TODOS LOS SANTOS

lunes, 25 de julio de 2011

SANTIAGO APÓSTOL


Santiago era el hermano de Juan, y ambos hijos de Zebedeo, pescadores del lago de Genesaret y compañeros de trabajo de Pedro y Andrés. Dentro de este mundo de gentes sencillas, endurecidas por el trabajo, pero fieles al Señor y partícipes de la esperanza de Israel, la voz de Juan Bautista alcanzó una profunda resonancia y, en mayor grado aún, se dejó sentir el paso de Jesús de Nazaret: Se convirtieron en pescadores de hombres.

Con el celo por el reino de Dios se pudo entremezclar algo de ambición humana, pero la gracia de Dios conduciría a tales almas a la entrega total. Santiago pertenece al reducido grupo de los íntimos de Jesús, junto con Pedro y Juan: fue testigo de la resurrección de la hija de Jairo y de la transfiguración del Señor; éste esperó en vano de ellos algún consuelo en su agonía...

Por lo demás, a Santiago le cupo el honor de ser «el primero de los Apóstoles en ofrecer su vida por el Evangelio» el año 43 ó 44, poco antes de la fiesta de Pascua, el rey Herodes Agripa I le hizo decapitar (Hch 12, 2). De este modo, en conformidad con la predicción de Jesús, «compartió el cáliz del Señor».

Desde el siglo IX se venera en Compostela el sepulcro de Santiago. Sea lo que fuere de la autenticidad de semejante tradición, lo cierto es que el culto del Apóstol ha florecido a través de Europa a todo lo largo de los caminos que conducen a Galicia, hasta llegar a cruzar el Océano con los descubridores de América Latina (Santiago).

Aunque fue muerto en Jerusalén, la tradición dice que su cuerpo fue trasladado a España, donde su sepultura en Compostela se convirtió en uno de los más grandes destinos de peregrinación de la Edad Media. Más aún, aunque nunca se acercara, ni remotamente, a las Islas Británicas, le están dedicadas cientos de iglesias de Inglaterra. Finalmente, es el santo patrón tanto de España como de Guatemala y Nicaragua.

Si alguien hubiese dicho a Santiago lo influyente que se iba a volver, probablemente no lo habría creído. A menudo tampoco nosotros creemos tener influencia alguna. Rehusamos creer que una sola persona pueda marcar alguna diferencia.

Sin embargo es así. Recientemente, en un área metropolitana con una población de más de 200.000 personas, la propuesta de edificar una nueva biblioteca fue derrotada por tan sólo diez votos. Todas aquellas personas que se quedaron en casa, creyendo que la medida saldría adelante y que su voto no era necesario, quedaron indudablemente sorprendidas. Cualquiera que votó en contra de la propuesta pudo pensar con satisfacción que quizá fuera su voto el que marcó la diferencia.

A la madre Teresa de Calcuta le preguntaron en una ocasión cómo podía seguir trabajando para los pobres cuando había tantos, y ella sólo era una. Dijo que no había sido llamada a tener éxito; había sido llamada a ser fiel. Tampoco nosotros somos llamados a tener éxito, pero somos llamados a hacer nuestra parte. Haciéndolo, podemos ser mucho más influyentes de lo que creemos.

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