TODOS LOS SANTOS

lunes, 2 de mayo de 2011

SAN ATANASIO, OBISPO Y DOCTOR DE LA IGLESIA


San Atanasio es el gran campeón de la ortodoxia, que luchó bravamente por la fe, contra todos los errores de su tiempo. Había nacido en Alejandría, ciudad en la que convergían las antiguas genealogías paganas de Egipto con las nuevas importadas de Grecia y de Roma. Siendo diácono, ya escribió una obra magistral en que desenmascara y refuta toda clase de errores, y establece con claridad la doctrina cristiana.

Alejandría era una auténtica Babel de doctrinas. Y como si aún fueran pocas las herejías que pululaban, aparece Arrio que negaba la divinidad de Jesucristo. Según él, Jesucristo sería la primera de las criaturas, un líder diríamos hoy, pero no Dios. Esta, una de las primeras herejías, se ve también reproducida en nuestros días, por lo que vemos la poca originalidad de nuestros actuales herejes.

Atanasio, bien formado en la famosa escuela alejandrina, y apoyado en Orígenes, se levanta con fuerza contra Arrio para defender la verdadera fe. Será una lucha sin cuartel, que le mantendrá en vilo sin concederse un momento de reposo. Tenía un carácter de acero y lo iba a necesitar.

Cuando el año 325 se reúne el concilio de Nicea, el primero de los ecuménicos, presidido en nombre del Papa por Osio, obispo de Córdoba, la dialéctica convincente de Atanasio brilló a gran altura. La divinidad de Jesucristo fue definida como dogma.

Poco después Atanasio sucedía a su obispo como patriarca de Alejandría. Pero la herejía, no aplastada del todo, iba a continuar. Había muchos intereses creados. Eusebio de Nicomedia, jefe de los obispos arrianos, intrigaba ante el emperador. Atanasio es cinco veces condenado, degradado y desterrado. Y empieza sus peregrinaciones a través del imperio. Cuatro emperadores -el más encarnizado, Juliano el Apóstata-, inducidos por obispos aduladores, intentan asustarle. Pero él sigue impávido defendiendo la ortodoxia, y cada vez es recibido triunfalmente por los fieles de su ciudad. Es famosa la estratagema que usó una ocasión. Remontaba el Nilo una noche, cuando notó que le seguían. Era la galera de la policía imperial. "¿Habéis visto a Atanasio?", preguntaron. "Precisamente, dijo él fingiendo la voz, camina río adelante, remad fuerte". La nave cruzó ligera. Atanasio viró la suya y así escapó al peligro.

Ya no le quedaban rincones donde esconderse en el imperio. Una de las veces en que es perseguido llega a ocultarse a las afueras de Alejandría en el sepulcro de su padre. En sus destierros, pasa años también en el desierto, conviviendo con Antonio, Pacomio y otros grandes anacoretas. Allí fortalece su espíritu para salir otra vez a la lucha con los arrianos. Fruto de su estancia en el desierto son algunos tratados importantes sobre la verdadera fe, y una vida de San Antonio, la primera hagiografía que se conoce, obra muy bien recibida por el mundo romano.

"El carácter de Atanasio, ha dicho Bossuet, es inconmensurable". Se le ha llamado el gran iluminador de la fe, y columna fundamental de la Iglesia. San Gregorio Nacianceno empezaba así él panegírico de Atanasio: "Alabar a Atanasio es alabar la misma virtud. ¿Acaso no celebra la virtud el que cuenta una vida que realizó todas las virtudes?". Toda su vida estuvo inflamada por una pasión: el amor al Verbo Encarnado. Su grandeza le coloca en la primera fila de los caracteres más admirables que ha producido el género humano.

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