lunes, 11 de junio de 2012
SAN BERNABE APOSTOL
P. José Sánchez
San Bernabé, Apóstol, Siglo I
¿Qué me enseñará la vida de San Bernabé? ¿A compartir mis bienes con los pobres? ¿A tratar de descubrir las aptitudes que otros tienen para el apostolado y a ayudarles a emplearlas bien? ¿A dedicar mi vida a propagar nuestra santa religión? El Espíritu Santo me ilumine.
Cristo en la CruzLa historia de San Bernabé está escrita en el libro de Los Hechos de los apóstoles, en la S. Biblia.
Antes se llamaba José, pero los apóstoles le cambiaron su nombre por el de Bernabé, que significa "el esforzado", "el que anima y entusiasma".
Era judío, de la tribu de Leví, pero nació en la isla de Chipre. Se hizo muy popular en la primitiva Iglesia porque vendió las fincas que tenía y luego llevó el dinero que obtuvo y se lo dio a los apóstoles para que lo repartieran a los pobres.
Un mérito formidable de San Bernabé es el haber descubierto el gran valor que había en aquel recién convertido que se llamaba Saulo y que más tarde se llamaría San Pablo. Cuando después de su conversión Saulo llegó a Jerusalén, los cristianos sospechaban de él y se le alejaban, pero entonces Bernabé lo tomó de la mano y lo presentó a los apóstoles y se los recomendó. Y el será el que lo encaminará después a emprender sus primeras grandes labores apostólicas.
La S. Biblia, en el libro de los Hechos de los Apóstoles, hace de Bernabé unos elogios que es difícil encontrarlos respecto de otros personajes. Dice así: "Bernabé era un hombre bueno, lleno de fe y de Espíritu Santo" (Hechos 11, 24).
Cuando Saulo o San Pablo tuvo que salir huyendo de Jerusalén porque los judíos trataban de asesinarlo, se fue a su ciudad de Tarso, y allá se quedó un tiempo. Mientras tanto en la ciudad de Antioquía había sucedido algo muy especial. Al principio los discípulos de Jesús solamente predicaban el Evangelio a los israelitas, pero de pronto algunos empezaron a enseñar las doctrinas cristianas a los paganos en Antioquía, y resultó que aquellas gentes respondieron de una manera admirable y se convirtieron por centenares. Al saber esta noticia, los apóstoles lo enviaron desde Jerusalén a que se informara de lo que allí estaba sucediendo y les llevara noticias. Bernabé se quedó encantado del fervor de aquellos paganos convertidos y estuvo con ellos por un buen tiempo animándolos y acabando de instruirlos. En aquella ciudad fue donde por primera vez se llamó "cristianos" a los seguidores de Cristo.
Entonces se le ocurrió a Bernabé la feliz idea de dirigirse a Tarso a invitar a Saulo a que se le uniera en el apostolado en Antioquía y éste aceptó con gusto.
Desde entonces Bernabé y Saulo trabajaban asociados ayudándose en todo el uno al otro, y obteniendo resonantes triunfos. Por todo un año predicaron en Antioquía, cuidad que se convirtió en el gran centro de evangelización, del cual fueron saliendo misioneros a evangelizar a diversos lugares.
Por aquel tiempo hubo una gran hambre en Jerusalén y sus alrededores y los cristianos de Antioquía hicieron una colecta y la enviaron a los apóstoles por medio de Bernabé y Saulo. Ellos al volver a Jerusalén se trajeron a Marcos (el futuro San Marcos evangelista) que era familiar de Bernabé. Venía a ayudarles en la evangelización.
Un día mientras los cristianos de Antioquía estaban en oración, el Espíritu Santo habló por medio de algunos de ellos que eran profetas y dijo: "Separen a Bernabé y Saulo, que los tengo destinados a una misión especial". Los cristianos rezaron por ellos, les impusieron las manos, y los dos, acompañados de Marcos, después de orar y ayunar, partieron para su primer viaje misionero.
En Chipre, la isla donde había nacido San Bernabé, encontraron muy buena aceptación a su predicación, y lograron convertir al cristianismo nada menos que al mismo gobernador, que se llamaba Sergio Pablo. En honor a esta notable conversión, Saulo se cambió su nombre por el de Pablo. Y Bernabé tuvo la gran alegría de que su tierra natal aceptara la religión de Jesucristo.
Luego emprendieron su primer viaje misionero por las ciudades y naciones del Asia Menor. En la otra ciudad de Antioquía (de Pisidia) al ver que los judíos no querían atender su predicación, Bernabé y Pablo declararon que de ahora en adelante les predicarían a los paganos, a los no israelitas, con lo cual los paganos sintieron una inmensa alegría al saber que la nueva religión no los despreciaba a ellos sino que más bien los prefería. Allí en Iconio estuvieron a punto de ser apedreados por una revolución tramada por los judíos y tuvieron que salir huyendo. Pero dejaron una buena cantidad de convertidos y confirmaron sus enseñanzas con formidables señales y prodigios que Dios obraba por medio de estos dos santos apóstoles.
En la ciudad de Listra, al llegar curaron milagrosamente a un paralítico y entonces la gente creyó que ellos eran dos dioses. A Bernabé por ser alto y majestuoso le decían que era el dios Zeus y a Pablo por la facilidad con la que hablaba lo llamaban el dios Mercurio. Y ya les iban a ofrecer un toro en sacrificio, cuando ellos les declararon que no eran tales dioses, sino unos simples mortales. Luego llegaron unos judíos de Iconio y promovieron un tumulto y apedrearon a Pablo y cuando lo creyeron muerto se fueron, pero él se levantó luego y curado instantáneamente entró otra vez en la ciudad.
Después de todo esto Bernabé y Pablo se devolvieron ciudad por ciudad donde habían estado evangelizando y se dedicaron a animar a los nuevos cristianos y les recordaban que "es necesario pasar por muchas tribulaciones para entrar en el Reino de Dios" (Hechos 14, 22).
Al llegar a Antioquía se encontraron con que los cristianos estaban divididos en dos partidos: unos (dirigidos por los antiguos judíos) decían que para salvarse había que circuncidarse y cumplir todos los detalles de las leyes de Moisés. Otros decían que no, que basta cumplir las leyes principales. Bernabé y Pablo se pusieron del lado de los que decían que no había que circuncidarse, y como la discusión se ponía acalorada, los de Antioquía enviaron a Jerusalén una embajada para que consultara con los apóstoles. La embajada estaba presidida por Bernabé y Pablo. Los apóstoles reunieron un concilio y le dieron la razón a Bernabé y Pablo y luego pasaron horas muy emocionantes oyéndoles contar las formidables aventuras de sus viajes misioneros.
