jueves, 22 de diciembre de 2011
SANTA FRANCISCA JAVIERA CABRINI
(+ 1917)
Los biógrafos de la Santa nos cuentan que solía jugar de niña en un arroyuelo haciendo barquitos de papel, en los que colocaba unas violetas. "¡A China!", les decía. Un día se cayó en el riachuelo y desde entonces tuvo un miedo muy grande al agua la mujer que en su vida recorrería diecinueve veces el Océano. En las violetas que viajaban en sus barquitos de papel alguien ha querido ver a las misioneras del Sagrado Corazón de Jesús que más tarde fundaría. ¡China! Al amor de la lumbre leían en el hogar, al caer la tarde, las vidas de los santos y los anales de la Propagación de la Fe. Los países de infieles la seducían.
Francisca Cabrini vino al mundo el 15 de julio de 1850. Fue la penúltima de once hermanos. En su casa conoció la virtud tradicional de unos honestos y sobrios trabajadores de la tierra. Nació en Italia, en Sant'Angelo Logidiano, pequeño pueblo de la feraz Lombardía. Su padre, Agustín, era un modesto propietario. Su madre, Stela Oldini, era modelo de madre tierna y hacendosa. La muerte irá llevando poco a poco a sus hermanitos. Vivirán únicamente Rosa, Juan Bautista y Francisca. Esta va creciendo débil y delicada. Su hermana Rosa, que le lleva quince años, ayudará a su madre en la educación de nuestra Santa. Rosa es severa; tiene un rígido sentido del deber. Quiso ser religiosa, mas las necesidades de la casa se lo impidieron. Pero en los planes divinos contribuiría a forjar una santa. De su madre heredó Francisca la ternura de Rosa, un sentido de responsabilidad extraordinario.
Francisca, a los ocho años, recibe el sacramento de la confirmación, que la hace auténtico soldado de Cristo. La firmeza y su espíritu sobrenatural caracterizaron toda su vida y toda su obra. Al año siguiente recibe la primera comunión. Débil, tímida, abstraída, cuando llegue la hora su timidez se cambiará en la franca libertad de la mujer fuerte. A los once años ofrece al Señor su virginidad. Renovará el holocausto a los diecinueve años, aunque a la sazón las circunstancias no fueran muy favorables para ser acogida en un Instituto religioso. Teniendo trece años oye hablar a un misionero y decide ser religiosa. Su hermana Rosa la humilla: "¡Tan pequeña, tan ignorante, y soñando con ser misionera!" A los dieciocho años consigue en la Escuela Normal de Lodi el título de maestra. Es de entendimiento despierto y tiene un afán enorme por conocer. Con la muerte de sus padres, ambos mueren en el espacio de once meses, cuando Francisca tenía veinte años, se cierra ese período de vida familiar tan rico en alegrías íntimas y de tan felices recuerdos. Su hermana Rosa acompañará a Juan Bautista cuando éste emigre a Argentina.
Para Francisca el Magisterio es un sacerdocio. Por consejo de su padre espiritual va a Vidardo, a suplir, para quince días se pensaba, a una maestra enferma, y permanece en este puesto durante dos años. Su labor en este pueblo es eminentemente apostólica y social. Por esta época un vómito de sangre le cierra las puertas de dos Institutos religiosos. Será una prueba providencial que alargará su permanencia en el mundo para lograr mayor experiencia de las personas y de las cosas.
El reverendo Serrati, párroco de Vidardo, es trasladado a la parroquia de Codoño. En este pueblo, de 8.000 habitantes, existe el Hospicio de la Providencia, muy necesitado de orden y de cuidado. El nuevo párroco de Codoño sabe muy bien que Francisca, a pesar de sus veintitrés años, es capaz de poner las cosas en su sitio, gobernando una institución en la que un grupo de mujeres mal avenidas hacían gala de piadosas y tenian una responsabilidad para la cual no estaban preparadas. Cabrini viene por obediencia. Es el 12 de agosto de 1874.
Cuatro años antes este grupo de mujeres se había constituído en Instituto religioso. Vistieron el hábito y emitieron los tres votos. Francisca Cabrini emite los votos en este Instituto el año 1877 y el 30 de agosto del mismo año es nombrada superiora del Hospicio de la Providencia.
