TODOS LOS SANTOS

viernes, 26 de abril de 2013

SAN BASILIO DE AMASEA OBISPO




Al inicio del siglo IV Basilio fue nombrado Obispo de Amasea, y participó en el año 312 en el concilio de Ancira y en el 315 en el de Neocesarea.

La leyenda cuenta que Basilio brindó refugio a una joven cristiana de nombre Glafira, quien era sirvienta de la mujer del emperador Licinio, y que era acosada por aquel.

El emperador al enterarse de la intervención de Basilio, lo hizo arrestar y lo condenó a ser llevado a Nicomedia para allí ser muerto por decapitación.

En el viaje Basilio cayó al mar, muriendo ahogado, la misma leyenda dorada cuenta que Sinopo, uno de sus discípulos fue guiado por un ángel para que pueda encontrar el cuerpo y así darle cristiana sepultura.

Lo que sabemos con certeza es que murió entre los años 319 y 322 durante la persecución a los cristiano emprendida por el emperador Licinio.



sábado, 23 de febrero de 2013

SAN POLICARPO DE ESMIRNA



SAN POLICARPO DE ESMIRNA 70-155
En la persona del obispo Policarpo tenemos al postrer testigo de la edad apostólica que, el 23 de febrero del año 155, subía a la hoguera en medio del teatro de Esmirna, en presencia de todo el pueblo. Policarpo había sido discípulo de Juan. Había visto con sus propios ojos y oído con sus propios oídos a aquel cuyas manos tocaron el Verbo de vida, y había escuchado del discípulo que Jesús sentía predilección por el mandamiento nuevo del amor fraterno.
Quizá fue el mismo San Juan quien nombró Obispo de Esmirna, esta bella ciudad asiática, asentada a la ladera del monte Pagus y bañada por el mar Egeo, a Policarpo. Desde su Sede dirigía, con gran amor y sabiduría, a su grey por los caminos del verdadero Evangelio y les alentaba para que no se dejaran nunca inficcionar por la herejía y para que fueran valientes para defender a Jesucristo contra los paganos si llegaba la hora de probar su fe.
Si quisiéramos resumir la vida de este hombre, de este gran obispo, habría que hacerlo en una sola palabra: Amor. Amó y supo enseñar el amor único y verdadero. Todo lo demás debía, decía él, ser colocado al servicio de este Amor... Dentro de este pentagrama deben colocarse todas las notas - léase toda la vida - del verdadero cristiano. De cuando en cuando decía a sus ovejas: "Todo el que no confesare que Jesucristo ha venido en carne, es un anticristo, y el que no confesare el testimonio de la cruz, procede del diablo, y el que torciere las sentencias del Señor en interés de sus propias concupiscencias, ése tal es primogénito de Satanás"...
Todos sabían de la gran bondad y tierno corazón de Policarpo. Él es duro consigo mismo, pero muy suave y dulce para con los demás, menos con los que intentan sembrar el terror entre sus ovejuelas. De sus labios brotan palabras de amor y cariño y no sólo palabras sino hechos maravillosos a favor de los pobres y enfermos. A todos atiende con caridad sin igual y como si del mismo Maestro se tratara.