Volvieron a Antioquía y dispusieron organizar un segundo viaje misionero. Pero Bernabé quería llevar como ayudante a su primo Marcos, y Pablo se oponía, porque Marcos les había abandonado en la mitad del viaje anterior (por miedo a tantas dificultades). Y así fue que se separaron y Bernabé se fue a acabar de evangelizar en su isla de Chipre y San Pablo se fue a su segundo viaje. Más tarde se encontraron otra vez como amigos misionando en Corinto (1 Cor. 9,6).
viernes, 1 de junio de 2012
SAN JUSTINO MARTIR

No fue sacerdote, sino simplemente un laico, y fue el primer apologista cristiano. Se llama apologista al que escribe en defensa de algo. Y Justino escribió varias apologías o defensas del cristianismo. Sus escritos ofrecen detalles muy interesantes para saber cómo era la vida de los cristianos antes del año 200 y cómo celebraban sus ceremonias religiosas.
El mismo Justino cuenta que él era un Samaritano, porque nació en la antigua ciudad de Siquem, capital de Samaria (ciudad que en su tiempo se llamaba Naplus). Sus padres eran paganos, de origen griego, y le dieron una excelente educación, instruyéndolo lo mejor posible en filosofía, literatura e historia.
Durante algún tiempo se dedicó a estudiar la ciencia que enseñaban los que seguían la corriente llamada "estoicismo", pero luego dejó esa religión porque se dio cuenta de que no le enseñaban nada seguro acerca de Dios.
Un día que paseaba junto al mar, meditando acerca de Dios, vio que se le acercaba un venerable anciano, el cual le dijo: - Si quiere saber mucho acerca de Dios, le recomiendo estudiar la religión cristiana, porque es la única que habla de Dios debidamente y de manera que el alma queda plenamente satisfecha. El anciano le recomendó que le pidiera mucho a Dios la gracia de lograr saber más acerca de El, y le recomendó la lectura de la S. Biblia.
Justino se dedicó a leer la S. Biblia y allí encontró maravillosas enseñanzas que antes no había logrado encontrar en ningún otro libro. Tenía unos treinta años cuando se convirtió, y en adelante el estudio de la Sagrada Escritura fue para él lo más provechoso de toda su existencia.
El santo cuenta que cuando todavía no era cristiano, había algo que lo conmovía profundamente y era ver el valor inmenso con el cual los mártires preferían los más atroces martirios, con tal de no renegar de su fe en Cristo, y que esto lo hacia pensar: "Estos no deben ser criminales porque mueren muy santamente y Cristo en el cual tanto creen, debe ser un ser muy importante, porque ningún tormento les hace dejar de creer en El".
Los paganos conocían poco del cristianismo porque había pocos escritos que defendieran nuestra santa religión. Y Justino se convenció de que muchos paganos llegarían a ser cristianos si leían un libro donde se les comprobara filosóficamente que el cristianismo es la religión más santa de la tierra. Y se convenció de que es una grave obligación de los que están convencidos de la santidad de nuestra religión, tratar de animar a otros para que lleguen también a pertenecer al cristianismo. A él le llamaban la atención aquellas palabras del Libro del Eclesiástico en la S. Biblia: "Tener sabiduría y guardársela para uno mismo sin comunicarla a los demás, es una infidelidad y una inutilidad". Por eso se propuso recoger todas las pruebas que pudo y publicar Biblia sus "Apologías" en favor de la religión de Jesucristo.
Ataviado con las vestimentas características de los filósofos, Justino recorrió varios países y muchas ciudades, discutiendo con los paganos, con los herejes y los judíos, tratando de convencerlos de que el cristianismo es la religión verdadera y la mejor de todas las religiones.
En Roma tuvo Justino una gran discusión filosófica con un filósofo cínico llamado Crescencio, en la cual le logró demostrar que las enseñanzas de los cínicos (que no respetan las leyes morales) son de mala fe y demuestran mucha ignorancia en lo religioso. Crescencio, lleno de odio al sentirse derrotado por los argumentos de Justino, dispuso acusarlo de cristiano, ante el alcalde de la ciudad. Había una ley que prohibía declararse públicamente como seguidor de Cristo. Y además en el gobierno había ciertos descontentos porque Justino había dirigido sus "Apologías" al emperador Antonino Pío y a su hijo Marco Aurelio, exigiéndoles que si en verdad querían ser piadosos y ser justos tenían que respetar a la religión cristiana que es mejor que las demás.
En sus famosos libros de Apologías (o defensa del cristianismo) nuestro santo les decía a los gobernantes de ese tiempo: ¿Por qué persiguen a los seguidores de Cristo? ¿Porque son ateos? No lo son. Creen en el Dios verdadero. ¿Porque son inmorales? No. Los cristianos observan mejor comportamiento que los de otras religiones. ¿Porque son un peligro para el gobierno? Nada de eso. Los cristianos son los ciudadanos más pacíficos del mundo. ¿Porque practican ceremonias indebidas? Y les describe enseguida cómo es el bautismo y cómo se celebra la Eucaristía, y de esa manera les demuestra que las ceremonias de los cristianos son las más santas que existen.
Las actas que se conservan acerca del martirio de Justino son uno de los documentos más impresionantes que se conservan de la antigüedad. Justino es llevado ante el alcalde de Roma, y empieza entre los dos un diálogo emocionante:
Alcalde. ¿Cuál es su especialidad? ¿En qué se ha especializado?
Justino. Durante mis primero treinta años me dediqué a estudiar filosofía, historia y literatura. Pero cuando conocí la doctrina de Jesucristo me dediqué por completo a tratar de convencer a otros de que el cristianismo es la mejor religión.
Alcalde. Loco debe de estar para seguir semejante religión, siendo Ud. tan sabio.
Justino. Ignorante fui cuando no conocía esta santa religión. Pero el cristianismo me ha proporcionado la verdad que no había encontrado en ninguna otra religión.
Alcalde. ¿Y qué es lo que enseña esa religión?
Justino. La religión cristiana enseña que hay uno solo Dios y Padre de todos nosotros, que ha creado los cielos y la tierra y todo lo que existe. Y que su Hijo Jesucristo, Dios como el Padre, se ha hecho hombre por salvarnos a todos. Nuestra religión enseña que Dios está en todas partes observando a los buenos y a los malos y que pagará a cada uno según haya sido su conducta.
Alcalde. ¿Y Usted persiste en declarar públicamente que es cristiano?
Justino. Sí declaro públicamente que soy un seguidor de Jesucristo y quiero serlo hasta la muerte.
