San Pablo de la Cruz es el fundador de los Religiosos Pasionistas, nació en Génova (Italia) en 1684.
Cuando era niño, cada vez
que le llegaba algún sufrimiento especial, la mamá le mostraba un
crucifijo y le recordaba que Jesús ofreció sus sufrimientos por
nosotros, y que también nosotros debemos ofrecer por Él lo que sufrimos.
Así lo fue entusiasmando por la Pasión de Cristo.
Su padre le leía de vez en
cuando el libro de vidas de Santos, y esto lo animaba mucho a ser mejor.
Aquel buen hombre avisaba también continuamente a su hijo acerca de lo
peligroso y dañino que es juntarse con malas compañías.
Así lo libró de muchos males y peligros.
A los 15 años oyó un
emocionante sermón acerca de esta frase de Jesús: "Si no se convierten y
no hacen penitencia, todos perecerán". En esa fecha hizo una confesión
general de toda su vida y desde aquel día empezó a dormir en el duro
suelo, a ayunar, a dedicar varias horas de la noche a rezar y a leer
libros piadosos. Luego organizó con algunos de sus compañeros una
asociación de jóvenes para ayudar a los demás con sus palabras y buenos
ejemplos a ser mejores. Varios de esos muchachos se hicieron religiosos
después.
Se alistó en el ejército
del Sumo Pontífice para defender la religión, pero después de un año se
dio cuenta que no tenía vocación para militar. Luego rechazó unos
negocios muy prometedores que le ofrecían y un matrimonio muy brillante
que se le presentaba. Se quedó por varios años en la casa de sus padres
dedicado a la oración, a la meditación y a practicar la caridad hacia
los pobres.
En 1720 vio que en sueños
le mostraban una sotana negra con un corazón y una cruz blanca y el
nombre de Jesús. Era como un aviso del hábito o distintivo que debería
dar a sus religiosos. Después en una visión oyó a la Sma. Virgen que le
aconsejaba fundar una comunidad que se dedicara a amar y hacer amar la
Santísima Pasión de Jesucristo. Pablo presentó estos mensajes por
escrito al Sr. Obispo y a su director espiritual. Ambos, conociendo la
vida heroica de virtud y oración que el joven había llevado desde niño,
reconocieron que se trataba realmente de una vocación señalada por Dios.
Y el Sr. Obispo le dio a Pablo la sotana negra con el corazón blanco y
la cruz sobre el pecho.
Pablo se retiró durante 40
días a redactar los Reglamentos de la nueva comunidad, en una húmeda
habitación junto a una sacristía, donde vivió todo ese tiempo a pan y
agua y durmiendo por la noche en un lecho de paja. Esos Reglamentos son
los que han seguido siempre sus religiosos. Luego se dedicó a ayudar a
los sacerdotes a dar clases de catecismo, y a predicar misiones
populares con gran éxito.
Los primeros candidatos que
se presentaron pidiendo ser admitidos en la nueva Congregación,
encontraron demasiado duro el Reglamento y se retiraron. Mientras tanto
San Pablo de la Cruz y un compañero suyo viajaban por los pueblos
predicando misiones y obteniendo muchas conversiones.
El Papa Benedicto XIV
aprobó los Reglamento, pero suavizándolos un poco, y entonces empezaron a
llegar novicios, y pronto tuvo ya tres casas de religiosos pasionistas.
En todas las ciudades y
pueblos a donde llegaba predicaba acerca de la Pasión y Muerte de
Jesucristo. A veces se presentaba con una corona de espinas en la
cabeza. Siempre llevaba en la mano una cruz, y con los brazos
extendidos, el santo hablaba de los sufrimientos de Nuestro Señor, en
forma que conmovía aun a los más duros e indiferentes. A veces, cuando
el público no demostraba conversión, se azotaba violentamente delante de
todos, por los pecados del pueblo, de modo que hacía llorar hasta a los
soldados y a los bandoleros.
Un oficial que asistió a
algunos de sus sermones decía: "Yo he estado en muchas batallas, sin
sentir el mínimo miedo al oír el estallido de los cañones. Pero cuando
este padre predica me hace temblar de pies a cabeza". Es que Dios le
había dado la eficacia de la palabra y el Espíritu Santo le concedía la
gracia de conmover los corazones.
En los sermones era duro e
intransigente para no dejar que los pecadores vivieran en paz con sus
vicios y pecados, pero luego en la confesión era compresivo y amable,
invitándolos a hacer buenos propósitos, animándolos a cambiar de vida, y
aconsejándoles medios prácticos para perseverar siendo buenos
cristianos, y portándose bien.
Dios colmó a San Pablo de
la Cruz con dones extraordinarios. A muchas personas les anunció cosas
que les iban a suceder en el futuro. Curó a innumerables enfermos.
Estando a grandes distancias, de pronto se aparecía a alguno para darle
algún aviso de importancia, y desaparecía inmediatamente. Rechazaba toda
muestra de veneración que quisieran darle, pero las gentes se
apretujaban junto a él y hasta le quitaban pedacitos de su sotana para
llevarlos como reliquias y recuerdos.
Con su hermano Juan
Bautista trabajaron siempre juntos predicando misiones, enseñando
catecismo y atendiendo pobres. Como ambos eran sacerdotes, se confesaban
el uno con el otro y se corregían en todo lo necesario. Solamente una
vez tuvieron un pequeño disgusto y fue cuando un día Juan Bautista se
atrevió a decirle a Pablo que lo consideraba un hombre verdaderamente
virtuoso. El santo se disgustó y le prohibió hablarle por tres días. Al
tercer día Juan Bautista le pidió perdón de rodillas y siguieron siendo
buenos amigos como antes.
En 1771 fundó la comunidad
de Hermanas Pasionistas que se dedican también a amar y hacer amar la
Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo.
En 1772 sintiéndose muy
enfermo mandó pedir al Papa su bendición para morir en paz. Pero el Sumo
Pontífice le respondió que la Iglesia necesitaba que viviera unos años
más. Entonces se mejoró y vivió otros tres años.
Su muerte ocurrió el 18 de octubre de 1775 cuando tenía ochenta años. Antes de cien años (1867) fue declarado santo.
Que San Pablo de la Cruz
nos obtenga del cielo la gracia de meditar con frecuencia en la Pasión y
Muerte de Jesús y así amar mucho y siempre más a nuestro amable
Redentor.