A veces hasta los niños quedaban extasiados escuchando sus ardorosas palabras. Uno de estos niños, que no pierde ni palabra de cuanto oye a este ya anciano venerable, se llama Ireneo que llegará a ser obispo de Lyón y gran Padre de la Iglesia. En su cuadernillo de notas, este discípulo aprovechado escribió y nos transmitió hasta nosotros estas hermosas frases de su maestro y padre en la fe: "Cristo es el que levantó sobre la cruz nuestros pecados". "Cristo es nuestra esperanza y prenda de nuestra salvación". "Cristo es el que soportó todo por nosotros"... Eran palabras hermosas que poco después las confirmarán tratando de dar testimonio de ellas con su sangre.
Por eso, en el relato que los cristianos de Esmirna legaron sobre la muerte de su obispo, volvemos a hallar algo de la serenidad y ternura propias de los escritos de Juan.
Comoquiera que el procónsul le presionase a Policarpo para que renegase de Cristo, le respondió: «Hace ochenta y seis años que le sirvo y jamás me ha hecho ningún mal. ¿Por qué, pues, he de blasfemar de mi Rey y Salvador?» Atado al poste del patíbulo, oraba del siguiente modo: «Dios de todas las criaturas, te bendigo porque me has juzgado digno de este día y de esta hora, digno de ser contado en el número de los mártires y de participar en el cáliz de tu Cristo, para resucitar a la vida eterna en alma y cuerpo en la incorruptibilidad del Espíritu Santo».
Era un anciano lleno de virtud, saber y experiencia envuelto en una particular veneración por haber sido discípulo del propio san Juan Evangelista; en pleno siglo II había, pues, conocido a uno de los apóstoles del Señor, nadie podía dejar de recordarlo, y se le llamaba «padre de los cristianos» incluso entre los que no lo eran. San Jerónimo, más enfáticamente, le nombra como «príncipe del Asia».
Fue un gran obispo de Esmirna, y su nombre griego, que en castellano puede traducirse por «fruto abundante», parecía en él más adecuado que en cualquier otro por sus obras de caridad.
En carta a los cristianos de Filipos, les recomienda la obediencia.
Ya octogenario emprendió un viaje a Roma para hablar con el papa Aniceto y consultarle cuestiones de liturgia, en el año 155, especialmente del día de la Pascua. Y el Papa le hace presidir una celebración eucarística y a su regreso tuvo que enfrentarse con la persecución.
Según san Eusebio, tres días antes de que le prendieran tuvo una visión en la que su almohada era consumida por el fuego, y entonces anunció a los que estaban con él: «Me quemarán vivo» (siglos más tarde en recuerdo de esta almohada san Policarpo era invocado contra el dolor de oídos).
Descubierto en su escondite, no lejos de la ciudad, fue conducido a Esmirna, y allí las autoridades le pidieron que blasfemara, que maldijera a Cristo (¡qué moderna parece la petición!). Ante su negativa, se le ató a un palo entre leña en medio de un estadio al que había acudido la multitud para ver cómo moría un obispo de aquella secta.
Al encenderse la hoguera, las llamas, sin tocarle, le rodearon «como una vela de navío hinchada por el viento», y hubo que darle muerte con una espada. Dicen que de su cuerpo brotó tanta sangre que apagó el fuego, y que el cadáver, sin la menor quemadura, tenía el mismo color que el pan cocido y desprendía un perfume a incienso y mirra.