El alcalde pregunta luego a los amigos de Justino si ellos también se declaran cristianos y todos proclaman que sí, que prefieren morir antes que dejar de ser amigos de Cristo.
Alcalde. Y si yo lo mando torturar y ordeno que le corten la cabeza, Ud. que es tan elocuente y tan instruido ¿cree que se irá al cielo?
Justino. No solamente lo creo, sino que estoy totalmente seguro de que si muero por Cristo y cumplo sus mandamientos tendré la Vida Eterna y gozaré para siempre en el cielo.
Alcalde. Por última vez le mando: acérquese y ofrezca incienso a los dioses. Y si no lo hace lo mandaré a torturar atrozmente y haré que le corten la cabeza.
Justino. Ningún cristiano que sea prudente va a cometer el tremendo error de dejar su santa religión por quemar incienso a falsos dioses. Nada más honroso para mí y para mis compañeros, y nada que más deseemos, que ofrecer nuestra vida en sacrificio por proclamar el amor que sentimos por Nuestro Señor Jesucristo.
Los otros cristianos gritaron que ellos estaban totalmente de acuerdo con lo que Justino acababa de decir.
Justino y sus compañeros, cinco hombres y una mujer, fueron azotados cruelmente, y luego les cortaron la cabeza.
Y el antiquísimo documento termina con estas palabras: "Algunos fieles recogieron en secreto los cadáveres de los siete mártires, y les dieron sepultura, y se alegraron que les hubiera concedido tanto valor, Nuestro Señor Jesucristo a quien sea dada la gloria por los siglos de los siglos. Amen".
miércoles, 30 de mayo de 2012
SAN FERNANDO REY DE ESPAÑA
SAN FERNANDO III DE CASTILLA Y DE LEÓN (1198-1252).
Por José Mª. Sánchez de Muniáin
San Fernando (1198? – 1252) es, sin
hipérbole, el español más ilustre de uno de los siglos cenitales de la
historia humana, el XIII, y una de las figuras máximas de España; quizá
con Isabel la Católica la más completa de toda nuestra historia
política. Es uno de esos modelos humanos que conjugan en alto grado la
piedad, la prudencia y el heroísmo; uno de los injertos más felices, por
así decirlo, de los dones y virtudes sobrenaturales en los dones y
virtudes humanos.
A diferencia de su primo carnal
San Luis IX de Francia, Fernando III no conoció la derrota ni casi el
fracaso. Triunfó en todas las empresas interiores y exteriores. Dios les
llevó a los dos parientes a la santidad por opuestos caminos humanos; a
uno bajo el signo del triunfo terreno y al otro bajo el de la
desventura y el fracaso.
Fernando III unió
definitivamente las coronas de Castilla y León. Reconquistó casi toda
Andalucía y Murcia. Los asedios de Córdoba, Jaén y Sevilla y el asalto
de otras muchas otras plazas menores tuvieron grandeza épica. El rey
moro de Granada se hizo vasallo suyo. Una primera expedición castellana
entró en África, y nuestro rey murió cuando planeaba el paso definitivo
del Estrecho. Emprendió la construcción de nuestras mejores catedrales
(Burgos y Toledo ciertamente; quizá León, que se empezó en su reinado).
Apaciguó sus Estados y administró justicia ejemplar en ellos. Fue
tolerante con los judíos y riguroso con los apóstatas y falsos
conversos. Impulsó la ciencia y consolidó las nacientes universidades.
Creó la marina de guerra de Castilla. Protegió a las nacientes Ordenes
mendicantes de franciscanos y dominicos y se cuidó de la honestidad y
piedad de sus soldados. Preparó la codificación de nuestro derecho e
instauró el idioma castellano como lengua oficial de las leyes y
documentos públicos, en sustitución del latín. Parece cada vez más claro
históricamente que el florecimiento jurídico, literario y hasta musical
de la corte de Alfonso X el Sabio es fruto de la de su padre. Pobló y
colonizó concienzudamente los territorios conquistados. Instituyó en
germen los futuros Consejos del reino al designar un colegio de doce
varones doctos y prudentes que le asesoraran; mas prescindió de validos.
Guardó rigurosamente los pactos y
palabras convenidos con sus adversarios los caudillos moros, aun frente
a razones posteriores de conveniencia política nacional; en tal sentido
es la antítesis caballeresca del «príncipe» de Maquiavelo. Fue, como
veremos, hábil diplomático a la vez que incansable impulsor de la
Reconquista. Sólo amó la guerra bajo razón de cruzada cristiana y de
legítima reconquista nacional, y cumplió su firme resolución de jamás
cruzar las armas con otros príncipes cristianos, agotando en ello la
paciencia, la negociación y el compromiso. En la cumbre de la autoridad y
del prestigio atendió de manera constante, con ternura filial,
reiteradamente expresada en los diplomas oficiales, los sabios consejos
de su madre excepcional, doña Berenguela. Dominó a los señores
levantiscos; perdonó benignamente a los nobles que vencidos se le
sometieron y honró con largueza a los fieles caudillos de sus campañas.
Engrandeció el culto y la vida monástica, pero exigió la debida
cooperación económica de las manos muertas eclesiásticas y feudales.
Robusteció la vida municipal y redujo al límite las contribuciones
económicas que necesitaban sus empresas de guerra. En tiempos de
costumbres licenciosas y de desafueros dio altísimo ejemplo de pureza de
vida y sacrificio personal, ganando ante sus hijos, prelados, nobles y
pueblo fama unánime de santo.
Como gobernante fue a la vez
severo y benigno, enérgico y humilde, audaz y paciente, gentil en
gracias cortesanas y puro de corazón. Encarnó, pues, con su primo San
Luis IX de Francia, el dechado caballeresco de su época.
Su muerte, según testimonios
coetáneos, hizo que hombres y mujeres rompieran a llorar en las calles,
comenzando por los guerreros.

Toma de Sevilla por Fernando III en 1248: Saqqaf (Axataf) le hace entrega de las llaves (Francisco Pacheco, s. XVII).
Más aún. Sabemos que arrebató el
corazón de sus mismos enemigos, hasta el extremo inconcebible de lograr
que algunos príncipes y reyes moros abrazaran por su ejemplo la fe
cristiana. «Nada parecido hemos leído de reyes anteriores», dice la
crónica contemporánea del Tudense hablando de la honestidad de sus
costumbres. «Era un hombre dulce, con sentido político», confiesa Al
Himyari, historiador musulmán adversario suyo. A sus exequias asistió el
rey moro de Granada con cien nobles que portaban antorchas encendidas.