Después vienen los enfados, las disensiones, las incomprensiones, los dramas íntimos. Las lágrimas que sorberá la Santa en silencio serán rocío que vivificará esta rosa que nace entre las espinas. Pequeñas y grandes perfidias, envidias, sarcasmos. La respuesta es: paciencia.
El señor obispo disuelve el Instituto. El vino nuevo se colocará en odres nuevos. El prelado llama a Cabrini: "Tienes deseos de hacerte misionera: no conozco ningún Instituto de misioneras: funda uno". Francisca Cabrini tiene treinta años cuando escucha estas palabras.
El 10 de noviembre de 1880 se firma en Codoño la compra de un edificio y a los cuatro días tiene lugar la consagración de Francisca Cabrini y de sus siete primeras hijas. Preside la imagen del Sagrado Corazón, como en todas las casas que erigirá el nuevo Instituto, que se llamará de Misioneras del Sagrado Corazón de Jesús. El día 3 de diciembre, festividad de San Francisco Javier, lo celebran con gran fervor. Desde esta fecha Francisca se llamará Francisca Javier. También ella sueña con China
En 1881 obtiene la aprobación diocesana y en 1901 logrará la pontificia. El cardenal Vives y Tutó, prefecto de la Sagrada Congregación de Religiosos, afirmó en esta ocasion: Si en todo el período de mi prefectura solamente hubiera firmado este decreto, tendría bastante de qué gloriarme
El pensamiento de la Santa corre ahora hacia China, como aquellos barquitos de papel que llevaban violetas mecidas por la corriente del arroyuelo de su infancia.
El grano de mostaza empieza a expandirse. La madre Cabrini morirá a los sesenta y siete años, después de haber fundado personalmente 67 casas. En los comienzos figura la de Milán, residencia para las muchachas que emigran de los pueblos a la ciudad por razón de estudios. Con idéntico fin fundará otra en Roma poco después y más tarde en Génova.
El papa León XIII, que dió el sello al Instituto, le marcará también el camino. Cabrini buscaba China, los países salvajes. No quería para sus hijas la comodidad de la civilización, que entibiaría su espiritu. Pero...
Por aquel entonces regía la diócesis de Piacenza un santo y celoso prelado, monseñor Scalabrini. Hacía unos años que habia fundado una asociación de misioneros que tenia por finalidad asistir, principalmente en América, a millares de emigrados italianos que vivían en una deplorable situación moral y religiosa. Pero a todos ellos les faltaba la delicadeza y la ternura de una madre. Propuso la idea a Santa Francisca Javier. A la madre Cabrini no se le presentaba todavía esta labor en toda su grandeza. No por falta de celo ni de espíritu, sino porque no en balde habia acariciado la idea del Oriente durante treinta años.
León XIII conocía muy bien la triste situación de los emigrados italianos en ultramar. Hacía poco tiempo que habia lanzado un conmovedor grito de socorro a los obispos americanos para que vinieran en su ayuda. Cuando la madre Cabrini va a exponer al Santo Padre la proposición de monseñor Scalabrini, recibe una orden explícita perentoria: "Al Oriente, no; al Occidente".
Cristo ha hablado por boca de su Vicario. China desaparece como nube arrebolada herida por el sol.
Bastaba recorrer el andén de Turín o asomarse a los puertos de Génova y Nápoles para ver el espectáculo: maletas, fardos pesados, y sobre ellos, sentados, hombres, mujeres y niños.
Muchos analfabetos. Todos sin orlentación, sin rumbo fijo, sin ninguna asistencia. Han de buscar en otros horizontes lo que en su patria no encuentran. Victimas de engaños, sin recursos económicos, van a regar con su sudor y con su sangre los campos, las minas, las industrias de ultramar. Marchan a los grandes desiertos, a las enormes ciudades. A un mundo distinto y extraño, fundidos entre los nativos, entre los franceses, españoles, portugueses, irlandeses... En una mezcolanza impresionante de ideas, de credod y de razas.