domingo, 16 de diciembre de 2012

SANTA ADELAIDA VIUDA




Año 999
 Adela o Adelaida, es un nombre alemán que significa: "de noble familia". A esta santa le decían también Alicia.
Santa Adelaida fue la esposa del Emperador Otón el Grande.
Era hija del rey Rodolfo de Borgoña, el cual murió cuando ella tenía 6 años. Muy joven contrajo matrimonio con Lotario, rey de Italia. Su hija Emma llegó a ser reina de Francia.
Su primer esposo, Lotario, murió también muy joven, parece que envenenado por los que deseaban quitarle su reino, quedando Adelaida viuda de sólo 19 años, con su hijita Emma todavía muy pequeñita. El usurpador Berengario la encerró en una prisión y le quitó todos sus poderes y títulos, porque ella no quiso casarse con el hijo del tal Berengario. Su capellán se quedaba admirado porque Adelaida no se quejaba ni protestaba y seguía tratando a todos los carceleros con exquisita amabilidad y dulzura. Todo lo que sucedía lo aceptaba como venido de las manos de Dios y para su bien. Le robaron sus vestidos de reina y todas sus alhajas y joyas y le dieron unos harapos como de pordiosera. En su oscura prisión pasó varios meses dedicada a la oración. Los carceleros exclamaban: "Cuánto heroísmo tiene esta reina. ¡No grita, no se desespera, no insulta. Sólo reza y sonríe en medio de sus lágrimas!".
Y mientras tanto su capellán, el Padre Martín, consiguió un plano del castillo donde ella estaba prisionera, abrió un túnel y llegando hasta su celda la sacó hacia el lago cercano donde la esperaba una barca, en la cual se la llevó hacia le libertad haciéndola llegar hasta el Castillo de Canossa, donde se refugió. Pero Berengario atacó aquel castillo y Adelaida envió unos embajadores a Otón de Alemania pidiéndole su ayuda. Otón llegó con su ejército, derrotó e hizo prisionero a Berengario y concedió la libertad a la santa reina.
Otón se enamoró de Adelaida y le pidió que fuera su esposa. Ella aconsejada por el Padre Martín, acepto este matrimonio y así llegó a ser la mujer del más importante mandatario de su tiempo. Los dos se fueron a Roma y allá el Sumo Pontífice Juan XII coronó a Otón como emperador y a Adelaida como emperatriz.
Otón el grande reinó durante 36 años. Mientras tanto su santa esposa se dedicaba a socorrer a los pobres, a edificar templos y a ayudar a misioneros, religiosos y predicadores.
Al morir su esposo Otón I, le sucedió en el trono el hijo de Adelaida, Otón II, pero este se casó con una princesa de Constantinopla, la cual era dominante y orgullosa y le exigió que tenía que alejar del palacio a Adelaida. Otón aceptó semejante infamia y echó de su casa a su propia madre. Ella se fue a un castillo pero pidió la ayuda de San Mayolo, abad de Cluny, el cual habló de tal manera a Otón que lo convenció que nadie mejor lo podía aconsejar y acompañar que su santa madre. Y así el emperador llamó otra vez a Adelaida y le pidió perdón y la recibió de nuevo en el palacio imperial.
Otón II murió en una guerra y su viuda la princesa de Constantinopla se apoderó del mando y trató duramente a Adelaida. Ella decía: "Solo en la religión puedo encontrar consuelo para tantas pérdidas y desventuras". En medio de sus penas encontraba fuerzas y paz en la oración. A quienes le trataban mal les correspondía tratándoles con bondad y mansedumbre.
Una extraña enfermedad acabó con la vida de la princesa de Constantinopla y Adelaida quedó como regente, encargada del gobierno de la nación, mientras su nieto Otón III llegaba a la mayoría de edad. Fue para sus súbditos una madre bondadosa. Ignoraba el odio y no guardaba resentimientos con nadie. Supo dirigir el gobierno del país alemán con bondad y mucha compresión, ganándose el cariño de las gentes.
Fundó varios monasterios de religiosos y se preocupó por la evangelización de los que todavía no conocían la religión católica. Se esforzaba mucho por reconciliar a los que estaban peleados.
Su director espiritual en ese tiempo fue San Odilón, el cual dejó escrito: "La vida de esta reina es una maravilla de gracia y de bondad". Santa Adelaida tuvo una gran suerte, y fue que durante toda su vida se encontró con formidables directores espirituales que la guiaron sabiamente hacia la santidad: el Padre Martín, San Adalberto, San Mayolo y San Odilón. En la vida de nuestra santa sí que se cumplió lo que dice la S. Biblia: "Encontrar un buen amigo es mejor que encontrarse un buen tesoro. Quien pide un consejo a los que son verdaderamente sabios, llegan con mucha mayor facilidad al éxito".
Cuando su hijo Otón III se posesionó como emperador, ella se retiró a un monasterio, y allí pasó sus últimos días dedicada a la oración y a meditar en las verdades eternas.
Murió el 16 de diciembre del año 999 y aunque las ingratitudes y persecuciones le hicieron sufrir mucho durante toda su vida, al morir se había ganado la estima y el amor de toda su nación.

 
Que el Espíritu Santo siga enviando sabios directores espirituales
que aconsejen a los gobernadores de las naciones y los
lleven hacia la verdadera sabiduría y hacia la santidad.
¡Que hermoso fuera que esto se hiciera realidad!.

Hallar un buen amigo es como encontrar un tesoro (S. Biblia).

domingo, 11 de noviembre de 2012

SAN MARTÍN DE TOURS



San Martín es un gran santo queridísimo para los franceses, y muy popular en todo el mundo.

Nació en Hungría, pero sus padres se fueron a vivir a Italia. Era hijo de un veterano del ejército y a los 15 años ya vestía el uniforme militar.

Durante más de 15 siglos ha sido recordado nuestro santo por el hecho que le sucedió siendo joven y estando de militar en Amiens (Francia). Un día de invierno muy frío se encontró por el camino con un pobre hombre que estaba tiritando de frío y a medio vestir. Martín, como no llevaba nada más para regalarle, sacó la espada y dividió en dos partes su manto, y le dio la mitad al pobre. Esa noche vio en sueños que Jesucristo se le presentaba vestido con el medio manto que él había regalado al pobre y oyó que le decía: "Martín, hoy me cubriste con tu manto".