Su nieto don Juan Manuel le designaba ya en el En-xemplo XLI «el santo
et bienauenturado rey Don Fernando».
Más que el consorcio de un rey y
un santo en una misma persona, Fernando III fue un santo rey; es decir,
un seglar, un hombre de su siglo, que alcanzó la santidad santificando
su oficio.
Fue mortificado y penitente,
como todos los santos; pero su gran proceso de santidad lo está
escribiendo, al margen de toda finalidad de panegírico, la más fría
crítica histórica; es el relato documental, en crónicas y datos sueltos
de diplomas, de una vida tan entregada al servicio de su pueblo por amor
de Dios, y con tal diligencia, constancia y sacrificio, que pasma. San
Fernando roba por ello el alma de todos los historiadores, desde sus
contemporáneos e inmediatos hasta los actuales. Físicamente, murió a
causa de las largas penalidades que hubo de imponerse para dirigir al
frente de todo su reino una tarea que, mirada en conjunto, sobrecoge.
Quizá sea ésta una de las formas de martirio más gratas a los ojos de
Dios.
Vemos, pues, alcanzar la
santidad a un hombre que se casó dos veces, que tuvo trece hijos, que,
además de férreo conquistador y justiciero gobernante, era deportista,
cortesano gentil, trovador y músico. Más aún: por misteriosa providencia
de Dios veneramos en los altares al hijo ilegítimo de un matrimonio
real incestuoso, que fue anulado por el gran pontífice Inocencio III: el
de Alfonso IX de León con su sobrina doña Berenguela, hija de Alfonso
VIII, el de las Navas.
Fernando III tuvo siete hijos
varones y una hija de su primer matrimonio con Beatriz de Suabia,
princesa alemana que los cronistas describen como «buenísima, bella,
juiciosa y modesta» (optima, pulchra, sapiens et pudica), nieta del gran
emperador cruzado Federico Barbarroja, y luego, sin problema político
de sucesión familiar, vuelve a casarse con la francesa Juana de
Ponthieu, de la que tuvo otros cinco hijos. En medio de una sociedad
palaciega muy relajada su madre doña Berenguela le aconsejó un pronto
matrimonio, a los veinte años de edad, y luego le sugirió el segundo. Se
confió la elección de la segunda mujer a doña Blanca de Castilla, madre
de San Luis.
Sería conjetura poco discreta
ponerse a pensar si, de no haber nacido para rey (pues por heredero le
juraron ya las Cortes de León cuando tenía sólo diez años, dos después
de la separación de sus padres), habría abrazado el estado eclesiástico.
La vocación viene de Dios y Él le quiso lo que luego fue. Le quiso rey
santo. San Fernando es un ejemplo altísimo, de los más ejemplares en la
historia, de santidad seglar.
Santo seglar lleno además de
atractivos humanos. No fue un monje en palacio, sino galán y gentil
caballero. El puntual retrato que de él nos hacen la Crónica general y
el Septenario es encantador. Es el testimonio veraz de su hijo mayor,
que le había tratado en la intimidad del hogar y de la corte.
San Fernando era lo que hoy
llamaríamos un deportista: jinete elegante, diestro en los juegos de a
caballo y buen cazador. Buen jugador a las damas y al ajedrez, y de los
juegos de salón.
Amaba la buena música y era buen
cantor. Todo esto es delicioso como soporte cultural humano de un rey
guerrero, asceta y santo. Investigaciones modernas de Higinio Anglés
parecen demostrar que la música rayaba en la corte de Fernando III a una
altura igual o mayor que en la parisiense de su primo San Luis, tan
alabada. De un hijo de nuestro rey, el infante don Sancho, sabemos que
tuvo excelente voz, educada, como podemos suponer, en el hogar paterno.
Era amigo de trovadores y se le
atribuyen algunas cantigas, especialmente una a la Santísima Virgen. Es
la afición poética, cultivada en el hogar, que heredó su hijo Alfonso X
el Sabio, quien nos dice: «todas estas vertudes, et gracias, et bondades
puso Dios en el Rey Fernando».
Sabemos que unía a estas
gentilezas elegancia de porte, mesura en el andar y el hablar, apostura
en el cabalgar, dotes de conversación y una risueña amenidad en los
ratos que concedía al esparcimiento. Las Crónicas nos lo configuran,
pues, en lo humano como un gran señor europeo. El naciente arte gótico
le debe en España, ya lo dijimos, sus mejores catedrales.
A un género superior de
elegancia pertenece la menuda noticia que incidentalmente, como detalle
psicológico inestimable, debemos a su hijo: al tropezarse en los
caminos, yendo a caballo, con gente de a pie torcía Fernando III por el
campo, para que el polvo no molestara a los caminantes ni cegara a las
acémilas. Esta escena del séquito real trotando por los polvorientos
caminos castellanos y saliéndose a los barbechos detrás de su rey cuando
tropezaba con campesinos la podemos imaginar con gozoso deleite del
alma. Es una de las más exquisitas gentilezas imaginables en un rey
elegante y caritativo. No siempre observamos hoy algo parecido en la
conducta de los automovilistas con los peatones. Años después ese mismo
rey, meditando un Jueves Santo la pasión de Jesucristo, pidió un barreño
y una toalla y echóse a lavar los pies a doce de sus súbditos pobres,
iniciando así una costumbre de la Corte de Castilla que ha durado hasta
nuestro siglo.
Hombre de su tiempo, sintió
profundamente el ideal caballeresco, síntesis medieval, y por ello
profundamente europea, de virtudes cristianas y de virtudes civiles.
Tres días antes de su boda, el 27 de noviembre de 1219, después de velar
una noche las armas en el monasterio de las Huelgas, de Burgos, se armó
por su propia mano caballero, ciñéndose la espada que tantas fatigas y
gloria le había de dar. Sólo Dios sabe lo que aquel novicio caballero
oró y meditó en noche tan memorable, cuando se preparaba al matrimonio
con un género de profesión o estado que tantos prosaicos hombres
modernos desdeñan sin haberlo entendido. Años después había de armar
también caballeros por sí mismo a sus hijos, quizá en las campañas del
sur. Mas sabemos que se negó a hacerlo con alguno de los nobles más
poderosos de su reino, al que consideraba indigno de tan estrecha
investidura.
Deportista, palaciano, músico,
poeta, gran señor, caballero profeso. Vamos subiendo los peldaños que
nos configuran, dentro de una escala de valores humanos, a un ejemplar
cristiano medieval.
