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jueves, 7 de mayo de 2009

VATICANO - La catequesis de Benedicto XVI dedicada a San Juan Damasceno:


"Dios quiere descansar en nosotros, quiere renovar la naturaleza también a través de nuestra conversión, quiere hacernos partícipes de su divinidad" - Mensaje a las poblaciones jordanas, israelíes y palestinas
Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) – Juan Damasceno es "un personaje de primera categoría en la historia de la teología bizantina, un gran doctor en la historia de la Iglesia universal. Es sobre todo un testigo ocular del paso de la cultura griega y siriaca, compartida en la parte oriental del Imperio bizantino, a la cultura del Islam, que se hizo espacio con sus conquistas militares en el territorio reconocido habitualmente como Medio o Próximo Oriente". Con estas palabras el Santo Padre Benedicto XVI ha presentado la figura de San Juan Damasceno, sobre la que se ha centrado en la catequesis tenida durante la audiencia general del miércoles 6 de mayo.



Nacido en una rica familia cristiana, Juan asumió siendo joven el cargo de responsable económico del califato. Sin embargo, insatisfecho de la vida de corte, entró en el monasterio de San Saba, cerca de Jerusalén, alrededor del año 700. Dedicó toda su vida a la ascesis y a la actividad literaria, no desdeñando la actividad pastoral, de la que da testimonio sobre todo sus numerosas "Homilías". Su memoria litúrgica se celebra el 4 de diciembre. El Papa León XIII lo proclamó Doctor de la Iglesia universal en 1890. De él se recuerdan en Oriente sobre todo los tres Discursos contra quienes calumnian las imágenes santas, que fueron condenados, tras su muerte, por el Concilio iconoclasta de Hieria (754) y rehabilitados por el II Concilio de Nicea (787). " En estos textos es posible encontrar los primeros intentos teológicos importantes de legitimación de la veneración de las imágenes sagradas, uniendo a éstas al misterio de la Encarnación del Hijo de Dios en el seno de la Virgen María”.
"Juan Damasceno - ha explicado Benedicto XVI - fue también uno de los primeros en distinguir entre el culto público y privado de los cristianos, entre la adoración (latreia) y la veneración (proskynesis): la primera sólo puede dirigirse a Dios, sumamente espiritual, la segunda en cambio puede utilizar una imagen para dirigirse a aquel que es representado por ella. Obviamente, el Santo no puede en ningún caso ser identificado con la materia de la que está compuesto el icono. Esta distinción se reveló en seguida muy importante para responder de modo cristiano a aquellos que pretendían como universal y perenne la observancia de la severa prohibición del Antiguo Testamento sobre la utilización cultual de las imágenes. Esta era la gran discusión también en el mundo islámico, que acepta esta tradición hebrea de la exclusión total de las imágenes en el culto. En cambio los cristianos, en este contexto, han discutido el problema y encontrado la justificación para la veneración de las imágenes.… a causa de la encarnación, la materia aparece como divinizada, es vista como morada de Dios. Se trata de una nueva visión del mundo y de las realidades materiales. Dios se ha hecho carne y la carne se ha convertido realmente en morada de Dios, cuya gloria resplandece en el rostro humano de Cristo. Por tanto, las invitaciones del Doctor oriental son aún hoy de extrema actualidad, considerando la grandísima dignidad que la materia ha recibido en la Encarnación, pudiendo llegar a ser, en la fe, signo y sacramento eficaz del encuentro del hombre con Dios”.
La enseñanza de Juan Damasceno concierne también a la veneración de las reliquias de los santos, ha recordado el Pontífice, "sobre la base de la convicción de que los santos cristianos, habiendo sido hechos partícipes de la resurrección de Cristo, no pueden ser considerados simplemente como 'muertos'.. El último argumento tocado por el Santo Padre se refería al tema del estupor: "también nuestra fe comienza con el estupor de la creación, de la belleza de Dios que se hace visible. El optimismo de la contemplación natural (physikè theoria), de este ver en la creación visible lo bueno, lo bello y lo verdadero, este optimismo cristiano no es un optimismo ingenuo: tiene en cuenta la herida infligida a la naturaleza humana por una libertad de elección querida por Dios y utilizada inapropiadamente por el hombre, con todas las consecuencias de desarmonía difundida que han derivado de ella. De ahí la exigencia, percibida claramente por el teólogo de Damasco, de que la naturaleza en la que se refleja la bondad y la belleza de Dios, herida por nuestra culpa, "fuese reforzada y renovada" por el descendimiento del Hijo de Dios en la carne… Vemos, por una parte, la belleza de la creación y, por otra, la destrucción hecha por la culpa humana. Pero le vemos en el Hijo de Dios, que desciende para renovar la naturaleza, el mar del amor de Dios hacia el hombre". El Santo Padre ha concluido su catequesis invitando a compartir hoy los mismos sentimientos de los cristianos de entonces cuando escucharon las enseñanzas de Juan Damasceno: "Dios quiere descansar en nosotros, quiere renovar la naturaleza también a través de nuestra conversión, quiere hacernos partícipes de su divinidad. Que el Señor nos ayude a hacer estas palabras sustancia de nuestra vida”.

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