Frente a una lucha a muerte contra todo lo que se opusiera al logro de sus legitimos deseos de mejorar o de vivir. Sin asistencia espiritual, sin colegios, sin asilos, sin orfanatos, sin hospitales, sin solidaridad nacional, sin recíproca comprensión, vivían o malvivían a la sazón en America cerca de un millón de italianos. Después este número ha crecido extraordinariamente. Faltaba una asistencia amorosa y paciente que conservara integra su fe, mantuviera su esperanza, diera a su camino áspero y duro un sentido noble de misión e hiciera consciente tanto dolor como medio de superación y elevación personal y colectiva. Faltaba una cultura, que de suyo constituye siempre una gran fuerza moral y brinda oportunidad para triunfar Tan lamentable espectáculo hizo decir a monseñor Scalabrini: "Se me enciende el rostro de vergüenza. Me siento humillado en mi doble condición de sacerdote y de italiano".
El 13 de julio de 1888 había partido para América el primer grupo de misioneros de monseñor Scalabrini: siete sacerdotes y tres legos. Llevaban un crucifijo y la bendición de León XIII. El 21 de marzo de 1889 el navío Bourgogne sale de El Havre llevando a Francisca Javier. Va a Nueva York para hacer su primera fundación. En el camino se cruza un telegrama del arzobispo de Nueva York en el que le anuncia que desiste de sus propósitos de fundar un orfanato por haber fallado sus planes. Por eso, al llegar, las recibe únicamente la estatua de la Libertad. Van la madre y seis religiosas. El saludo de monseñor Carrigan es: "Me parece que la mejor solución es que regresen a Italia" Este comienzo es el pórtico de una vida llena de penalidades.
Alguien ha dicho: "Si Cristóbal Colón descubrió América, la madre Cabrini ha descubierto a todos los italianos en América". Y es verdad. Fue a su encuentro y los halló en los barrotes de la cárcel, en el campo de trabajo, en la orilla de los ríos, en los muelles de los puertos, en las tabernas, en las buhardillas. Dondequiera que un alma de su tierra sufría y lloraba, allí llegó la madre Cabrini. Con su sonrisa ancha, con afán de servicio, con la ilusión de renovar el follaje seco injertándolo en el árbol perenne, siempre fresco, de la Iglesia. "Trabajemos, trabajemos. Luego tendremos toda una eternidad para descansar", decía constantemente.
A los cuatro meses vuelve a Italia. ¿Cómo relatar ahora en tan breve espacio los diecinueve viajes que realizo a través del Océano?
Fundó en Italia, en Francia, en Inglaterra y en España. Creó personalmente hospitales, preventorios, orfanatos, colegios y asilos en Nueva York, Nueva Orleáns, Denver Los Angeles, Chicago, Seattle, Filadelfia, etc., etc.
En la América central fundó en Costa Rica, en Panamá y en Nicaragua.
De la bahía de Costa Rica es esta anécdota: el barco ha fondeado cerca de la costa. En una barquita se acercan las religiosas a tierra para comulgar. Como preparación van cantando. De improviso unas aves, en ordenado vuelo, se colocan encima del esquife. La madre dice: "Son las jóvenes americanas que ingresarán en el Instituto". Una religiosa le dice: "¿No serán las almas que por nuestro sacrificio se salvarán?" La respuesta es inmediata. Millares de aves acuáticas levantan el vuelo y giran en torno de la embarcación. Este doble presagio se cumplirá: a la muerte de la madre Cabrini el Instituto contaba ya con dos mil religiosas. ¿Y quién podrá contar las almas que se han salvado y se salvarán por su mediación? ¿Quién podrá describir su paso por la cordillera de los Andes sobre una mula, y el encuentro con los icebers frente a Terranova, y las terribles tempestades, tras las cuales, sobre el lomo del mar pacificado, se veían innumerables restos de veleros hundidos, y sus viajes de siete días y siete noches en tren con altas fiebres? ¿Cómo enumerar las contradicciones de los nativos y connacionales, las estrecheces, las dificultades que surgieron por parte de las autoridades civiles y eclesiásticas, la guerra que le hicieron los masones, los liberales, las sectas acatólicas?