De su reinado queda la fama de
las conquistas, que le acreditan de caudillo intrépido, constante y
sagaz en el arte de la guerra. En tal aspecto sólo se le puede
parangonar su consuegro Jaime el Conquistador. Los asedios de las
grandes plazas iban preparados por incursiones o «cabalgadas» de
castigo, con fuerzas ágiles y escogidas que vivían sobre el país. Dominó
el arte de sorprender y desconcertar. Aprovechaba todas las coyunturas
políticas de disensión en el adversario. Organizaba con estudio las
grandes campañas. Procuraba arrastrar más a los suyos por la persuasión,
el ejemplo personal y los beneficios futuros que por la fuerza.
Cumplidos los plazos, dejaba retirarse a los que se fatigaban.
Esta es su faceta histórica más
conocida. No lo es tanto su acción como gobernante, que la historia va
reconstruyendo: sus relaciones con la Santa Sede, los prelados, los
nobles, los municipios, las recién fundadas universidades; su
administración de justicia, su dura represión de las herejías, sus
ejemplares relaciones con los otros reyes de España, su administración
económica, la colonización y ordenamientos de las ciudades conquistadas,
su impulso a la codificación y reforma del derecho español, su
protección al arte. Esa es la segunda dimensión de un reinado
verdaderamente ejemplar, sólo parangonable al de Isabel la Católica,
aunque menos conocido.
Mas hay una tercera, que algún
ilustre historiador moderno ha empezado a desvelar y cuyo aroma es
seductor. Me refiero a la prudencia y caballerosidad con sus adversarios
los reyes musulmanes. «San Fernando –dice Ballesteros Beretta en un
breve estudio monográfico– practica desde el comienzo una política de
lealtad.» Su obra «es el cumplimiento de una política sabiamente
dirigida con meditado proceder y lealtad sin par».
Lo subraya en su puntual biografía el
padre Retana. Sintiéndose con derecho a la reconquista patria, respeta
al que se le declara vasallo. Vencido el adversario de su aliado moro,
no se vuelve contra éste. Guarda las treguas y los pactos. Quizá en su
corazón quiso también ganarles con esta conducta para la fe cristiana.
Se presume vehementemente que alguno de sus aliados la abrazó en
secreto. El rey de Baeza le entrega en rehén a un hijo, y éste,
convertido al cristianismo y bajo el título castellano de infante
Fernando Abdelmón (con el mismo nombre cristiano de pila del rey), es
luego uno de los pobladores de Sevilla. ¿No sería quizá San Fernando su
padrino de bautismo? Gracias a sus negociaciones con el emir de los
benimerines en Marruecos el papa Alejandro IV pudo enviar un legado al
sultán. Con varios San Fernandos, hoy tendría el África una faz
distinta.
Al coronar su cruzada, enfermo
ya de muerte, se declaraba a sí mismo en el fuero de Sevilla caballero
de Cristo, siervo de Santa María, alférez de Santiago. Iban envueltas
esas palabras en expresiones de adoración y gratitud a Dios, para
edificación de su pueblo. Ya los papas Gregorio IX e Inocencio IV le
habían proclamado «atleta de Cristo» y «campeón invicto de Jesucristo».
Aludían a sus resonantes victorias bélicas como cruzado de la
cristiandad y al espíritu que las animaba.
Como rey, San Fernando es una
figura que ha robado por igual el alma del pueblo y la de los
historiadores. De él se puede asegurar con toda verdad –se aventura a
decir el mesurado Feijoo– que en otra nación alguna non est inventus
similis illi [no se ha encontrado ninguno semejante a él].
Efectivamente, parece puesto en
la historia para tonificar el espíritu colectivo de los españoles en
cualquier momento de depresión espiritual.
Le sabemos austero y penitente.
Mas, pensando bien, ¿qué austeridad comparable a la constante entrega de
su vida al servicio de la Iglesia y de su pueblo por amor de Dios?
Cuando, guardando luto en
Benavente por la muerte de su mujer, doña Beatriz, supo mientras comía
el novelesco asalto nocturno de un puñado de sus caballeros a la
Ajarquía o arrabal de Córdoba, levantóse de la mesa, mandó ensillar el
caballo y se puso en camino, esperando, como sucedió, que sus caballeros
y las mesnadas le seguirían viéndole ir delante. Se entusiasmó, dice la
Crónica latina: «irruit… Domini Spiritus in rege». Veían los suyos que
todas sus decisiones iban animadas por una caridad santa. Parece que no
dejó el campamento para asistir a la boda de su hijo heredero ni al
conocer la muerte de su madre.
Diligencia significa
literalmente amor, y negligencia desamor. El que no es diligente es que
no ama en obras, o, de otro modo, que no ama de verdad. La diligencia,
en último término, es la caridad operante. Este quizá sea el mayor
ejemplo moral de San Fernando. Y, por ello, ninguno de los elogios que
debemos a su hijo, Alfonso X el Sabio, sea en el fondo tan elocuente
como éste: «no conoció el vicio ni el ocio».
Esa diligencia estaba alimentada
por su espíritu de oración. Retenido enfermo en Toledo, velaba de noche
para implorar la ayuda de Dios sobre su pueblo. «Si yo no velo
–replicaba a los que le pedían descansase–, ¿cómo podréis vosotros
dormir tranquilos?» Y su piedad, como la de todos los santos, mostrábase
en su especial devoción al Santísimo Sacramento y a la Virgen María.
A imitación de los caballeros de
su tiempo, que llevaban una reliquia de su dama consigo, San Fernando
portaba, asida por una anilla al arzón de su caballo, una imagen de
marfil de Santa María, la venerable «Virgen de las Batallas» que se
guarda en Sevilla. En campaña rezaba el oficio parvo mariano,
antecedente medieval del santo rosario. A la imagen patrona de su
ejército le levantó una capilla estable en el campamento durante el
asedio de Sevilla; es la «Virgen de los Reyes», que preside hoy una
espléndida capilla en la catedral sevillana. Renunciando a entrar como
vencedor en la capital de Andalucía, le cedió a esa imagen el honor de
presidir el cortejo triunfal. A Fernando III le debe, pues, inicialmente
Andalucía su devoción mariana. Florida y regalada herencia.
San Fernando quiso que no se le
hiciera estatua yacente; pero en su sepulcro grabaron en latín,
castellano, árabe y hebreo este epitafio impresionante: «Aquí yace el
Rey muy honrado Don Fernando, señor de Castiella é de Toledo, de León,
de Galicia, de Sevilla, de Córdoba, de Murcia é de Jaén, el que
conquistó toda España, el más leal, é el más verdadero, é el más franco,
é el más esforzado, é el más apuesto, é el más granado, é el más
sofrido, é el más omildoso, é el que más temie a Dios, é el que más le
facía servicio, é el que quebrantó é destruyó á todos sus enemigos, é el
que alzó y ondró á todos sus amigos, é conquistó la Cibdad de Sevilla,
que es cabeza de toda España, é passos hi en el postrimero día de Mayo,
en la era de mil et CC et noventa años.»