Sulpicio Severo, discípulo y biógrafo del santo, cuenta que tan pronto Martín tuvo esta visión se hizo bautizar (era catecúmeno, o sea estaba preparándose para el bautismo). Luego se presentó a su general que estaba repartiendo regalos a los militares y le dijo: "Hasta ahora te he servido como soldado. Déjame de ahora en adelante servir a Jesucristo propagando su santa religión". El general quiso darle varios premios pero él le dijo: "Estos regalos repártelos entre los que van a seguir luchando en tu ejército. Yo me voy a luchar en el ejército de Jesucristo, y mis premios serán espirituales".

En seguida se fue a Poitiers donde era obispo el gran sabio San Hilario, el cual lo recibió como discípulo y se encargó de instruirlo.

Como Martín sentía un gran deseo de dedicarse a la oración y a la meditación, San Hilario le cedió unas tierras en sitio solitario y allá fue con varios amigos, y fundó el primer convento o monasterio que hubo en Francia. En esa soledad estuvo diez años dedicado a orar, a hacer sacrificios y a estudiar las Sagradas Escrituras. Los habitantes de los alrededores consiguieron por sus oraciones y bendiciones, muchas curaciones y varios prodigios. Cuando después le preguntaban qué profesiones había ejercido respondía: "fui soldado por obligación y por deber, y monje por inclinación y para salvar mi alma".

Un día en el año 371 fue invitado a Tours con el pretexto de que lo necesitaba un enfermo grave, pero era que el pueblo quería elegirlo obispo. Apenas estuvo en la catedral toda la multitud lo aclamó como obispo de Tours, y por más que él se declarara indigno de recibir ese cargo, lo obligaron a aceptar.

En Tours fundó otro convento y pronto tenía ya 80 mojes. Y los milagros, la predicación, y la piedad del nuevo obispo hicieron desaparecer prontamente el paganismo de esa región, y las conversiones al cristianismo eran de todos los días. A los primeros que convirtió fue a su madre y a sus hermanos que eran paganos.

Un día un antiguo compañero de armas lo criticó diciéndole que era un cobarde por haberse retirado del ejército. Él le contestó: "Con la espada podía vencer a los enemigos materiales. Con la cruz estoy derrotando a los enemigos espirituales".

Recorrió todo el territorio de su diócesis dejando en cada pueblo un sacerdote. Él fue fundador de las parroquias rurales en Francia.

Dice su biógrafo y discípulo, que la gente se admiraba al ver a Martín siempre de buen genio, alegre y amable. Que en su trato empleaba la más exquisita bondad con todos.

Un día en un banquete San Martín tuvo que ofrecer una copa de vino, y la pasó primero a un sacerdote y después sí al emperador, que estaba allí a su lado. Y explicó el por qué: "Es que el emperador tiene potestad sobre lo material, pero al sacerdote Dios le concedió la potestad sobre lo espiritual". Al emperador le agradó aquella explicación.

En los 27 años que fue obispo se ganó el cariño de todo su pueblo, y su caridad era inagotable con los necesitados. Los únicos que no lo querían eran ciertos tipos que querían vivir en paz con sus vicios, pero el santo no los dejaba. De uno de ellos, que inventaba toda clase de cuentos contra San Martín, porque éste le criticaba sus malas costumbres, dijo el santo cuando le aconsejaron que lo debía hacer castigar: "Si Cristo soportó a Judas, ¿por qué no he de soportar yo a este que me traiciona?".

Con varios empleados oficiales tuvo fuertes discusiones, porque en ese tiempo se acostumbraba torturar a los prisioneros para que declararan sus delitos. Nuestro santo se oponía totalmente a esto, y aunque por ello se ganó la enemistad de altos funcionarios, no permitía la tortura.

Supo por revelación cuándo le iba a llegar la muerte y comunicó la noticia a sus numerosos discípulos. Estos se reunieron junto a su lecho de enfermo y le suplicaban llorando: "¿Te alejas padre de nosotros, y nos dejas huérfanos y solos y desamparados?". El santo respondió con una frase que se ha hecho famosa: "Señor, si en algo puedo ser útil todavía, no rehuso ni rechazo cualquier trabajo y ocupación que me quieras mandar".