Hizo fundaciones en Buenos Aires, Rosario de Santa Fe, Mendoza. En el Brasil abre colegios en San Pablo y en Río de Janeiro.
El papa León XIII la recibía aun estando las audiencias suspendidas. El venerable anciano, con admiración de los presentes, le ponía su cansada mano sobre la cabeza, acariciándola mientras decía: "La Iglesia abraza al Instituto". Y añadía: "Trabajemos, trabajemos, que después será muy hermoso el paraíso". Después repetiría la Santa: "Tengo asegurado el paraíso. Me lo ha dicho el Santo Padre".
El día 22 de diciembre de 1917 la madre Cabrini entraba en el paraíso prometido. Moría en Chicago.
En la oración fúnebre el obispo de Seattle decía: "Fue una mujer extraordinaria, no solamente en la historia de América, sino en la historia del mundo entero".
El comisario de la Emigración en América afirmó: "La madre Cabrini ha hecho por los emigrantes mucho más que el Ministerio de Asuntos Exteriores".
Pío XI la inscribió en el catálogo de los beatos el día 13 de noviembre de 1938. El papa Pío XII decretó su canonización el día 20 de junio de 1943.
Y el papa Pío XII, el gran papa de los emigrantes, el día de su canonización destacó en un precioso discurso lo fundamental, el impulso interno que animó todas sus obras: era un alma ricamente dotada por la naturaleza y por la gracia. En ella se dieron cita la audacia y el valor, la previsión y la vigilancia, la perspicacia y la constancia. La desconfianza en si misma se tradujo en confianza inmensa en Dios. Fue misionera del Corazón de Jesús, al que hizo conocer, adorar, amar y servir.
Pío XII recordó la frase de la Santa: "Yo siento que el mundo entero es demasiado pequeño para satisfacer mis deseos". Y a continuación hacía hablar Su Santidad a Porcia, el personaje de Shakespeare, símbolo de la mujer estéril y aburrida: "Mi pequeño cuerpo está cansado de este gran mundo". ¡Qué contraste! Fue humilde de corazón, obediente, desprendida y virginal. Vivió una vida de unión íntima con el Corazón de Jesús, autor de la gracia, y con el Corazón de María, Madre de todas las gracias.
JAVIER PÉREZ DE SAN ROMAN
martes, 6 de diciembre de 2011
SAN NICOLÁS DE BARI OBISPO
HIMNO
Desde este mar proceloso
Oh Padre San Nicolás,
Conduce al puerto seguro
Desde la patria celestial.
De las luchas de la vida
Y mortales tempestades
Sálvanos por tu favor
Y virtudes singulares.
Siempre acudes en socorro
De cuantos tu auxilio imploran
Enfermos y navegantes
Pobres o ricos te invocan.
Por tu santidad eximia
E intercesión poderosa,
Haz que elegidos seamos
A la eternidad dichosa.
A los fieles que devotos
Vuestro culto propagamos
Haznos merecer la gloria
Amando a nuestros hermanos. Amén
Oración. Imploramos, Señor, suplicantes, tu misericordia, y por tu intercesión de San Nicolás, Obispo, guárdanos de todos los peligros, para que se nos muestre expedito el camino de salvación. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.
San Nicolás, cuyo nombre significa "protector y defensor de los pueblos" fue tan popular en la antigüedad que se le han consagrado en el mundo más de dos mil templos. Era invocado por los fieles en los peligros, en los naufragios, en los incendios y cuando la situación económica se ponía difícil, consiguiendo éstos favores admirables por parte del santo.
Por haber sido tan amigo de la niñez, en su fiesta se reparten dulces y regalos a los niños, y como en alemán se llama "San Nikolaus", lo empezaron a llamar Santa Claus, siendo representado como un anciano vestido de rojo, con una barba muy blanca, que pasaba de casa en casa repartiendo regalos y dulces a los niños. De San Nicolás escribieron muy hermosamente San Juan Crisóstomo y otros grandes santos, pero su biografía fue escrita por el Arzobispo de Constantinopla, San Metodio.
