TODOS LOS SANTOS

sábado, 13 de julio de 2013

SANTA TERESA DE LOS ANDES


El Continente joven, nuestra América, nos da también Santos muy jóvenes. Hoy nos toca presentar a Teresa de los Andes, una Santa que muere en la flor de la edad ―diecinueve años sólo―, y que se gana todos los corazones. ¡Qué linda esta jovencita chilena, que nace con el siglo veinte, el año 1900!

Muy niña aún, entabla con el Padre Capellán este diálogo encantador:
- Padrecito, vámonos al cielo.
- Bien, vamos. Pero, ¿dónde está el cielo?
- Allá, en los Andes. Mírelos qué altos son, que tocan al cielo.
- Está bien, hijita. Pero fíjate: cuando hayamos trepado esos montes, el cielo estará mucho más arriba. No; ése no es el camino del cielo. ¿Sabes dónde está el verdadero camino del Cielo? En el Sagrario, donde está Jesús.

Teresa lo entiende, y ya no suspira sino por recibir a Jesús.




El santo Padre Mateo Crawley entroniza en el hogar al Sagrado Corazón, y la mamá le pide:
- Padre, consagre especialmente mi hija al Sagrado Corazón.
Así lo hace el Padre Mateo. Y la mamá, al conocer después la santidad de su hija, dirá:
- Con todo el corazón se la presenté yo también. Y Nuestro Señor no desechó la ofrenda.
Teresa recibe la Primera Comunión de manos del gran Obispo Monseñor Jara, de quien es esa célebre página sobre la madre. La niña Teresa se sintió feliz, y escribió:
- Jesús, desde ese primer abrazo, no me soltó y me tomó para sí. Todos los días comulgaba y hablaba con Jesús largo rato.
Su devoción a María va a ser también muy tierna, como nos dice ella misma: -Mi devoción espe-cial era la Virgen. Le contaba todo. La Virgen, que jamás ha dejado de consolarme y oírme.

Teresa es cada día más buena. Pero no vayamos a pensar que era sin esfuerzo. Si le preguntamos a la mamá, ésta nos responde:
- Solía tener sus rabietas, que se traducían en llantos a mares y en tenacidad para no obedecer. Pero fue venciéndose y adquiriendo gran dominio de sí misma.

Afectuosa, se hacía querer de todos. Juegan mucho los seis hermanos, gana ella casi todas las partidas, y hasta le tienen que prohibir el juego por tantas discusiones. Montar a caballo y nadar constituían sus delicias... En suma, una muchachita normal, encantadora: buena y traviesa, inocente y enredona...
Desde niña, aprende el Catecismo y se convierte en catequista. De familia acomodada, busca los niños más pobres. Les enseña la doctrina, les dice cómo amar a Jesús y a la Virgen, les hacer mirar la eternidad del Cielo y del Infierno...
Y tiene siempre alegres a estos niños. Era una consecuencia de la alegría que llevaba dentro de sí este ángel caído del cielo, y que tenia por máxima:
- Dios es alegría infinita.
¿Y se puede estar tristes cuando se tiene a Dios dentro de nuestro ser? Con Dios no cesa nunca la alegría en el alma. La alegría es la manifestación más pura de la presencia de Dios con nosotros.
Se hizo famoso el caso del niño que encuentra perdido en la calle. Harapiento y muerto de hambre, se lo lleva a casa. Lo cuida, lo mima. Se las ingenia para sacar dinero de sus ahorritos, y escribe:
- El día de mi cumpleaños junté treinta pesos. Voy a comprarle unos zapatos a Juanito y lo demás se lo entregaré a mi mamá para que ayude a los pobres.
Todos se extrañan de su proceder, y le preguntan:
- Pero, ¿qué has hecho?...
Y ella, con la naturalidad más grande del mundo:
- Nada. Le he dado mis zapatos a la mamá de Juanito, porque ella no tenía. Y al papá, como es aficionado al licor y hace padecer a los suyos, lo he llamado y le he hecho ir a confesarse y comulgar. Después, fui a su casa para consagrar la familia al Sagrado Corazón de Jesús.

Así es Teresa. Entre las compañeras, es la mejor del Colegio. Queda la primera muchas veces, y ella lo consigna con simpático orgullo, por amor a sus papás:
- Salí primera en Historia. Estoy feliz. Yo que jamás tenía puestos, ahora la Virgen me los da. Se los pido para dar gusto a mi papá y a mi mamá.
¿Por qué es tan querida de todos? Porque es fiel a sus lemas, cumplidos con tesón:
- El deber ante todo, el deber siempre.
- El amor es la fuerza que ayuda a obrar.
- Me esmeraré en labrar la felicidad de los demás. Para ello, olvidarme de mí misma.

Ya lo vemos: una chica como cualquier otra en apariencia, pero con un tesón enorme por superarse.

La vida le sonríe, pero Teresa la va a sacrificar generosamente. Pide entrar en el convento de las Carmelitas de clausura, de Los Andes, y en él se encierra para siempre. La que se llamaba Juanita, ahora se quiere llamar Teresa, y como Santa Teresa de Los Andes será conocida para siempre en la Iglesia.

Pero su vida de religiosa va a ser muy corta. No llegará a un año, pues, a los once meses, el Señor se la lleva para darle el premio de su vida preciosa. En vida y en muerte, se le ha cumplido su gran deseo:
- ¿Quién puede hacerme más feliz que Dios? Nadie. En Él lo encuentro todo....


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