Pero Dios vio que ya había trabajado y sufrido bastante y se lo llevó a que recibiera en el cielo el premio por sus grandes labores en la tierra.

El medio manto de San Martín (el que cortó con la espada para dar al pobre) fue guardado en una urna y se le construyó un pequeño santuario para guardar esa reliquia. Como en latín para decir "medio manto" se dice "capilla", la gente decía: "Vamos a orar donde está la capilla". Y de ahí viene el nombre de capilla, que se da a los pequeños salones que se hacen para orar.

jueves, 1 de noviembre de 2012

SOLEMNIDAD DE TODOS LOS SANTOS




Santidad para todos
TÚ TAMBIEN PUEDES SER SANTO
Hoy es una fiesta de inmenso gozo, pues celebramos a todos los santos, que no son pocos, sino «una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, razas, pueblos y lenguas». Hemos de dejarnos arrebatar por este espectáculo maravilloso que nos presenta el libro del Apocalipsis: La multitud de santos, conocidos y desconocidos, de todas las épocas, hermanos nuestros, que ya han alcanzado la plenitud de hijos de Dios, que son semejantes a Dios porque le ven «tal cual es», que han recogido plenamente el fruto de haber vivido las bienaventuranzas en la tierra.
Como siempre, la liturgia centra nuestra atención en Cristo. Es a él a quien celebramos, pues toda esta multitud de santos son fruto de la redención de Cristo, son los que «han lavado y blanqueado sus mantos en la sangre del Cordero». Lejos de distraer de Cristo, los santos nos hacen comprender mejor la grandeza del Redentor y la fecundidad de su sangre. Por eso es a él a quien cantamos: « ¡La salvación es de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero!»
Por eso, esta fiesta llena de gozo lo es también de esperanza. Lo que Cristo ha hecho con ellos lo puede hacer y lo quiere hacer también en nosotros. La santidad se ofrece a todos, porque la misma sangre redentora que les ha lavado a ellos nos quiere lavar también a nosotros. Por eso, pedimos a Dios para nosotros la abundancia de su misericordia y su perdón. Contamos, además, con la intercesión y ayuda de esta multitud de hermanos nuestros.