Desde niño se caracterizó porque todo lo que conseguía lo repartía entre los pobres. Unos de sus tíos era obispo y fue éste quien lo consagró como sacerdote, pero al quedar huérfano, el santo repartió todas sus riquezas entre los pobres e ingresó a un monasterio.
Según la tradición, en la ciudad de Mira, en Turquía, los obispos y sacerdotes se encontraban en el templo reunidos para la elección del nuevo obispo, ya que el anterior había muerto. Al fin dijeron: "elegiremos al próximo sacerdote que entre al templo". En ese momento sin saber lo que ocurría, entró Nicolás y por aclamación de todos fue elegido obispo. Fue muy querido por la cantidad de milagros que concedió a los fieles.
En la época del Licino, quien decretó una persecución contra los cristianos, Nicolás fue encarcelado y azotado. Con Constantino fueron liberados él y los demás prisioneros cristianos. Se dice que el santo logró impedir que los herejes arrianos entrasen a la ciudad de Mira.
El santo murió el 6 de diciembre del año 345. En oriente lo llaman Nicolás de Mira, por la ciudad donde fue obispo, pero en occidente se le llama Nicolás de Bari, porque cuando los mahometanos invadieron a Turquía, un grupo de católicos sacó de allí, en secreto, las reliquias del santo y se las llevó a la ciudad de Bari, en Italia.
En esta ciudad se obtuvieron tan admirables milagros por su intercesión, que su culto llegó a ser sumamente popular en toda Europa. Es Patrono de Rusia, de Grecia y de Turquía.
lunes, 5 de diciembre de 2011
SAN SABAS ABAD
San Sabas, uno de los patriarcas más renombrados entre los monjes de Palestina, nació en Mutalaska de Capadocia, no lejos de Cesárea, el año 439. Su padre era un oficial del ejército. Este, obligado a partir a Alejandría con su esposa, confió a su hijo Sabas y la administración de sus posesiones a su cuñado. La tía de Sabas le maltrató de tal manera que el niño huyó de la casa a los ocho años y se refugió en la casa de su tío Gregorio, hermano de su padre, con la esperanza de ser ahí menos infeliz. Gregorio exigió entonces que se le confiase también la administración de los bienes de su hermano, lo cual dio origen a dificultades y pleitos legales entre los dos tíos de Sabas. El niño, que era de temperamento pacífico y sufría mucho por ser causa de discordias, huyó al monasterio de Mutalaska. Al cabo de algunos años, sus dos tíos, avergonzados de su conducta, decidieron sacarle del monasterio, devolverle sus propiedades y convencerle de que contrajese matrimonio. Pero el joven Sabas había gustado ya la amargura del mundo y la suavidad de Cristo, y su corazón estaba tan apegado a Dios, que no hubo argumento capaz de arrancarle del monasterio. A pesar de que era el más joven de los monjes, en fervor y virtud los aventajaba a todos. En cierta ocasión en que Sabas ayudaba al panadero, éste puso a secar sus vestidos junto al horno, pero los dejó olvidado; y se le quemaron. Viendo al pobre monje muy afligido por ello, Sabas se trasladó a Jerusalén para tomar ejemplo de los anacoretas de esa región Pasó el invierno en un monasterio gobernado por el santo abad Elpidio. El monjes querían que Sabas se quedase con ellos, pero el joven, que desea! mayor silencio y retiro, prefirió el modo de vida de San Eutimio, quien había negado a abandonar su celda aislada a pesar de que se había construido un monasterio expresamente para él. Sabas pidió a San Eutimio que le aceptase por discípulo; pero el santo, juzgándole demasiado joven para el retiro absoluto, le recomendó a San Teoctisto, el cual era superior de un monasterio que quedaba a unos cinco kilómetros de la colina en la que él vivía.