Que San Fernando sea perpetuo
modelo de gobernantes e interceda por que el nombre de Jesucristo sea
siempre debidamente santificado en nuestra Patria.
miércoles, 25 de abril de 2012
SAN MARCOS
Fue el primer Evangelio en ser
escrito. La fecha exacta de cuando fue escrito no se tiene con certeza.
San Ireneo, uno de los Padres de la Iglesia, en su libro "Contra las
Herejías" escribió que el evangelio de San Marcos fue escrito después
de la muerte de San Pedro y de San Pablo. San Clemente de Alejandría
pensaba que se escribió antes de la muerte de San Pedro, muerte que ocurrió
en el año 64 d.c. El capítulo 13:5-17, conocido como el "pequeño
Apocalipsis" indica el conocimiento de eventos que llevaron a la
guerra de los Judíos contra los Romanos (66-77 d. c.), pero no muestra un
claro conocimiento de la caída de Jerusalén en el año 70 d.c. La mayoría
de los estudiosos piensan que el evangelio fue escrito poco antes de la
caída de Jerusalén y probablemente entre los años 65-75 d.c.
Este evangelio fue escrito para
cristianos gentiles; así lo demuestra al traducir vocablos arameos y
explicar costumbres Judías. El uso de latinismos y de la alusión a Rufo y
Alejandro (15:21) indica que los destinatarios fueron los cristianos
gentiles de Roma, siendo así que ese Rufo es probablemente el citado en la
Carta a los Romanos 16:13. También se deja entrever que los destinatarios
de este evangelio pertenecen a una comunidad amenazada por la persecución,
lo cual cuadra con la Roma de los tiempos de Nerón.
BIOGRAFIA
DE SAN MARCOS
Autor del segundo Evangelio (el
primero en escribirse), San Marcos es judío de Jerusalén. A veces el Nuevo
Testamento lo llama Juan Marcos (Hechos 12,12). Acompañó a San Pablo y a
Barnabás, su primo, a Antioquia y en el primer viaje misionero de estos.
(Hechos 12, 25). Se separó de ellos en Perga y regresó a su casa. (Hechos
13,13). No sabemos las razones por las que San Marcos de esa separación
pero si sabemos que causó una separación posterior entre San Pablo y
Barnabás, cuando San Pablo rehusó aceptar a San Marcos como compañero en el
segundo viaje misionero. Barnabás se enojó tanto que rompió su asociación
misionera con San Pablo y se fue a Chipre con Marcos (Hechos 15,36-39).
Años mas tarde San Pablo y San Marcos volvieron a unirse en un viaje
misionero.
San Marcos también se unió
estrechamente con San Pedro, posiblemente siendo su intérprete. Juntos
fueron a Roma. San Pedro por su parte se refería a San Marcos como "mi
hijo" (1P 5,13).
La mayor contribución de San
Marcos es el segundo Evangelio. Se debate la fecha de su origen, quizás fue
en la década 60-70 AD. San Marcos escribió en griego con palabras sencillas
y fuertes. Por su terminología se entiende que su audiencia era cristiana.
Su Evangelio contiene historia y teología.
Evangelizó y estableció a la
Iglesia en Alejandría, fundando allí su famosa escuela cristiana.
Murió mártir el 25 de abril del
68 AD aprox. en Alejandría y sus reliquias están en la famosa catedral de
Venecia.
viernes, 20 de abril de 2012
SAN MARCELINO DE EMBRUN OBISPO
Martirologio Romano: En Embrún, en la Galia, san Marcelino, primer obispo de esta ciudad, el cual, oriundo de África, convirtió a la fe de Cristo la mayor parte de la población de los Alpes Marítimos, siendo ordenado obispo por san Eusebio de Vercelli (c. 374).
Etimológicamente: Marcelino = Aquel que procede de Marte, con Marte como dios de la guerra romano. Es de origen latino.
Vino al mundo en la provincia romana de Africa y murió en Embrun (Alpes), el 13 de abril del año 374.
Este joven tuvo la feliz idea evangélica de embarcarse con dos compañeros, Domingo y Vicente, con destino a Francia.
Les guiaba llana y simplemente la evangelización de los Alpes franceses.
A sus dos amigos los envió a los Alpes Bajos. El se quedó en Embrun. En seguida, llevado por la urgencia de anunciar el evangelio y para tener un lugar apropiado en donde hacerlo, construyó una capilla en la ciudad.
Para su inauguración invitó a san Eusebio de Vercelli. A pesar de la distancia y de los caminos, vino desde el Piamonte para la consagración de la iglesia y, de camino, lo consagró Obispo.
Se cuenta que, a la vuelta de una incursión apostólica, Marcelino se encontró con una reata de mulos que llevaban sacos de trigo, uno de los arrieros le daba golpes al animal porque había caído muerto de extenuación y agotamiento.
Al ver pasar al obispo, le dijo: "Usted va a hacer sus veces". Y así lo hizo. Cargó con el trigo hasta el pueblo. Cuando los cristianos lo vieron llegar de esta forma extraña, quisieron hacerle daño al arriero, pero Marcelino se lo impidió: "No le hagáis daño, es mi bienhechor. ¿No me ha permitido imitar un poco a Aquel que cargó con nuestros pecados y quiso llevar la cruz de la salvación?".
Con estas pruebas de amor a Cristo, la gente se quedó alucinada. Gracias a esto, le fue más fácil lograr conversiones para la fe cristiana.
Junto a este amor limpio y sincero para con todo el mundo, también supo luchar con ahínco contra el arrianismo que quería implantar Constancio II en todo el Occidente. Por eso, alguna que otra vez tuvo que huir a las montañas para que no lo cogieran los funcionarios imperiales. Al morir el emperador, quedó libre.
miércoles, 18 de abril de 2012
BEATA MARÍA DE LA ENCARNACIÓN (Madre y fundadora del Carmelo Teresiano en Francia)
Madre de seis hijos, que se dio el gusto de poder llevar a su país tres nuevas comunidades religiosas, y de llegar a tener tres hijas religiosas y un hijo sacerdote, además de dos hijos muy buenos católicos y padres de familia.
