miércoles, 23 de abril de 2008
BEATA TERESA MARÍA DE LA CRUZ
Teresa Adelaida Cesina Manetti nació de humilde familia en San Martino a Campo Bisenzio (Florencia-Italia), el 2 de marzo de 1846.
Familiarmente le llamaban todos "Bettina". Quedó huérfana de padre muy pronto y conoció lo dura que era la vida. A pesar de ello, ayudaba a los pobres privándose hasta de lo más necesario.
En 1872, junto con otras compañeras, se retiró a una casita de campo y allí "oraban, trabajaban y reunían a algunas jóvenes para educarlas con buenas lecturas y enseñarles la doctrina cristiana".
El 16 de julio de 1876 fueron admitidas a la tercera Orden del Carmen Teresiano y cambió su nombre por el de Teresa María de la Cruz.
El 1877 recibió las primeras huérfanas, cuyo número fue creciendo día a día. Aquellas niñas abandonadas "eran su mejor tesoro".
El 12 de julio de 1888 las 27 primeras religiosas vistieron el hábito de la Orden de Carmen Descalzo, a la que se habían agregado el 12 de junio de 1885.
El 27de febrero de 1904 el papa Pío X aprobaba el Instituto con el nombre de "Terciarias carmelitas de Santa Teresa".
Acudirán a ella toda clase de personas para que Madre Teresa María solucione sus más delicados problemas materiales y espirituales. Ella, con luces especiales que recibió de lo alto, tranquilizaba a aquellos espíritus atormentados, hacía las paces entre los encontrados y el Señor obraba milagros por su medio. Eran las "florecillas" de las que están llenos sus Procesos. La oración era su vida y tuvo el carisma de una perenne comunión con el Señor, hasta el punto de que, como asegura un testigo refiriéndose a una afirmación de la beata, "le daba lo mismo estar retirada en el convento, que tratar con las personas, porque doquiera se sentía unida con Dios".
Madre Teresa María vio con gran alegría extenderse el Instituto hasta Siria y el Monte Carmelo de Palestina.
Su gran vocación y su gran misión fue la Cruz. Sobre ella veía a Cristo, y con Cristo quería a toda costa estar crucificada. Quiso que su fiesta fuera el 14 de septiembre, día de la Exaltación de la Santa Cruz.
Gozó siempre de muy poca salud y también su espíritu fue duramente probado, por ello le cuadraba muy bien su sobrenombre "de la cruz". Recorrió valientemente su "calvario", y con frecuencia, decía: "Tritúrame, Señor, exprímeme hasta al última gota".
En lo más arduo de la persecución o de la prueba, exclamaba, llena de gozo: "¡Viva la Cruz!'.
Su caridad no tenía Iímites. Se entregaba a todos y en todo, olvidándose siempre de sí misma. El obispo Andrés Casullo que la conocía bien a fondo, afirmaba de ella: "Se desvivía por hacer el bien".
Decía que los pobres y abandonados sean nuestros preferidos. que estemos dispuestos a arrastrar toda clase de sufrimientos por Cristo y por nuestros hermanos. Que la Eucaristía y María sean nuestros Maestros y nuestro consuelo, que la cruz sea nuestro mejor libro y maestro.
Devotísima del Santísimo Sacramento y del Sagrado Corazón de Jesús, solía decir: "Quisiera hacer de todos los corazones un solo corazón y mecerlo en el Corazón de Jesús".
El amor a Jesús la unía más íntimamente a la Sma. Virgen, a la que, como buena carmelita, trataba de amar e imitar siempre y en todo.
Después de pasar por noches oscurísimas de su alma, preparada por la gracia, le llegó la muerte en su mismo pueblo natal el 3 de abril 1910, mientras repetía una vez mas. "Oh Jesús mío, sí quiero padecer más..." Y murmuraba extática: "¡Está abierto!... ya voy".
El papa Juan Pablo II la beatificaba el 19 de octubre de 1986.
miércoles, 16 de abril de 2008
SANTA ENGRACIA, virgen y mártir +304
Hoy, los cristianos, tenemos que reforzar nuestra Fe, en los ejemplos de los Santos.
Qué supieron imitar verdaderamente a Jesucristo, y dar la vida por Él, antes qué negarlo.
Ser testigos, y defensores de su Iglesia, con Su Palabra, y Sus Obras. Como la Santa de hoy, qué no queremos olvidar por muchos años que pasen.
Mi Madre de pequeña me leyó su vida, y siempre la recordaré, igual qué a muchos otros Santos. "Qué en paz descanse" y disfrute ya, de su compañía.
En tiempos del emperador Diocleciano (285-305) fue cuando más sañudamente fue perseguida la religión cristiana. Por España se extendía de modo prodigioso y había que atajarla. Para ello envió como prefecto al cruel Daciano que regó de sangre inocente todas las tierras españolas.
Aunque hayan desaparecido las Actas Martiriales han llegado hasta nosotros noticias fidedignas de la heroicidad y martirio de Santa Engracia. El inspirado poeta Prudencio, en su Libro de las Coronas, himno IV, después de cantar maravillosamente el valor de estos mártires, les contempla llegando al cielo "donde serán presentados por un ángel, al mismo tiempo que la virgen Engracia...".
HAY MUCHOS SANTOS EN EL ANONIMATO
Han llegado hasta Zaragoza noticias de las barbaridades que por donde pasa realiza el impío Daciano. Ya se conocen los pormenores y valentía de Eulalia de Barcelona. Aquellos días se encontraba en Zaragoza la noble joven Engracia, que venía de Brácara y se dirigía hacia el Rosellón acompañada de un numeroso cortejo para encontrarse con su prometido y allí contraer matrimonio cristiano.
