hicieron caso.

En 1920 se le reconoció como doctor de la Iglesia por su combate contra las herejías y su inspirada exaltación de las verdades de la fe, sobre todo de la Presencia real de Cristo en la Eucaristía y de la pureza de la Virgen (uno de sus títulos es el de «cantor de la Inmaculada».)

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