Nació en París en 1565 de noble familia. Sus padres deseaban mucho tener una hija y después de bastantes años de casados no la habían tenido. Prometieron consagrarla a la Sma. Virgen y Dios se la concedió. Tan pronto nació la consagraron a Nuestra Señora y poco después fueron al templo a dar gracias públicamente a Dios por tan gran regalo.
De jovencita deseaba mucho ser religiosa, pero sus padres, por ser la única hija, dispusieron que debería contraer matrimonio. Ella obedeció diciendo: "Si no me permiten ser esposa de Cristo, al menos trataré de ser una buena esposa de un buen cristiano". Y en verdad que lo fue.
A sus seis hijos los educaba con tanto esmero especialmente en lo espiritual que la gente decía: "Parece que los estuviera preparando para ser religiosos".
Su esposo Pedro Acarí, un joven abogado, que ocupaba un alto puesto en el Ministerio de Hacienda del gobierno, era muy piadoso y caritativo y ayudaba con gran generosidad especialmente a los católicos que tenían que huir de Inglaterra por la persecución de la Reina Isabel. Pero como todo ser humano, Don Pedro tenía también fuertes defectos que hicieron sufrir bastante a nuestra santa. Pero ella los soportaba con singular paciencia.
A quienes le preguntaban si a sus hijos los estaba preparando para que fueran religiosos, ella les respondía: "Los estoy preparando para que cumplan siempre y en todo de la mejor manera la voluntad de Dios".
El Sr. Acarí pertenecía a la Liga Católica y este partido fue derrotado y quedó de rey Enrique IV, el cual desterró a los jefes de la Liga y les confiscó todos sus bienes. De un momento a otro la señora de Acarí quedaba sin esposo y sin bienes y con seis hijitos para sostener. Pero ella no era mujer débil para dejarse derrotar por las dificultades. Personalmente asumió ante el gobierno la defensa de su marido y obtuvo que levantaran el destierro y que le devolvieran parte de los bienes que le habían quitado. Y llegó a ganarse la admiración y el aprecio del mismo rey Enrique IV.
Desde los primeros años de su matrimonio dispuso llevar una vida de mucha piedad en su hogar. Al personal de servicio le hacía rezar ciertas oraciones por la mañana y por la noche, y a la vez que les prestaba toda clase de ayudas materiales, se preocupaba mucho porque cada uno cumpliera muy bien sus deberes para con Dios. Se asoció con una de sus sirvientas para rezar juntas, corregirse mutuamente en sus defectos, leer libros piadosos y ayudarse en todo lo espiritual.
La bondad de su corazón alcanzaba a todos: alimentaba a los hambrientos, visitaba enfermos, ayudaba a los que pasaban situaciones económicas difíciles, asistía a los agonizantes, instruía a los que no sabían bien el catecismo, trataba de convertir a los herejes, a los que habían pasado a otras religiones y favorecía a todas las comunidades religiosas que le era posible. Su marido a veces se disgustaba al verla tan dedicada a tantas actividades religiosas y caritativas, pero después bendecía a Dios por haberle dado una esposa tan santa.
La señora de Acarí se hizo amiga de una mujer mundana la cual empezó a tratar en sus charlas de temas profanos, y al iniciarla en lecturas de novelas y de escritos no piadosos. Esto la enfrió mucho en su piedad. Afortunadamente su esposo se dio cuenta y la previno contra el peligro de esa amistad y de esas lecturas y empezó a llevarle los libros escritos por Santa Teresa, y estos libros la transformaron completamente. Otra lectura que la conmovió profundamente fue la de las Confesiones de San Agustín. Una frase de este santo que la movió a dedicarse totalmente a Dios fue la siguiente: "Muy pobre y miserable es el corazón que en vez de contentarse con tener a Dios de amigo, se dedica a buscar amistades que sólo le dejan desilusión".
Muere su esposo y ella puede ahora dedicarse con más exclusividad a las labores espirituales. Arregla todo de la mejor manera para que sus hijos sigan recibiendo la mejor educación posible y ella dirige todos sus esfuerzos a una labor que le ha sido confiada en una visión.
Un día mientras está orando, después de haber leído unas páginas de la autobiografía de Santa Teresa, siente que ésta santa se le aparece y le dice: "Tú tienes que esforzarte por que mi comunidad de las carmelitas logre llegar a Francia". Desde esa fecha la Señora Acarí se dedica a conseguir los permisos para que las Carmelitas puedan entrar a su país. Pero las dificultades que se le presentan son muy grandes. Hay leyes que prohiben la llegada de nuevas comunidades. Habla con el rey y con el arzobispo, pero cuando todo parece ya estar listo, de nuevo se les prohibe la entrada. Una nueva aparición de Santa Teresa viene a recomendarle que no se canse de hacer gestiones para que las religiosas carmelitas puedan entrar a Francia, porque esta comunidad va a hacer grandes labores espirituales en ese país. Por sus ruegos el Padre Berule (el futuro Cardenal Berule) se va a España y obtiene que preparen un grupo de carmelitas para enviar a París. Y mientras tanto la Sra. Acarí sigue en la capital haciendo gestiones para conseguirles casa y por obtener todos los permisos del alto gobierno.
Nuestra santa no es de las que se quedan con los brazos cruzados. Sabe que a París ha llegado el famoso obispo San Francisco de Sales a predicar una gran serie de sermones y lo invita a su casa y este santo apóstol que es admirador incondicional de los escritos de Santa Teresa se le convierte en su mejor aliado y habla con las más altas personalidades y le ayuda a conseguir los permisos que necesitan. Otro que les ayudó mucho fue el abad de los Cartujos, que era su confesor. Y entre todos logran conseguir del Papa Clemente VIII un decreto permitiendo la entrada de las hermanas a Francia. Un ideal conseguido. En 1604 llegaron a París las primeras hermanas Carmelitas. Iban dirigidas por dos religiosas que después serían beatas: la beata Ana de Jesús y la Madre Ana de San Bartolomé. La señora de Acarí con sus tres hijas las estaba esperando en las puertas de la ciudad, y con ellas lo mejor de la sociedad. Y cantando el salmo 116: "Alabad al Señor todas las naciones, aclamadlo todos los pueblos", entraron al pueblo para dar gracias y luego las acompañaron a la casa que les tenían preparada. Poco después las tres hijas de la señora Acarí se hicieron monjas carmelitas y luego lo será ella también.
La comunidad de las carmelitas estaba destinada a hacer un gran bien en Francia por muchos siglos y a tener santas famosas como por ejemplo, Santa Teresita del Niño Jesús.