Al llegar a Zaragoza, coinciden con la venida de Daciano y sus órdenes de persecución contra los cristianos. Santa Engracia confiesa su fe y se atreve a defender a los seguidores de Cristo.
Su martirio ha quedado como uno de los más violentos y mereció uno de los mejores himnos de Prudencio. Después de ser arrastrada por las calles del tiro de unos caballos, es azotada con garfios hasta sacarle el hígado y dejar a la vista de todos, su corazón, para terminar atravesándole la cabeza con un clavo. el 16 DE ABRIL del año 304.
Engracia no iba sola. Le acompañaban como apuestos caballeros todos los pajes de su séquito dispuestos a correr la misma suerte que su Dama ya que era su misma fe la que profesaban. Eran éstos, para feliz memoria: Luperco, Optato, Suceso, Marcial, Urbano, Julio, Quintiliano, Publio, Frontón, Félix, Ceciliano, Evencio, Primitivo, Apodemio, Maturino, Casiano, Fausto y Jenaro. Zaragoza, impresionada, dedicó prontamente una cripta con su nombre, para albergar sus reliquias y las de los 18 acompañantes:
martes, 1 de abril de 2008
SANTA MARÍA EGIPCIACA PENITENTE
El más famoso testimonio de la confianza popular en la intervención de María es el relato de la conversión de Santa María Egipcíaca. Una hermosa tradición cuenta que en el siglo V un santo sacerdote llamado Zósimo después de haber pasado muchos años de monje en un convento de Palestina dispuso irse a terminar sus días en el desierto de Judá, junto al río Jordán. Un día vio por allí una figura humana, que más parecía un esqueleto que una persona robusta. Se le acercó y le preguntó si era un monje y recibió esta respuesta: "Yo soy una mujer que he venido al desierto a hacer penitencia de mis pecados".
Y dice la antigua tradición que aquélla mujer le narró la siguiente historia: Su nombre era María. Era de Egipto. Desde los 12 años llevada por sus pasiones sensuales y su exagerado amor a la libertad se fugó de la casa. Cometió toda clase de impurezas y hasta se dedicó a corromper a otras personas. Después se unió a un grupo de peregrinos que de Egipto iban al Santo Sepulcro de Jerusalén. Pero ella no iba a rezar sino a divertirse y a pasear.
Y sucedió que al llegar al Santo Sepulcro, mientras los demás entraban fervorosos a rezar, ella sintió allí en la puerta del templo que una mano la detenía con gran fuerza y la echaba a un lado. Y esto le sucedió por tres veces, cada vez que ella trataba de entrar al santo templo. Y una voz le dijo: "Tú no eres digna de entrar en este sitio sagrado, porque vives esclavizada al pecado". Ella se puso a llorar, pero de pronto levantó los ojos y vio allí cerca de la entrada una imagen de la Sma. Virgen que parecía mirarla con gran cariño y compasión.
Entonces la pecadora se arrodilló llorando y le dijo: "Madre, si me es permitido entrar al templo santo, yo te prometo que dejaré esta vida de pecado y me dedicaré a una vida de oración y penitencia. Y le pareció que la Virgen Santísima le aceptaba su propuesta. Trató de entrar de nuevo al templo y esta vez sí le fue permitido. Allí lloró largamente y pidió por muchas horas el perdón de sus pecados. Estando en oración le pareció que una voz le decía: "En el desierto más allá del Jordán encontrarás tu paz".
María egipciaca se fue al desierto y allí estuvo por 40 años rezando, meditando y haciendo penitencia. Se alimentaba de dátiles, de raíces, de langostas y a veces bajaba a tomar agua al río. En el verano el terrible calor la hacía sufrir muchísimo y la sed la atormentaba. En invierno el frío era su martirio. Durante 17 años vivió atormentada por la tentación de volver otra vez a Egipto a dedicarse a su vida anterior de sensualidad, pero un amor grande a la Sma. Virgen le obtenía fortaleza para resistir a las tentaciones. Y Dios le revelaba muchas verdades sobrenaturales cuando ella estaba dedicada a la oración y a la meditación.
La penitente le hizo prometer al santo anciano que no contaría nada de esta historia mientras ella no hubiera muerto. Y le pidió que le trajera la Sagrada Comunión. Era Jueves Santo y San Zósimo le llevó la Sagrada Eucaristía. Quedaron de encontrarse el Día de Pascua, pero cuando el santo volvió la encontró muerta, sobre la arena, con esta inscripción en un pergamino: "Padre Zósimo, he pasado a la eternidad el Viernes Santo día de la muerte del Señor, contenta de haber recibido su santo cuerpo en la Eucaristía. Ruegue por esta pobre pecadora, y devuélvale a la tierra este cuerpo que es polvo y en polvo tiene que convertirse".
El monje no tenía herramientas para hacer la sepultura, pero entonces llegó un león y con sus garras abrió una sepultura en la arena y se fue. Zósimo al volver de allí narró a otros monjes la emocionante historia, y pronto junto a aquélla tumba empezaron a obrarse milagros y prodigios y la fama de la santa penitente se extendió por muchos países.
San Alfonso de Ligorio y muchos otros predicadores narraron muchas veces y dejaron escrita en sus libros la historia de María Egipciaca, como un ejemplo de lo que obra en un alma pecadora, la intercesión de la Sma. Madre del Salvador, la cual se digne también interceder por nosotros pecadores para que abandonemos nuestra vida de maldad y empecemos ya desde ahora una vida de penitencia y santidad.
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