TODOS LOS SANTOS

domingo, 22 de julio de 2007

SANTA MARIA MAGDALENA.





La Magdalena, pecadora y santa



La Magdalena es nombrada tres veces en los evangelios con este nombre, aunque no es un nombre propio. La primera cuando se arrepiente de sus pecados públicos. La segunda cuando permanece al pie de la cruz junto a María Santísima, a pesar de la huída de casi todos. La tercera cuando acude al sepulcro y Jesús resucitado se le aparece.

Los tres son momentos de una gran intensidad, pues son situaciones con una fuerte carga emocional imposible de observar con indiferencia. En las tres consigue hacer reaccionar el Corazón de Jesús, el mismo que sabe lo que hay en el corazón de todo ser humano, también en el de la Magdalena.

Veamos el primero de estos encuentros, precedido muy posiblemente fue por otros, desconocidos para nosotros, pero que irían preparando a la conversión el corazón de aquella mujer.

Uno de los fariseos le rogaba que comiera con él; entrando en casa del fariseo se sentó a la mesa. Y he aquí que había en la ciudad una mujer pecadora que, al enterarse que estaba sentado a la mesa en casa del fariseo, llevó un vaso de alabastro con perfume, se puso detrás a sus pies llorando y comenzó a bañarlos con sus lágrimas, los enjugaba con sus cabellos, los besaba y los ungía con el perfume.

Viendo esto el fariseo que lo había invitado decía para sí: Si este fuera profeta sabría con certeza quién y que clase de mujer es la que le toca: que es una pecadora. Jesús tomó la palabra y dijo: Simón, tengo que decirte una cosa. Y él contestó: Maestro, di. Un prestamista tenía dis deudores: el uno le debía quinientos denarios, y el otro cincuenta. No teniendo con que pagar, se lo perdonó a los dos. ¿Cuál de ellos le amará más? Simón contestó: estimo que aquel a quien se le perdonó más. entonces Jesús le dijo: Has juzgado con rectitud. Y vuelto hacia la mujer, dijo a Simón: ¿Ves a esta mujer? entré en tu casa y no me diste agua para limpiarme los pies; ella en cambio ha bañado mis pies con sus lágrimas y los ha enjugado con sus cabellos. No me diste el beso, pero ella desde que entré no ha dejado de besar mis pies. No has ungido mi cabeza con óleo; ella en cambio ha ungido mis pies con perfume. Por eso te digo: le son perdonados sus muchos pecados, porque ha amado mucho. Aquél a quien menos se perdona menos ama. Entonces le dijo a ella: Tus pecados quedan perdonados. Y los convidados comenzaron a decir entre sí: ¿Quién es éste que hasta perdona los pecados? El le dijo a la mujer: Tu fe te ha salvado; vete en paz [337].

Valía la pena transcribir entera la escena por la riqueza y plenitud de significado; los hechos hablan sin palabras. Una mujer se arrepiente de pecados conocidos de todos; un fariseo la critica pensando mal de ella y de Jesús, pues no entiende la misericordia; El Señor capta los sentimientos más íntimos de la mujer y la hipocresía de los que le invitan. Esto es el resumen, pero detengámonos en los detalles para no perder los matices que enriquecen esta situación tan alentadora para todo pecador con deseos de arrepentimiento.

Aquella mujer era públicamente conocida como pecadora. Jesús había condenado claramente los pecados ocultos que se generan en el pensamiento cuando decía: Habéis oído que se dijo: no cometerás adulterio. Pero yo os digo que todo el que mira a una mujer deseándola, ya ha cometido adulterio en su corazón[338]. Y extendía la condena a los malos deseos: pues del corazón proceden los malos pensamientos, homicidios, adulterios, actos impuros, robos, falsos testimonios y blasfemias[339]. El pecado externo añade mayor voluntariedad al que se ha engendrado en el interior, pero no hay pecado externo si antes no se ha pecado con la voluntad y el pensamiento. En una primera mirada parece que el pecado de la Magdalena incurre en los tres tipos de pecado impuro - pensamiento, deseo y obra-, además del escándalo propio de los pecados públicos realizados por quien no le importa que se conozcan sus pecados.

La Magdalena prefiere no hablar y que sean sus gestos los que muestren su cambio interior. Las lágrimas, la postración y el perfume son suficientemente expresivos, como Jesús dice a Simón. Estos gestos manifiestan que es amor sin temor lo que mueve a la Magdalena. ¿Qué importan las críticas si quiere ser perdonada? Esas críticas serán como fuego purificador de sus locuras. Ella quiere ser una mujer nueva. Pero necesita la confirmación del Maestro. Y Jesús dice que su pecado es real, pero encuentra la disculpa: ha amado mucho. Las últimas palabras del Señor se le quedarían fuertemente gravadas en su memoria: vete en paz. Se le dilataría el alma, y asentiría con toda su alma cuando oyese que ama más aquel a quien más se le perdona.

Una vez quitada la corteza de pecado -prisión de difícil escapatoria- puede salir al exterior con un vigor nuevo lo que lleva adentro. El amor que le llevó a pecar, una vez purificado, le llevará a entregarse de una manera que irá creciendo con el tiempo. Cerca de Jesús la veremos entre las mujeres que son fieles en el suplicio de la Cruz, y en la Resurrección ocupa un lugar destacado. Su conversión no es debida al temor a los castigos merecidos por sus pecados, sino fruto de un amor verdadero que sabe pedir perdón y superar con decisión los errores pasados. Se da en ella lo que dice un sacerdote poeta hablando de la confesión.