La beata de la cual estamos hablando en esta biografía tiene la especialidad de haber sido una de las monjas más especiales que ha tenido la Iglesia Católica. Madre de seis hijos (tres religiosas carmelitas, un sacerdote y dos casados) viuda, dama de la alta sociedad y termina siendo humilde monjita en un convento donde su propia hija es la superiora. No es un caso tan fácil de repetirse.
Después de conseguirles muchas novicias a las hermanas carmelitas y de ayudarles a fundar tres conventos en Francia y de haber tenido el gusto de que sus tres hijas se hicieran monjas carmelitas, pidió ella también ser aceptada como hermanita legal en uno de los conventos. Y allí se dedicó a los oficios más humildes y a obedecer en todo como la más sencilla de las novicias. Al ser nombrada su hija como superiora del convento, la mamá de rodillas le juró obediencia.
Los últimos años de la hermana María de la Encarnación (nombre que tomó en la comunidad) fueron de profunda vida mística y de frecuentes éxtasis. Dios le revelaba importantes verdades. Estas elevaciones espirituales, ahora en la vida del convento las podía gozar mucho más tranquilamente. Santa Teresa en una tercera aparición le anunció que ella también llegaría a pertenecer a su comunidad de hermanas carmelitas y esto la animó a hacer la petición para entrar a la santa comunidad. Desde que se hizo religiosa su ilusión era pasar escondida y en silencio, cumpliendo con la mayor exactitud los reglamentos de la congregación. Las monjitas empezaron pronto a presenciar sus éxtasis y les parecía que esta venerable señora era ante Dios como una niñita sencilla, pura y obediente que tenía su cuerpo acá en la tierra pero que ya su espíritu vivía más en el cielo que en este mundo.
En abril de 1618 enfermó gravemente y quedó medio paralizada. No se cansaba de bendecir a Dios por todas las misericordias que le había regalado en su vida. A una hija que lloraba al sentir que se iba a morir le decía: "Pero hija, ¿te entristeces porque me marcho a una patria mucho mejor que esta?". Y su lecho de muerte se convierte en cátedra desde donde enseña a todas la santidad. Sin cesar recomienda a quienes la visitan que no se apeguen a los goces de la tierra que son tan pasajeros y que se esfuercen por conseguir los goces del cielo que son eternos.
Las hermanas le preguntan: "¿Le va pedir a Dios que le revele la fecha de su muerte?", y responde: -"No, yo lo que le pido a Nuestro Señor es que tenga misericordia de mí en esta hora final". Otra le pregunta: "¿Qué le pedirá a Dios al llegar al cielo? - Le pediré que en todo y en todas partes se haga siempre la voluntad de su querido Hijo Jesucristo". El 18 de abril de 1618 tiene un éxtasis y al final de él una monjita le pregunta: "¿Qué hacía hermana durante este rato?" Y le responde: "Estaba hablando con mi buen Padre, Dios". Luego con una suave sonrisa se quedó muerta.
El papa Pío VI la beatificó el 5 de junio de 1791.
Su cuerpo reposa en la capilla del convento de Pontoise.
Su fiesta se celebra el 18 de abril.
martes, 17 de abril de 2012
SAN ESTEBAN HARDING ABAD
En el monasterio de Cister, en Borgoña (hoy Francia), san Esteban Harding, abad, que junto con otros monjes vino de Molesmes y, más tarde, estuvo al frente de este célebre cenobio, donde instituyó a los hermanos conversos, recibió a san Bernardo con treinta compañeros y fundó doce monasterios, que unió con el vínculo de la Carta de Caridad, para que no hubiese discordia alguna entre ellos, sino que los monjes actuasen con unidad de amor, de Regla y con costumbres similares (1134).
Nació en Sherborne en Dorsetshire, Inglaterra, a mediados del siglo XI; murió el 28 de Marzo de 1134.
Recibió su primera educación en el monasterio de Sherborne y más tarde estudió en París y Roma. Al regreso de esta última ciudad, se detuvo en el monasterio de Molesme y, quedó tan impresionado de la santidad de Roberto, el abad, que decidió unirse a esa comunidad. Aquí practicó grandes austeridades, llegó a ser uno de los principales partidarios de San Roberto y fue uno de los veintiún monjes que, por la autoridad de Hugo, arzobispo de Lyons, se retiró a Cîteaux para instituir una reforma en la nueva fundación en ese lugar.
Cuando San Roberto fue llamado nuevamente a Molesme (1099), Esteban llegó a ser prior de Cîteaux bajo Alberico, el nuevo abad. A la muerte de Alberico (1110), Esteban, que estaba ausente del monasterio en ese momento, fue electo abad. El número de monjes se había reducido mucho, dado que no habían ingresado nuevos miembros para reemplazar a los que habían fallecido.
Esteban, sin embargo, insistió en retener la estricta observancia instituida originalmente y, habiendo ofendido al Duque de Borgoña, gran promotor de Cîteaux, al prohibir a él y a su familia penetrar al claustro, se vio incluso forzado a pedir limosna de puerta en puerta.
Parecía que la fundación estaba condenada a morir cuando (1112) San Bernardo, con treinta compañeros, se unió a la comunidad. Esto resultó ser el inicio de una extraordinaria prosperidad. Al año siguiente Esteban fundó su primera colonia en La Ferté, y hasta antes de su muerte había establecido un total de trece monasterios.
Sus talentos como organizador eran excepcionales, instituyó el sistema de capítulos generales y visitas regulares para asegurar la uniformidad en todas sus fundaciones, redactó la famosa “Constitución o Carta dela Caridad”, una colección de estatutos para el gobierno de todos los monasterios unidos a Cîteaux, que fue aprobada por el Papa Calixto II en 1119.
En 1133 Esteban, ahora anciano, enfermo y casi ciego, renunció al puesto de abad, designando como su sucesor a Roberto de Monte, quién fue consecuentemente electo por los monjes. La elección del santo, sin embargo, resultó desafortunada y el nuevo abad retuvo el puesto sólo dos años.
Además de la “Constitución de la Caridad”, comúnmente se le atribuye la autoría del “Exordium Cisterciencis Cenobii” que, sin embargo, pudiera no ser suyo. Se conservan dos de sus sermones y también dos cartas (Nº 45 y 49) en el “Epp. S. Bernardi”.
Esteban fue sepultado en la tumba e Alberico, su predecesor, en el claustro de Cîteaux. La celebración de San Esteban ha sido movida de fecha con el tiempo, del 17 de abril al 16 de julio, luego al 26 de enero, fiesta de los santos Fundadores de la Orden Cisterciense: San Roberto, el beato Alberico y san Esteban. Finalmente, la reciente edición del "Martiriologio romano" muestra su celebración el 28 marzo, como ocasión del día de su muerte.
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