Sabas se consagró con renovado fervor al servicio de Dios. Trabajaba el día entero y velaba en oración buena parte de la noche. Como era muy vigoroso, ayudaba a los otros monjes en los trabajos más pesados, cortaba leña y acarreaba agua al monasterio. Sus padres fueron a visitarle ahí. Su padre quería que ingresara en el ejército y disfrutase de las riquezas que él había amasado. Como el joven se negase, le rogó que por lo menos aceptara algún dinero para poder vivir; pero Sabas sólo aceptó tres monedas de oro y las entregó al abad a su regreso. A los treinta años de edad, Sabas consiguió que San Eutimio le diese permiso de pasar cinco días por semana en una cueva lejana. Empleaba ese tiempo en la oración y el trabajo manual. Partía del monasterio el domingo por la tarde, con una carga de hojas de palma, y regresaba el sábado por la mañana con cincuenta canastas, porque tejía diez canastas al día. San Eutimio eligió a Sabas y a Domiciano para que le acompañasen a su retiro anual en el desierto de Jebel Quarantal, donde, según la tradición, ayunó el Señor durante cuarenta días. Los tres monjes iniciaron su penitencia el día de la octava de la Epifanía y volvieron al monasterio el Domingo de Ramos. Durante aquel primer retiro San Sabas perdió el conocimiento a causa de la sed. San Eutimio, compadecido de él, rogó a Jesucristo que se apiadase de su fervoroso soldado; acto seguido golpeó la tierra con su bastón e hizo brotar una fuente. Sabas bebió un poco y recobró las fuerzas. Después de la muerte de Eutimio, San Sabas se adentró todavía más en el desierto, rumbo a Jericó. Ahí pasó cuatro años sin hablar con nadie. Después, se trasladó a una cueva situada frente a un acantilado, al pie del cual, corría el torrente Cedrón. Para subir a la cueva y bajar de ella, el santo empleaba una cuerda. Su único alimento eran las yerbas silvestres que crecían entre las rocas, excepto cuando los habitantes de la región le llevaban un poco de pan, queso, dátiles y otros alimentos. Para tomar un poco de agua, tenía que recorrer una distancia considerable.
Al cabo de algún tiempo, empezaron a acudir muchos monjes que querían servir a Dios bajo la dirección del santo. Este se resistió al principio; pero finalmente fundó una nueva “laura.” Una de las primeras dificultades que surgieron, fue la escasez de agua. Pero el santo, viendo un día a un asno cocear la tierra, mandó excavar en ese sitio. Ahí se descubrió una fuente que dio de beber a muchas generaciones. San Sabas llegó a tener ciento cincuenta discípulos; sin embargo, no había entre ellos ningún sacerdote, pues el santo opinaba que ningún religioso podía aspirar a tan alta dignidad sin incurrir en presunción. Ello movió a algunos de sus discípulos a quejarse ante Salustio, patriarca de Jerusalén. El obispo juzgó infundadas las acusaciones que hicieron al santo; pero, comprendiendo que hacía falta en la comunidad un sacerdote para restablecer la paz, ordenó a San Sabas el año 491. El santo tenía entonces cincuenta y tres años. Su fama de santidad atrajo a los monjes de las regiones más distantes. En la “laura” del santo había egipcios y armenios, de suerte que éste tomó disposiciones para que pudiesen celebrar los oficios en sus respectivos idiomas. Después de la muerte del padre de Sabas, su madre se trasladó a Palestina y sirvió a Dios bajo su dirección. Con el dinero que su madre había llevado, San Sabas construyó dos hospitales, uno para los forasteros y otro para los enfermos; también construyó un hospital en Jericó y otro en una colina de los alrededores. El año 493, el patriarca de Jerusalén nombró a San Sabas archimandrita de todos los monjes de Palestina que vivían en celdas aisladas (ermitaños) y a San Teodosio de Belén archimandrita de todos los que vivían en comunidad (cenobitas).
Siguiendo el ejemplo de San Eutimio, San Sabas partía de la “laura” una o más veces al año y, por lo menos, pasaba la cuaresma sin ver a nadie. Algunos de sus monjes se quejaron de ello. Como el patriarca no atendiese a sus quejas, unos sesenta de ellos abandonaron la “laura” y se establecieron en las ruinas de un monasterio de Tecua, en donde había nacido el profeta Amos. Cuando San Sabas se enteró de que los disidentes se hallaban en grandes dificultades, les envió víveres y los ayudó a reconstruir la iglesia. El santo fue arrojado de su “laura” por algunos rebeldes; pero San Elias, el sucesor de Salustio de Jerusalén, le mandó volver. Entre otras cosas, se cuenta que el santo se echó una vez a dormir en una cueva que era la madriguera de un león. Cuando la fiera volvió, cogió entre las fauces al santo por los vestidos y le echó fuera. Sin inmutarse por ello, Sabas volvió a la cueva y llegó a domar al león. Pero la fiera puso en aprietos al santo en varias ocasiones, de suerte que Sabas le dijo que, si no podía vivir en paz con él, más valía que retornase a su madriguera. Así lo hizo el león.