De pasarme las horas confesando,

los días y los años absolviendo

pecadores, sí, ¡santos!,

ángeles con el ala rota,

pedros y magdalenas que se acusan

del peso de la sombra de este mundo:

de tanto perdonarles alma y cuerpo

se vuelven transparentes [340]

La Magdalena fue volviéndose transparente.

Los hechos posteriores confirman el diagnóstico de Jesús sobre la Magdalena cuando dice que es una mujer que sabe amar. No es difícil aceptar que María de Betania y la Magdalena son una misma mujer. María se queda absorta en las palabras del Maestro porque ama mucho; María llora cuatro días con gran dolor a su hermano muerto porque ama mucho; María unge al Señor intuyendo la muerte del Señor como algo próximo porque ama y comprende al Señor; María usa un frasco de alabastro, igual que en Magdala, como recordando el momento único de su primera conversión y el perdón del Señor; María lava los pies del Señor y los seca con sus cabellos con un gesto equivalente al del perdón, aunque sin las lágrimas, porque ya ha sido transformada. Todos estos hechos manifiestan un corazón que sabe querer y que ha crecido en lo sobrenatural y en lo humano.

El Viernes Santo, en la crueldad de la Pasión de Jesús, está con las demás mujeres que rodean a María Santísima al pie de la Cruz. Juan, que tanto sabe de amor, la cita por su nombre cuando dice que junto a la Madre de Jesús estaba la hermana de su madre, María mujer de Cleofás, y María Magdalena[341]. Probablemente la nombra porque capta su destacado papel en los últimos días, su entrega total, su amor sin reservas.

Nosotros contemplamos ahora a la Magdalena mirando con los ojos llenos de lágrimas al Crucificado, mira al que le ha enseñado a amar con un amor pleno, limpio y eterno. ¿Qué pensaría en aquellos momentos? Quizá se uniría al dolor de Jesús y de María, consciente de que se está realizando el Sacrificio perfecto que está salvando a toda la humanidad, eso la consolaría; pero es indudable que tendría que realizar muchos esfuerzos para no rebelarse ante aquella jauría de fieras que condenaban a Jesús.

El Sábado Santo la Magdalena prepara los ungüentos para embalsamar el Cuerpo de Jesús junto a las demás mujeres. Mientras ellas trabajan la Virgen María reza y sufre la prolongación de la Pasión para ella. Las mujeres deben crecer en la fe, su amor al Maestro sólo le lleva a preparar lo necesario para preparar un cadáver, pero no para esperar contra toda esperanza humana la Resurrección. Aquella actividad la aliviaría del intenso dolor del día anterior.

El primer día de la semana, que nosotros llamamos día del Señor o domingo, sale muy de mañana con los demás mujeres hacia el Sepulcro para realizar aquella obra de piedad que es una despedida: embalsamar el cadaver de Jesús. Piensan en la pesada piedra que había visto colocar pues habían observado todo con atención, pero siguen adelante a pesar de no tener medios para sacarla. Y cuando llegan encuentra el sepulcro vacío.

Entonces María actúa según su temperamento, sale corriendo a avisar a Pedro y a Juan; las demás se quedan allí y se les aparecen ángeles que les dicen que Jesús ha resucitado, pero María ya ha marchado. Pedro y Juan llegan al sepulcro ven las cosas como les ha dicho María, y se marchan; llega María y no hay nadie en el sepulcro, es entonces cuando se dará una nueva conversión de María Magdalena.

Vale la pena recordar entera la escena. María estaba fuera llorando junto al sepulcro. Mientras lloraba se inclinó hacia el sepulcro, y vio a dos ángeles de blanco, sentados uno a la cabecera y otro a los pies, donde había sido puesto el cuerpo de Jesús. ellos le dijeron: Mujer, ¿por qué lloras? Les respondió: se han llevado a mi Señor y no se donde le han puesto. Dicho esto, se volvió hacia atrás y vio a Jesús de pie, pero no sabía que era Jesús. Le dijo Jesús: Mujer ¿por qué lloras? ¿A quién buscas? ella, pensando que era el hortelano, le dijo: Señor, si te lo has llevado tú, dime dónde lo has puesto y lo recogeré. Jesús le dijo: ¡María! Ella, volviéndose, exclamó en hebreo: ¡Rabbuni!, que quiere decir Maestro. Jesús le dijo: Suéltame, que aún no he subido a mi Padre;pero vete a mis hermanos y diles: subo a mi Padre y a vuestro padre, a mi Dios y a vuestro Dios. Fue María Magdalena y anunció a los discípulos: ¡He visto al Señor!, y me ha dicho estas cosas[342].

Jesús le da el encargo de ir a los suyos, y la antigua pecadora se convierte en testigo anunciando a los Apóstoles la resurrección de Jesús. Parece que el Maestro quiere que aprendan una nueva lección: tendrán que experimentar la dificultad para creer sólo por el testimonio de otra persona, que además antes fue pecadora.

“Es sabido que Rábano Mauro, en el siglo XI, llamaba a María Magdalena Apostolorun Apostola, la apóstol de los apóstoles (expresión que repite santo Tomás de Aquino)”[343].Bonita expresión que muestra la grandeza de la acción de Dios en las almas cuando son dóciles.

Llena de esperanza contemplar la obra de Dios en una alma fiel. Dios es siempre el mismo, somos nosotros los que podemos responder mejor o peor a su labor en nuestras almas. María Magdalena se convirtió y partiendo de muy abajo llegó muy arriba, de ella habían salido siete demonios[344], pero su fidelidad no teme a la Cruz y es apóstol primera de la Resurrección.

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