viernes, 19 de octubre de 2012

SAN PABLO DE LA CRUZ





San Pablo de la Cruz es el fundador de los Religiosos Pasionistas, nació en Génova (Italia) en 1684.
Cuando era niño, cada vez que le llegaba algún sufrimiento especial, la mamá le mostraba un crucifijo y le recordaba que Jesús ofreció sus sufrimientos por nosotros, y que también nosotros debemos ofrecer por Él lo que sufrimos. Así lo fue entusiasmando por la Pasión de Cristo.
Su padre le leía de vez en cuando el libro de vidas de Santos, y esto lo animaba mucho a ser mejor. Aquel buen hombre avisaba también continuamente a su hijo acerca de lo peligroso y dañino que es juntarse con malas compañías.
Así lo libró de muchos males y peligros.
A los 15 años oyó un emocionante sermón acerca de esta frase de Jesús: "Si no se convierten y no hacen penitencia, todos perecerán". En esa fecha hizo una confesión general de toda su vida y desde aquel día empezó a dormir en el duro suelo, a ayunar, a dedicar varias horas de la noche a rezar y a leer libros piadosos. Luego organizó con algunos de sus compañeros una asociación de jóvenes para ayudar a los demás con sus palabras y buenos ejemplos a ser mejores. Varios de esos muchachos se hicieron religiosos después.  
Se alistó en el ejército del Sumo Pontífice para defender la religión, pero después de un año se dio cuenta que no tenía vocación para militar. Luego rechazó unos negocios muy prometedores que le ofrecían y un matrimonio muy brillante que se le presentaba. Se quedó por varios años en la casa de sus padres dedicado a la oración, a la meditación y a practicar la caridad hacia los pobres.
En 1720 vio que en sueños le mostraban una sotana negra con un corazón y una cruz blanca y el nombre de Jesús. Era como un aviso del hábito o distintivo que debería dar a sus religiosos. Después en una visión oyó a la Sma. Virgen que le aconsejaba fundar una comunidad que se dedicara a amar y hacer amar la Santísima Pasión de Jesucristo. Pablo presentó estos mensajes por escrito al Sr. Obispo y a su director espiritual. Ambos, conociendo la vida heroica de virtud y oración que el joven había llevado desde niño, reconocieron que se trataba realmente de una vocación señalada por Dios. Y el Sr. Obispo le dio a Pablo la sotana negra con el corazón blanco y la cruz sobre el pecho.
Pablo se retiró durante 40 días a redactar los Reglamentos de la nueva comunidad, en una húmeda habitación junto a una sacristía, donde vivió todo ese tiempo a pan y agua y durmiendo por la noche en un lecho de paja. Esos Reglamentos son los que han seguido siempre sus religiosos. Luego se dedicó a ayudar a los sacerdotes a dar clases de catecismo, y a predicar misiones populares con gran éxito.
Los primeros candidatos que se presentaron pidiendo ser admitidos en la nueva Congregación, encontraron demasiado duro el Reglamento y se retiraron. Mientras tanto San Pablo de la Cruz y un compañero suyo viajaban por los pueblos predicando misiones y obteniendo muchas conversiones.
El Papa Benedicto XIV aprobó los Reglamento, pero suavizándolos un poco, y entonces empezaron a llegar novicios, y pronto tuvo ya tres casas de religiosos pasionistas.
En todas las ciudades y pueblos a donde llegaba predicaba acerca de la Pasión y Muerte de Jesucristo. A veces se presentaba con una corona de espinas en la cabeza. Siempre llevaba en la mano una cruz, y con los brazos extendidos, el santo hablaba de los sufrimientos de Nuestro Señor, en forma que conmovía aun a los más duros e indiferentes. A veces, cuando el público no demostraba conversión, se azotaba violentamente delante de todos, por los pecados del pueblo, de modo que hacía llorar hasta a los soldados y a los bandoleros.
Un oficial que asistió a algunos de sus sermones decía: "Yo he estado en muchas batallas, sin sentir el mínimo miedo al oír el estallido de los cañones. Pero cuando este padre predica me hace temblar de pies a cabeza". Es que Dios le había dado la eficacia de la palabra y el Espíritu Santo le concedía la gracia de conmover los corazones.
En los sermones era duro e intransigente para no dejar que los pecadores vivieran en paz con sus vicios y pecados, pero luego en la confesión era compresivo y amable, invitándolos a hacer buenos propósitos, animándolos a cambiar de vida, y aconsejándoles medios prácticos para perseverar siendo buenos cristianos, y portándose bien.
Dios colmó a San Pablo de la Cruz con dones extraordinarios. A muchas personas les anunció cosas que les iban a suceder en el futuro. Curó a innumerables enfermos. Estando a grandes distancias, de pronto se aparecía a alguno para darle algún aviso de importancia, y desaparecía inmediatamente. Rechazaba toda muestra de veneración que quisieran darle, pero las gentes se apretujaban junto a él y hasta le quitaban pedacitos de su sotana para llevarlos como reliquias y recuerdos.
Con su hermano Juan Bautista trabajaron siempre juntos predicando misiones, enseñando catecismo y atendiendo pobres. Como ambos eran sacerdotes, se confesaban el uno con el otro y se corregían en todo lo necesario. Solamente una vez tuvieron un pequeño disgusto y fue cuando un día Juan Bautista se atrevió a decirle a Pablo que lo consideraba un hombre verdaderamente virtuoso. El santo se disgustó y le prohibió hablarle por tres días. Al tercer día Juan Bautista le pidió perdón de rodillas y siguieron siendo buenos amigos como antes.
En 1771 fundó la comunidad de Hermanas Pasionistas que se dedican también a amar y hacer amar la Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo.
En 1772 sintiéndose muy enfermo mandó pedir al Papa su bendición para morir en paz. Pero el Sumo Pontífice le respondió que la Iglesia necesitaba que viviera unos años más. Entonces se mejoró y vivió otros tres años.
Su muerte ocurrió el 18 de octubre de 1775 cuando tenía ochenta años. Antes de cien años (1867) fue declarado santo.
Que San Pablo de la Cruz nos obtenga del cielo la gracia de meditar con frecuencia en la Pasión y Muerte de Jesús y así amar mucho y siempre más a nuestro amable Redentor.

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