Por entonces, el emperador Anastasio apoyaba la herejía de Enrique y desterró a muchos obispos ortodoxos. El año 511, envió a San Sabas a ver al emperador para que dejase de perseguir a los cristianos. San Sabas tenía setenta años cuando emprendió ese viaje a Constantinopla. Como el santo parecía un mendigo, los guardias del palacio del emperador dejaron pasar a los otros miembros de la embajada, pero no a él. Sabas no dijo nada y se retiró. Una vez que el emperador hubo leído la carta del patriarca, en la que éste se hacía lenguas de Sabas, preguntó dónde estaba éste. Los guardias le buscaron por todas partes hasta encontrarlo en un rincón, orando. Anastasio dijo a los abades que pidieran lo que quisiesen; cada uno de ellos presentó sus peticiones, excepto San Sabas. Como el emperador le urgiese a hacerlo, dijo que no tenía nada que pedir para él y que sólo deseaba que el emperador restableciese la paz en la Iglesia y no molestase al clero. Sabas pasó todo el invierno en Constantinopla. Con frecuencia, visitaba al emperador para discutir con él contra la herejía. A pesar de todo, Anastasio desterró a Elias de Jerusalén y le sustituyó por un tal Juan. Entonces, San Sabas y otro monje partieron apresuradamente a Jerusalén y persuadieron al intruso de que por lo menos no repudiase los edictos del Concilio de Calcedonia. Se cuenta que San Sabas asistió en su lecho de muerte a Elias en una ciudad llamada Aila, junto al Mar Rojo. En los años siguientes, estuvo en Cesárea, Escitópolis y otros sitios, predicando la verdadera fe, y convirtió a muchos a la ortodoxia y a mejor vida.
A los noventa y un años, a petición del patriarca Pedro de Jerusalén, el santo emprendió otro viaje a Constantinopla, con motivo de los desórdenes producidos por la rebelión de los samaritanos y su represión por parte de las tropas imperiales. Justiniano le acogió con grandes honores y le ofreció dotar sus monasterios. Sabas replicó, agradecido, que no necesitaban renta alguna mientras los monjes sirviesen fielmente a Dios. En cambio, rogó al emperador que rebajase los impuestos a los habitantes de Palestina, si tomaba en cuenta lo que habían tenido que sufrir a consecuencias de la rebelión de los samaritanos. Igualmente, le pidió que construyese en Jerusalén un hospital para los peregrinos y una fortaleza para proteger a los ermitaños y a los monjes contra los merodeadores. El emperador accedió a todas sus peticiones. Un día en que éste se ocupaba de los asuntos de San Sabas, el abad se retiró de su presencia a la hora de tercia para decir sus oraciones. Su compañero, Jeremías, le hizo notar que no estaba bien retirarse así de la presencia del emperador. El santo replicó: “Hijo mío, el emperador cumple con su deber y nosotros debemos cumplir con el nuestro.” Poco después de regresar a su “laura”, el santo cayó enfermo. El patriarca logró convencerle de que se trasladase a una iglesia vecina, donde le asistió personalmente. Los sufrimientos del santo eran muy agudos; pero Dios le concedió la gracia de una paciencia y resignación perfectas. Cuando Sabas comprendió que se aproximaba su última hora, rogó al patriarca que mandara trasladarle a su “laura.” Inmediatamente, procedió a nombrar a su sucesor y a darle sus últimas instrucciones. Después, pasó cuatro días sin ver a nadie, ocupado únicamente de Dios. Murió al atardecer del 5 de diciembre de 532, a los noventa y cuatro años de edad. Sus reliquias fueron veneradas en su principal monasterio, hasta que los venecianos se las llevaron.
