viernes, 9 de abril de 2010
SANTA CASILDA, VIRGEN
P. Juan Croisset, S.J.
En la desgraciada época en que, por los pecados de nuestros padres, castigó Dios á España con el azote de los agarenos (árabes mahometanos: sarracenos), hubo un rey de ellos, llamado Cano, en la capital de Toledo, hombre cruel, poderoso y diestro en el manejo de las armas, quien en las guerras continuas que tuvo contra los fieles hizo un gran número de cristianos prisioneros, tratándoles en su corte y reino con su acostumbrada inhumanidad. De este enemigo capital de la fe ortodoxa, y de este lobo carnicero, quiso Dios producir un fruto muy singular, capaz de ennoblecer la eficacia de su divina gracia. Dióle por hija á Casilda, quien, desmintiendo el vicio de su origen con la belleza de su natural y con sus piadosas inclinaciones, se dejó ver nacida prodigiosamente de una raíz infecta, como una flor de admirable candor, como una rosa hermosa y primoroso lirio entre las espinas, descansando sobre ella el Espíritu Santo.
Varían los escritores en orden al motivo de la conversión de Casilda á la fe católica: unos dándola por padre, no á Cano ó Canon, sino á Aldemón, la atribuyen á la conversión de su hermano Alimaicón, que, ilustrado con luz superior en vista del prodigio que le sucedió en la guerra contra los fieles en el valle de Solanillos, desertó de la secta mahometana y abracó la religión de Jesucristo. Otros son de opinión que el Señor premió ala santa virgen con el conocimiento de la verdad en remuneración de las heroicas obras de caridad que hizo con los cristianos cautivos, siendo infiel de profesión, cuya causa adoptan los mejores críticos, siguiendo la referencia del Breviario de la santa iglesia de Burgos, impreso en el año 1604 de orden del obispo de aquella catedral, brillando en este caso más la virtud de la divina gracia sin la menor duda.
Nació, pues, Casilda en el siglo xi, dotada con las más bellas y nobles disposiciones de naturaleza y gracia, adelantándose cada día de virtud en virtud, conforme iba creciendo en edad, á impulsos del Espíritu Santo, admirándose en ella con un modo estupendo é inexplicable su elevación á Dios por el incendio de su devoción, su transformación en Cristo por su mansedumbre y compasión, y su inclinación y amor al prójimo por una piedad connatural. Desde sus primeros años se inclinó su corazón con tierno afecto al socorro y alivio de los cristianos cautivos, deshaciéndose en lágrimas cuando veía que padecían alguna injuria, aflicción ó grave necesidad; y rebosando en su pecho una piedad asombrosa, una clemencia extraordinaria, les suministraba cuantos socorros le eran posibles. Tenía todos los días la costumbre laudable, á no impedirlo algún acaso, de visitar con su agradable presencia á los cautivos y darles alimento por sus manos. Hallábase escrita en su corazón aquella sentencia del Santo Rey David, que dice: Bienaventurado el que atiende al pobre y al necesitado; á quien Dios librará en el día malo. Enseñada en esta máxima cardinal de la caridad, no por alguno de los mundanos, sino por el Maestro inmortal, se portaba en virtud de ella con tanta liberalidad, que, por no defraudar á los cristianos de semejantes alivios, distribuía entre ellos las dos partes de las rentas concedidas por su padre para su mantenimiento y el de su familia. Aunque Casilda ejecutaba estos oficios con la mayor cautela, á pesar de su industria llegó á entender su padre la piedad que usaba con los cristianos; quiso ser testigo ocular de sus acciones caritativas para tomar la más seria providencia , estimulado de los enemigos de la fe: encontrándola un día que conducía alimento á los fieles, la preguntó en tono airado: ¿ Qué llevas?—Rosas, respondió Casilda sin la menor turbación; y, con efecto, vio su padre convertido en estas flores el pan que había de servir para sustento de los cautivos. Volviendo las rosas á convertirse en pan con no menos prodigio, luego que se ausentó el explorador.
Abrasado el corazón de la santa virgen en ardientes deseos de abandonar la fabulosa secta de Mahoma, pedía al Señor incesantemente le abriese camino para recibir el Bautismo y profesar libremente la verdadera religión. Oyó Dios sus oraciones y quiso premiar el heroísmo de su caridad, valiéndose su providencia de un suceso bien extraño al parecer, pero muy conducente para el logro de sus designios. Dióla una enfermedad incurable de un flujo de sangre continuo, según escriben varios autores: fueron ineficaces para su alivio cuantos remedios buscó el solícito padre, y pudieron discurrir los más hábiles facultativos. En tan fatal situación supo Casilda, por revelación divina ó por relación de los cautivos cristianos, que el único eficaz remedio para su curación sería bañarse en el lago de San Vicente, sito en el lugar llamado Burueba, cerca de la ciudad de Burgos, cuyas aguas tenían acreditada su virtud con repetidos prodigios en iguales accidentes. Rogó la Santa á su padre la concediese permiso para tomar este baño; pero, como se hallaba el sitio en poder de los cristianos, antes de resolver juzgó conveniente proponerlo á su Consejo, el cual fue de acuerdo que debía atenderse primeramente á la salud de la princesa, no obstante que se hallaba el remedio en los dominios de los fieles.
Obtenida la licencia, Cano envió á Casilda, acompañada de muchos cautivos, al baño de San Vicente,■ con recomendación especial para Fernando I, llamado el Magno, rey de Castilla, quien la recibió con el honor correspondiente; y puesto el remedio en ejecución, consiguió la santa virgen la apetecida salud. Reconocida Casilda á los beneficios de Dios, quiso darle pruebas de su gratitud. Instruida perfectamente en las inefables verdades de la fe, recibió el Bautismo y Confirmación, y, con la gracia de estos Sacramentos, aquel espíritu y valor que constituye á los héroes de la religión. Viéndose ya en plena libertad, pospuso los palacios y comodidades de su padre á una humilde ermita y pobre habitación, que hizo construir cerca del lago en que consiguió la salud, donde redujo toda su ocupación, impresas en su corazón las máximas de la religión cristiana, á una continua oración, á frecuentes vigilias y á rigurosas penitencias; y abrasándose cada día más y más en el amor de Jesucristo, le consagró su pureza virginal. Siguió por algunos años este tenor de vida, angélica más que humana, siendo la admiración de todas aquellas regiones, tanto por su eminente santidad como por los asombrosos prodigios que se dignó Dios obrar por su intercesión, hasta que, llena de méritos, pasó á disfrutar los premios eternos.
No convienen los escritores en el día y año fijo de su preciosa muerte; unos le señalan en el 15 de Abril de 1050, otros en 9 de este mes de 1074, en cuyo día celebra la festividad de esta gloriosa Santa la Iglesia de Burgos. Su venerable cuerpo fue sepultado en el mismo lugar que vivió santamente, del que se trasladó después, en 30 de Julio de 1529, á la preciosa urna de plata donde hoy se venera. Y habiéndose enriquecido con sus reliquias en el año 1601, la catedral de Burgos partió este tesoro con la de Toledo en 7 de Junio de 1641.
El Cabildo Metropolitano de Burgos, á quien pertenece el santuario de Santa Casilda, hace en él su fiesta anual el segundo día de Pascua de Pentecostés, y en un día de verano se celebra solemne fiesta en la ermita. En varios días clásicos hay concedidas indulgencias plenarias á los que visiten el santuario confesando y comulgando. En varias épocas acuden á él muchos fieles de varias provincias, sobre todo las de Burgos, las Vascongadas y la Rioja. En la ermita hay bueno y cómodo hospedaje.
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