sábado, 3 de diciembre de 2011
SAN FRANCISCO JAVIER (1506-1552)
San Francisco Javier nació en el castillo de Javier en 1506, hijo de Juan de Jassu y de María Azpilicueta. Ese mismo año moría Colón, después de haber alumbrado un nuevo mundo, siguiendo la ruta del Sol. Y nacía Javier, que alumbraría un nuevo mundo de las almas, la India y Japón, siguiendo la ruta contraria. Y así España, con las carabelas de Colón y las sandalias peregrinas de Javier inundaba con destellos solares los dos hemisferios del planeta. Una hermosa conjunción de soles.
Desde 1525 estudia Javier en París con su amigo Pedro Fabro. Vida estudiantil en el Colegio de Santa Bárbara, junto a la Sorbona. Vida severa y a la vez movida y azarosa, en que no faltaban aventuras y fiestas. Javier era de los más alegres. La vida le sonreía. Sería un maestro famoso.
Hasta que entra en su vida "el peregrino", un estudiante mayor, Ignacio de Loyola. Javier recela de Ignacio, pero confiesa que le subyuga. El estratega Ignacio espera la oportunidad. Cuando Javier parece más satisfecho de sí mismo, Ignacio le espeta bruscamente: ¿que aprovecha al hombre ganar todo el mundo si pierde su alma? Javier se resiste. Ignacio insiste y termina doblegando las altivas almenas de Javier. De aquí, con su nueva brújula, partirán las nuevas rutas que le llevarán a Oriente.
El año 1534, 15 de agosto, es una fecha clave. Javier, con Ignacio, Fabro, Laínez, Salmerón, Rodríguez y Bobadilla, en Montmartre, París, hacen votos de pobreza, castidad y obediencia y de peregrinar a Tierra Santa. Van a Venecia, son ordenados sacerdotes, pero no pueden ir a Tierra Santa.
Marchan a Roma y se ofrecen a las órdenes del Papa. El año 1540 se dispersan. El rey de Portugal pide a Ignacio dos misioneros para la India. Javier ansiaba ser elegido. Ignacio elige a Rodríguez y Bobadilla. Éste cae enfermo y le sustituye Javier. Tienen prisa en llegar a Lisboa para embarcar. Pasan por Roncesvalles. No puede despedirse de los suyos. Javier sabía que nunca les vería ya. Y daba prisa a la mula coja que montaba.
Desde ahora las fechas se precipitan. El 1541 sale para la India. Trece meses de arriesgada navegación, bordeando el continente africano. En mayo de 1542 llegan a Goa. "¡Qué momento de emoción, el gritarles: Escuchad, y romper con nuestro acento, la virginidad de un viento, que nunca oyó la Verdad!". (El Divino Impaciente, de Pemán).
Misiona Goa, Pesquería, Malaca, Macasar, Socotora, Célebes, Molucas, Singapur, Travancore... poblados, islas, regiones. Traduce a las lenguas indígenas los artículos de la fe y oraciones. Trabaja sin descanso. Tienen que sostenerle el brazo, se le cansa de tanto bautizar. "¡Mano de Javier, que sembró prodigios, bautizó un millón de paganos, calmó tempestades, sanó enfermos, resucitó muertos, prodigó bendiciones por todas partes!".
Mano de Javier, que escribía a Ignacio de rodillas, que escribió cartas inflamadas, que tanto bien hicieron en Occidente. A los universitarios de Sorbona les urgía a que se olviden de medros personales y ofrezcan sus personas y sus vidas para trabajar en la salvación de las almas.
Pasa dos años misionando en Japón. Vuelve a Goa. Organiza las misiones como legado del Papa para todo el Oriente. Planea el viaje a China desde la isla de Sanchón. La conversión de China influiría mucho en Japón...
Allí muere, consumido por su celo apostólico, aquel “divino impaciente”- el 3 de Diciembre de 1552, a los 46 años de edad. Mientras, vieron que sangraba el Cristo del castillo de Javier. Su cuerpo está en Goa, y un brazo en Roma, en la iglesia del Gesú.
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